La ruta de odio a España promovida por Artur Mas en Cataluña está causando daños terribles al prestigio y la imagen de Cataluña en su principal mercado. Se puede avanzar hacia la independencia, pero es estúpido hacerlo arrasando los grandes negocios y destruyendo los mejores mercados y caladeros. El día que los catalanes sean conscientes del daño que les ha causado CIU, es probable que arrojen ese partido al vertedero de la Historia. ---
Cataluña está perdiendo el favor de su mercado prioritario, el español, tradicional comprador de más de la mitad de su producción. Cataluña, por culpa de sus políticos nacionalistas, se ha convertido en la única comunidad española rechazada y cuestionada en el resto del país. Se lo han ganado a pulso sus políticos, desplegando durante décadas una política de arrogancia, desprecio y hasta odio a España y a lo español, causando daños de tal magnitud a la economía catalana, básicamente exportadora, que necesitarán muchos esfuerzos, muchos años y muchos millones de euros para que puedan ser reparados.
En vísperas de la celebración de Expo 92, Jordi Pujol visitó Sevilla para comparecer junto a José Rodríguez de la Borbolla, por entonces presidente de Andalucía, ofreciendo así una imagen de unidad y cooperación ante los grandes eventos del año 92, especialmente la Expo 92 y las olimpiadas de Barcelona. Por entonces, el presidente de la Generalitat ya reconoció en Andalucía que Cataluña necesitaba lanzar una intensa campaña de imagen para restablecer su imagen en los mercados prioritarios españoles. Incluso llegó a conversar sobre el costo y el diseño de esa macrooperación de imagen con expertos, entre ellos Rafael Ansón, muy cercano al dirigente catalán en aquellos años.
Desde entonces hasta hoy, la imagen de Cataluña en España ha perdido demasiados enteros y se ha hundido hasta extremos insospechados. La arrogancia, el desprecio y el odio antiespañol sembrado por los nacionalistas catalanes, que se ha plasmado, incluso, en campañas de boicot a los productos españoles financiadas con subvenciones públicas de la Generalitat, han terminado por calar en el resto de España, donde, en reciprocidad, se empieza a rechazar lo catalán y a mirar la procedencia de las mercancias para no comprarlas si proceden de Cataluña.
Para una economía exportadora y genuinamente abierta al comercio como la catalana, el deterior de su prestigio e imagen en un mercado tan prioritario como el español, donde vende más de la mitad de su producción, es un auténtico desastre. Los industriales y comerciantes catalanes son los mayores perjudicados por la arrogancia y el odio nacionalista sembrado desde el liderazgo político irresponsable que ha controlado el poder en Cataluña. Si fueran inteligente, le harían pagar a sus políticos el daño causado y les obligarían a corregir la enloquecida y suicida deriva emprendida.
Nadie sabe el alcance del rechazo a las mercancias catalanas en España, pero sí se sabe que es mas intenso que nunca antes y que el sentimiento no es superficial y coyuntural, sino arraigado y profundamente asentado en el alma y en la cartera de los ciudadanos.