El mundo mira a Cataluña. Y yo me he preguntado sobre los santos catalanes, busqué en internet y me encontré con un estupendo artículo del célebre Francisco José Fernández de la Cigoña y se lo comparto. Como ilustración me parecía que debía estar un vitral de la Sagrada Familia, obra del siervo de Dios, catalán, Gaudí. Que lo disfruten.
El arquitecto de Dios Antonio Gaudí i Cornet murió con fama de santidad en el Hospital de la Santa Cruz de Barcelona (que era entonces un hospital de beneficencia cristiana para pobres) el 10 de junio de 1926. Sus restos fueron enterrados en la cripta del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Al tratarse de un laico (es decir, Gaudí no era ni sacerdote ni miembro de una orden religiosa) y por diversas circunstancias de la historia de Cataluña y de la Iglesia, nadie se ocupó ni promovió oficialmente su beatificación.
Sesenta y seis años después, el 10 de junio de 1992, la iniciativa la tomó un grupo de dos arquitectos, un escultor, un escritor y un sacerdote, impulsados por este último, el Dr. Ignasi Segarra. Los cinco constituyeron la Asociación pro Beatificación de Antonio Gaudí. Por tanto, la iniciativa no ha partido de ninguna institución religiosa, ni del Arzobispado de Barcelona o la Junta de Obras del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia.
La Asociación, con personalidad jurídica civil, está inscrita en el Registro de Asociaciones de la Generalidad de Cataluña. Está desvinculada de las otras asociaciones gaudinistas. Su finalidad exclusiva es promover la beatificación de Gaudí, para lo cual cuenta únicamente con el trabajo voluntario y con los donativos ingresados en su cuenta corriente o depositados en la hucha colocada al lado de la tumba del Arquitecto de Dios.
Cuando se lanzó la idea, la opinión pública mundial –católica y no católica- se mostró muy favorable. Sólo se opusieron algunas personas de la ciudad de Barcelona con intereses concretos en la obra de Gaudí.
La Asociación pro Beatificación de Antonio Gaudí distribuye miles de estampas para la devoción privada en catalán, castellano, inglés, japonés, alemán, francés, italiano, portugués, polaco y coreano. Las próximas lenguas serán euskera, holandés, ruso y húngaro.
Gaudí sin prisa Todo el mundo lo sabe: cuando a Gaudí le preguntaban, con impaciencia, cuándo se terminaría el Templo de la Sagrada Familia, él respondía, sin impacientarse: «Mi amo no tiene prisa...», además de eludir cualquier cronometraje, también expresaba, con esta respuesta, en qué perspectiva situaba su obra. Han sido muchos, no obstante, a quienes la Sagrada Familia ha puesto nerviosos. Y no sólo a causa de la lentitud de su edificación, sino, muy a menudo, por cuestión de gustos o criterios estéticos, siempre respetables y discutibles a la vez. A veces también ha influido el hecho de que se trate de una edificación religiosa, ahora que dar señales de vida cristiana es considerado, en ciertos ambientes, políticamente incorrecto. Últimamente a algunos les ha hecho perder los estribos la iniciativa de introducir el proceso de canonización de Antoni Gaudí. Quienes han tenido la idea están convencidos de que el hombre que proyectó la Sagrada Familia como una versión en piedra de la tradición cristiana y católica, fue además de un artista eximio, un hombre de fe, por encima del nivel ordinario. Es decir, un cristiano que puede ser ejemplo de cristianos, un santo. Y han hecho, pacíficamente, los primeros pasos de un largo camino que puede llevar al reconocimiento por la Iglesia de la santidad de Gaudí.
Quienes han introducido la causa de Gaudí tienen razones muy sólidas para hacerlo y ejercen un derecho reconocido en el interior de la Iglesia. Los organismos competentes de la Santa Sede han acogido su propuesta positivamente. Pero a partir de ahora, comienza un análisis concienzudo y más bien lento de los pros y los contras. También aquí, como en la obra de la Sagrada Familia, no hay prisa.
Ahora bien, yo he tenido ocasión de percibir que el encanto del templo lleva al encanto de la fe. Por eso no me cuesta demasiado mantener la esperanza de que sus piedras hayan sido realmente tocadas por mano de santo. (Joan Carrera Planas. Obispo auxiliar de Barcelona. Catalunya Cristiana. 30 Marzo 2000)
CATALUÑA, TIERRA DE SANTOS
Francisco José Fernández de la Cigoña, http://idd0098d.eresmas.net/catsants.htm
Si España ha sido tierra de santos, esplendorosa, asombrosa cuna de santos, no pocos de ellos los santos más extraordinarios de la Iglesia universal, Cataluña, una de las regiones más singulares de esta España plural y diversa, por su lengua, por su historia, por el carácter y las costumbres de sus gentes, por la belleza de sus paisajes, la riqueza de sus monumentos, la singularidad de su arte..., ha contribuido a esa legión de santos de un modo también verdaderamente singular. Hasta el extremo de que podríamos decir que fue la parte de España que más santos ha dado a España, que más santos ha dado al cielo.
De ese tesoro inmarcesible de la santidad en Cataluña es de lo que vengo hoy a hablaros. Con admiración, con santo orgullo ante este inmenso vivero de los santos de mi España y con un dolor inmenso al ver como la tierra más católica de mis tierras, como la cuna de más santos de mi patria, se ha convertido hoy, por no se sabe qué satánico designio, o a lo mejor si se sabe y después de mis palabras podemos llegar a alguna conclusión, en el lugar más secularizado de España, donde menos se cree en Dios, donde más se vive en su ignorancia, en su desprecio y hasta en su insulto.
El que fuera obispo de Vich, Torras y Bages, dijo en una ocasión que Cataluña sería cristiana o no sería. Yo no sé si ha dejado de ser Cataluña. Lo que sí puede afirmarse es que está a punto de dejar de ser cristiana. Y no sólo en las grandes urbes, esa inmensa Barcelona y sus poblaciones satélites, que han recogido aluviones de emigrantes que dejaron en sus pueblos de origen, catalanes o del resto de España, sus creencias ancestrales. También la Cataluña rural, la que había sido, sobretodo, la tierra fértil en la que germinaron tantas hermosísimas flores del cielo, es hoy un yermo católico, un desierto agostado, un territorio en el que apenas las maravillas de un Pantocrátor románico o un claustro gótico recuerdan a un turista, generalmente tan descreído como quienes viven a la sombra de tales cumbres del arte, que aquello fue un día, no muy lejano, patrimonio de Dios.
Os voy a hablar de santos. De santos de Cataluña. Casi todos ellos nacidos aquí. Casi todos ellos reconocidos por la Iglesia y ya, beatificados o canonizados, en los altares. Pero también os hablaré de algunos que todavía no han sido reconocidos como tales oficialmente. Seguramente lo serán, antes o después. O tal vez no. Para mí fueron santos. Son santos. No comprometo para nada el juicio de mi Santa Madre Iglesia. Es una opinión particular y, como tal, la proclamo. Y así debéis entenderlo cuando los incluya en este elenco de santos. Algunos no nacieron en esta tierra, hasta ayer bendita, pero aquí se santificaron. Y de qué modo. Yo me encomiendo a ellos como a los que están ya, por declaración oficial y solemne de la Iglesia, en los altares. Qué ellos, santos y "santos", catalanes de nacimiento en su inmensa mayoría o de adopción, testigos de Cristo en esta hermosa tierra desde los mismos días de Cristo, conviertan la oscuridad presente en la luz clara que siempre había sido Cataluña, el descreimiento de Dios en la fe de sus mayores, las blasfemias habituales del día en un nuevo Virolai maravilloso, como el de mosén Cinto, para gloria de Jesucristo y de su Santísima Madre, la Mare de Déu de Montserrat, de la Mercé, de Nuria, de la Cinta, de Tura, del Miracle...
Nacía la Iglesia de Jesucristo y nacía Cataluña para Cristo. Pablo, el Apóstol de los gentiles, llegó a estas tierras a bautizarlas. Y, ¡vaya si las bautizó! Los santos catalanes de las persecuciones romanas. Los hermosos santos de aquellos días de circo y de sangre. No había entonces notarios con sus protocolos. Apenas escritura. El amor a Dios, y la muerte por ese amor, se transmitía de boca a oído, al calor de la lumbre. De padres a hijos. De madres a hijos. Con amor. Con piedad. Con unción. ¡Qué de extraño tiene que, tras tanto relato, en el que la voz entrecortada por la emoción del relatante se encontrara con los ojos abiertos como soles, en la admiración y el culto, de quienes lo escucharan, se equivocara un nombre o se adornara una muerte, ya de por sí bastante hermosa! Alguien interpeló a alguien que subía con unción emocionada, de rodillas, los peldaños de la Scala Santa de Roma: ¿Pero, puedes creer que esos peldaños son los que subió Cristo para llegar al pretorio de Pilatos en Jerusalén? Yo lo que creo, le respondió, es que millones y millones de hermanos míos en la fe, subieron esta escalera recordando la pasión de Nuestro Señor. Y por eso la subo de rodillas. Recordando la pasión de Cristo. Lo de menos es que sus divinos pies pisaran estas escaleras. Si, además, los hubieran pisado, mejor que mejor, pero eso tiene apenas importancia. Yo recuerdo, como todos los que han pasado por aquí, su sacrificio y su redención y bien poco es que lo haga subiéndola de rodillas.
Pues algo así. ¿Qué el mártir no se llamó de ese modo, qué se le confunde con otro de Alejandría o Tracia, qué no ha llegado constancia documental hasta nosotros, o que esa constancia es tardía e interesada para dignificar un lugar o un culto? Tal vez. Tampoco podemos asegurarlo. Pero nuestros mayores, nuestros primeros padres en la fe, fueron testigos, usque effusionem sanguinis, hasta la muerte en el martirio, de Cristo Nuestro Señor. Y ese testimonio, y sus reliquias, eran venerados por la comunidad cristiana. Como el de personas que por amor a su Redentor entregaron todo, hasta la vida. ¡Qué importa que el paso de los siglos haya confundido un nombre, una fecha o un lugar! ¿Es qué Dios no habrá escrito en las páginas del cielo fecha, lugar y nombre? ¿Es que honramos menos a una Livia, si se llamara así, porque la llamemos Tecla, o porque digamos que fue sacrificada en Milán si lo hubiera sido en Agrigento o en Mérida? El racionalismo, el querer sujetar todo a nuestras pobres estructuras mentales, es la negación de la religión del misterio. Y nuestra religión es la del misterio. La del hermoso e incomprensible misterio en el que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se encarnó de Santa María, Virgen, y, muerto, en redención por nuestros pecados, resucitó. Y está en los Cielos. A la derecha de Dios Padre. Este es el misterio de nuestra fe. Pues para que nos vengan a pedir la partida de nacimiento de santa Eulalia.
Los mártires de las persecuciones romanas. Los santos mártires de las persecuciones romanas. Acabábamos de ser bautizados y ya estábamos muriendo por Cristo. En toda España, en esa España que entonces aun no existía y era apenas una, o varias, provincias de Roma. Y en esa hermosa gesta ya estaba Cataluña. Y en puesto de honor.
El Peristephanon, de Prudencio, ya en el siglo V, nos habla de Fructuoso, Augurio y Eulogio de Tarragona, obispo el primero y diáconos los segundos, ejecutados en la persecución de Valeriano y Galieno a mediados del siglo III. Félix, de Gerona, también era recordado por Prudencio. San Narciso, santo de tanta raigambre en la ciudad altocatalana es más discutido. Yo prefiero encomendarme a él, como hicieron tantos gerundenses a lo largo de los siglos. Cucufate, o Cugat, que parece nació lejos pero que vertió su sangre en la hoy capital del Principado. La encantadora figura de Eulalia de Barcelona, que algunos han querido identificar con la de Mérida y otros pura y simplemente negar, nos parece que, con todas las inseguridades propias de tan lejana época, debe ser reivindicada y conmemorada en Cataluña. Y la virgen Tecla, aunque no hubiera nacido ni muerto en Cataluña, venerada durante siglos por los hijos de Tarragona. Los gerundenses, hoy también tan discutidos, Germán, Justurio, Paulino y Cicio. Los obispos de Barcelona, Paciano y Severo, el segundo de ellos más dudoso. Las mataronesas Juliana y Semproniana martirizadas en San Cugat a comienzos del siglo IV como han sostenido siempre los hijos de Mataró. San Anastasio a quien Lérida se encomendó en sus necesidades. San Magín, a quien Cataluña tuvo tanta devoción. El popular Medir, al que algunos quieren identificar con el calagurritano Emeterio, otros vinculan a Severo de Barcelona y otros niegan sin más. La calafeña Calamanda, posiblemente confundida con santa Alamanda merece más dudas en cuanto al nombre que respecto a la autenticidad de las reliquias que todo hace suponer son las de una mártir de Jesucristo. Aquí veis una prueba clara de lo que os decía. ¿Qué más da que los hijos de Calaf no hayan acertado con el nombre de la mujer santa y mártir que veneran? ¿Es qué lo importante es el nombre? ¿O lo es el ejemplo de una mujer que sufrió martirio por su fidelidad a Jesucristo? ¿Qué honramos? ¿Un nombre o una persona y unos hechos? Y Eudaldo, Sixto, Ponce, Víctor, los innumerables mártires de Gerona... Y el recuerdo de tantos otros, mártires ignorados para nuestra escasa ciencia pero que figuran en letras de oro en el libro de los Cielos, deben ser rememorados aquí, en testimonio de nuestra cristiana piedad hacia ellos, y de nuestra orgullosa y proclamada herencia de su testimonio.
Caído el Imperio, llegó a España la era de los Obispos santos. Suerte afortunada la de los pueblos en los que son santos sus obispos. Y la España visigoda fue santa en sus obispos. Sí, ciertamente, las hermosas figuras de Hermenegildo y Leocadia no eran episcopales. Pero a su lado, Ildefonso, Eugenio, Julián, Isidoro, Quirico, Leandro, Floresindo... Y, con ellos, Paciano de Barcelona, muerto al frente de su diócesis en los últimos días romanos. Félix, de Urgel, que, ya recién caído el imperio visigótico, fue con Beato de Liébana, el campeón de la doctrina católica frente al adopcionismo de Elipando que pretendía para Jesucristo esa disminuida filiación respecto del Padre. Juan Biclarense, de origen portugués, pero que consolidó sus años de servicio de la iglesia al frente de la de Gerona. El barcelonés Idalio o Idacio, el urgelés, Justo, hermano de otros tres obispos, Justiniano de Valencia, Nebridio, de Egara, nuestra actual Tarrasa, y Elpidio de Huesca...
La noche oscura de la invasión musulmana pareció acabar con España y con la fe. Eso podrían imaginar quienes no conocieran lo que era España, quienes no supieran de la fuerza inmensa de la fe. Y cuando todo se había arrasado, en cien riscos distintos de Asturias, Navarra, Aragón y Cataluña, aquellos españoles que se negaban a someterse a la fe de Mahoma, tomaron sus espadas, invocaron a su Dios y comenzaron la Reconquista.
Gesta hermosa que duró ocho siglos en los que España se fue haciendo, golpe a golpe, sangre a sangre... Gesta santa en la que se combatía por Dios y se invocaba a Santa María y al Señor Santiago. En la que con una mano se sostenía el arma con la que se contenía y derrotaba a la morisma mientras que con la otra se construía la humilde iglesia del pueblo o la gran catedral de la urbe, se tallaba la fachada de Ripoll o la Virgen de Montserrat, o se pintaba a Cristo y a su Santísima Madre en los muros asombrados de Tahull. Son pocos los santos de aquella época quizá porque eran muchos los santos que entonces vivían en las tierras de reconquista para Dios. Luchando por él como cruzados de su causa o viviendo como Dios mandaba en la Cataluña que renacía. Pocos al principio porque enseguida la lista comenzó a agrandarse. Próspero, prelado de Tarragona en el siglo IX. Galderico, también discutido, tan parecido a San Isidro labrador. La figura impar del abad Oliba, unida para siempre a la fundación de Cataluña. Los abades de tantos monasterios sin los cuales Cataluña no sería lo que es: Ripoll, Cuixá, Poblet, Montserrat, Santes Creus, San Cugat... Es imposible nombrar a todos. Que los nombres de Protasio de Cuixá o de Sancho de Fontfreda de Poblet nos sirvan para evocar la impresionante historia del monacato en Cataluña.
Y ya en el siglo XII, Olegario, obispo de Barcelona, importantísima figura sobre la que ya no se cierne la menor duda histórica. San Ramón de Roda, obispo de Roda de Isábena nacido en la Anoia. El santo obispo de Urgel Odón, patrón de aquella diócesis. La simpatiquísima historia de Bernardo de Alcira que, aunque natural de Valencia y martirizado en aquellas tierras, fue monje en Poblet. Hijo del reyezuelo musulmán de Carlet llegó a Cataluña para tratar del rescate de unos moros cautivos. Y quedó tan prendado de la vida de los monjes de Poblet que, convertido, vistió el hábito cisterciense y destacó por sus virtudes e incluso milagros. No dejaba de pensar en sus hermanas y partió hacia Valencia para convertirlas. Lo consiguió pero, descubierto, fue martirizado junto a sus dos hermanas. La crítica histórica ha puesto reparos a tan hermoso relato. Yo prefiero la belleza a la duda. También de este siglo XII fue San Juan de Organyà y el beato Miró de Tagamanent.
En el siglo XIII encontramos figuras realmente egregias del santoral. San Raimundo de Peñafort, una de las glorias de la Orden dominicana que tantas ofrendó a la Iglesia. Hijo de Santa Margarita, en el Alt Penedès, padre de los pobres, consejero de Papas y príncipes y, sobre todo, santo, es una figura capital en la Cataluña que nacía. Y el barcelonés San Pedro Nolasco, fundador de la Orden de la Merced para la redención de cautivos, una de las más hermosas empresas que inspiró la caridad de la Iglesia. San Ramón Nonato, segarrense, en el que todo es extraordinario, hasta su mismo nacimiento. Santa María de Cervelló, hija de Barcelona, fundadora de la rama femenina de la Orden mercedaria. Bernardo Calbó, nacido en Reus, monje y abad de Santes Creus y obispo de Vich. Pedro Ermengol, nacido en la Conca de Barberá, mercedario, que quedó de rehén en uno de esos muchos casos admirables en los que estos frailes libraban, con la prisión de sus personas, a un pobre cautivo. Y al no poder pagar la Orden su rescate fue martirizado, aunque no murió en los tormentos, pudiendo regresar después a Cataluña donde murió con fama de santo, reconocida trescientos cincuenta años después por Inocencio XI que lo canonizó en 1687. Y los beatos Pedro de la Cadireta y Ponce de Planés, dominicos, naturales al parecer de Moià, en el Bages, ambos martillo de la herejía cátara en las tierras urgelenses, herejes que consiguieron matarles en la primera ocasión que se les presentó.
Del siglo XIV es la hermosísima figura de Isabel de Aragón, nacida en Barcelona, hija de Pedro el Grande y nieta de Jaime el Conquistador. Casada con Don Dionís de Portugal y reina de aquel país hermano donde es conocida como la Rainha Santa. Santa Isabel como esposa, como madre, como viuda y como reina atesoró todas las virtudes imaginables en cualquiera de esos estados y hasta un grado realmente excelso. No podemos detenernos en referir la vida extraordinaria de esta Infanta de Aragón solamente dejaremos constancia de aquel precioso milagro que cuentan las historias o las leyendas medievales. Porque su historia fue toda una bella leyenda de amor a Dios y de amor a los suyos. A su esposo, a sus hijos, a su pueblo. Prodigaba la reina las caridades con presos y necesitados con disgusto de su difícil marido. Porque el amor era lo que naturalmente brotaba de su corazón. Amor, incluso, hasta a los hijos ilegítimos del rey de Portugal. Prohibiole el rey tantas generosidades y no sabía la reina vivir sin prodigarlas. Salía de atardecida Isabel recogiendo en su falda pan para los necesitados y, cuando se encaminaba hacia ellos, le salió al encuentro el marido que le reprochó su acción y haberle desobedecido. Y le obligó a derramar en el suelo cuanto llevaba en los pliegues de la falda. Obedeció la reina al momento y de su vestido cayeron borbotones de hermosas rosas en las que Dios había convertido el pan que llevaba. Sí, ya sé que no es lo mismo el milagro diario que Dios prodiga en infinitas misas de convertir el pan en el Cuerpo de Cristo que el de convertir el pan en rosas. Pero quiso premiar las caridades de una reina de Portugal, nacida en Barcelona e hija de sus reyes, con una bellísima cosecha de rosas de olor. De olor de santidad. De olor de cielo.
También de este siglo es el beato dominico Dalmacio Moner, hijo de Santa Coloma de Farners, santificado en el ascetismo, la mortificación y la soledad del anacoreta, silencio al que se retiraba cuando se lo permitían sus predicaciones itinerantes y los cargos que desempeñaba en la Orden, tales como el de maestro de novicios dominicos.
No me vienen a la memoria santos catalanes del siglo XV. Santos que oficialmente hayan llegado a los altares por la definición de la Iglesia. Pero no podía faltar la santidad en estas tierras. Y me referiré a dos hechos. Fue el momento de la explosión de la pintura gótica catalana. En mil bellísimos retablos contemplaron los catalanes la gloria de Dios, de su Madre y de sus santos en colores deslumbrantes. El oro, el azul, el verde, el rojo parecían especialmente bendecidos por Dios en las paletas del hijo de Valls, Jaime Huguet, del sanceloní Bernardo Martorell o del barcelonés Pedro Serra, que no llegó a inaugurar el siglo más glorioso de la pintura catalana. No es posible, pienso yo, que reflejar la santidad tan hermosamente no produzca santos.
El segundo hecho no es conjetura, por fundada que esta pudiera ser. Es una realidad personal aunque no sea estrictamente catalana. Pero, castellana profunda, nacida en aquel Madrigal de las Altas Torres, estuvo enamorada y casada con el más inteligente y mejor rey de Cataluña y con uno de los mejores de España. Y hay que reconocer que la competencia con Fernando III el Santo, el emperador Carlos y el segundo de nuestros Felipes estaba cara. Naturalmente me refiero a aquella Isabel que, por antonomasia, se llamó la Católica. Yo no sé si pequeñas mezquindades políticas seguirán impidiendo la canonización de nuestra reina Isabel. Si contemporizaciones absurdas con judíos y con moros harán que siga prevaleciendo la injusticia. Pero con mi escasa autoridad os digo que pese a quien pese tenemos en Isabel a una excelsa santa. Podré equivocarme pero creo que no si os digo que en una de las más altas moradas del cielo está aquella reina que conquistó América para Cristo y que recibió aquí, en Barcelona, la noticia de que esas almas que soñaba para el cielo existían. Y dispuso que fueran evangelizadas. Y tratadas como hijos suyos y, sobre todo, hijos de Dios.
San Salvador de Horta, humilde franciscano, también de Santa Coloma de Farners, auténtico taumaturgo, asombró al siglo XVI, reyes incluidos, con mil prodigios milagrosos que congregaban multitud de peregrinos. También de ese siglo es el agustino y beato, Mauricio Proeta, de Castelló de Ampurias, predicador infatigable por mil rincones de Cataluña y que incluso viajó a Argelia para dar a conocer a Cristo a aquellos infieles.
Del siglo siguiente es el vicense San Miguel de los Santos, trinitario, místico de enorme altura que en su corta vida (1591-1625), apenas treinta y pocos años, pasmó a sus contemporáneos con sus raptos y visiones. Hermosísima figura, también, la del "apóstol de los negros", el jesuita Pedro Claver, nacido en Verdú, en el Urgel, canonizado por León XIII en 1888 y uno de los muchos regalos que España hizo a América, en este caso a la actual Colombia, para llevar al cielo a los hijos de aquel Continente. Y San José Oriol, hijo de Barcelona, sacerdote de Barcelona, santo de Barcelona. No pretendo restar nada a aquel santo admirable que fue Juan María Vianney, cura de Ars, patrón de los sacerdotes seculares. Con méritos excelsos. Más que sobrados. Pero José Oriol podría serlo también, con la misma excelsitud, con iguales méritos. Sencillo, pobre, caritativo, milagroso... Pocas figuras más encantadoras, más reflejo de la bondad de Dios, que la de este humilde clérigo de Barcelona que pasó por esta ciudad haciendo el bien.
Y camino de la canonización, aunque en este momento sólo son beatos, y digo esto con toda la precaución que impone la incansable actividad de Juan Pablo II que varía todos los años, y en número notable, la nómina de santos y beatos de nuestra Iglesia, hay también representantes en el siglo XVII. La capuchina María Angela Astorch, barcelonesa, beatificada en 1982 por el actual Papa. Los dominicos Domingo Castellet, de Esparraguera y Luis Eixarch, de Barcelona, mártires en Japón y el franciscano Juan de Santa Marta, de Prades, decapitado en Macao con otros trece cristianos. Y el también franciscano Buenaventura Gran, de Riudoms, reformador de la Orden.
No fue el siglo XVIII, pródigo en santos. La Ilustración minaba la fe y el amor a la Iglesia. Que comenzaba a ser maltratada para ser perseguida después en muchos lugares. Pero tampoco faltó la santidad. El tortosino Francisco Gil de Federich y el ascotano Pedro Sans, ambos dominicos, y el segundo, obispo, fueron decapitados en la cruelísima persecución que se desató en el Tonkin y que tantos mártires dio a aquella heroica Iglesia. Era admirable el espíritu de aquellos dominicos que partían a la lejana misión sabiendo que prácticamente iban a la muerte y que pedían voluntariamente aquel trágico y santo destino para no dejar abandonados a aquellos católicos, recientes sí, pero con tal amor a Cristo que no lo desmentían ni ante los más crueles tormentos. Fueron canonizados por Juan Pablo II en el 2000.
Y también quiero mencionar a muchos santos, desconocidos todos ellos para nuestra Iglesia pero no desconocidos para Dios ante quien no hay héroes anónimos. Terminaba el siglo. En Francia había triunfado la Revolución por antonomasia. El clero que no había apostatado moría en la guillotina donde también había muerto el Rey Cristianísimo. El culto había desaparecido en la nación vecina salvo en la oscuridad y el riesgo de las catacumbas. Y el pueblo español, y los catalanes muy principalmente, alentados por las pastorales de los obispos y las predicaciones de los sacerdotes que les animaban a la cruzada contra los enemigos de Dios y de la Iglesia, fueron a la guerra con una decisión en muchos verdaderamente religiosa. Y con ese afán murieron. Combatiendo por Dios. ¿No iba a premiar Dios a quienes le entregaban todo lo que tenían, pues en no pocos la vida era su única posesión?
El siglo XIX, siglo de persecuciones a la Iglesia en España como no las había conocido desde la invasión musulmana, fue una eclosión de santidad verdaderamente admirable y que no tiene parangón con ninguna otra región de España. Parece imposible que en un siglo haya podido darse tanta concentración de santos. Y de santos de tanta talla muchos de ellos.
Dos figuras excelsas, uno de Vich y el otro de Sallent, pueden por su esplendor, opacar, ante personas poco informadas, otros astros también de primera magnitud no pocos de ellos. El de Vich no está en los altares pero nadie como él defendió a Jesucristo y a su Iglesia con la pluma. Me refiero al inmortal Jaime Balmes. Su fama me excusa de hablaros más de él. El otro, misionero infatigable, recorrió prácticamente toda Cataluña hasta que fue nombrado obispo. Y aun desde ese cargo siguió encendiendo los corazones de sus oyentes en el amor a Dios y el arrepentimiento de sus pecados. Editó miles y miles de libros, folletos, láminas y estampas que fortalecían la fe y la virtud. Fundó dos congregaciones religiosas, masculina una y femenina la otra, los Misioneros Hijos del Corazón de María y las Religiosas de la Congregación de María Inmaculada, llamados, con toda justicia, claretianos y claretianas. Fue extraordinario director de conciencias, alguna tan delicada como la de la Santa Madre Micaela del Santísimo Sacramento y alguna tan difícil como la de la misma reina Isabel II. Con toda razón fue llamado Antonio María Claret, "Apóstol de Cataluña". Murió en 1870 en el destierro, a causa de la revolución de 1868, en el monasterio de Fontfroide, cerca de Narbona, donde había llegado, cansado y enfermo, del recién clausurado Concilio Vaticano primero.
Y ahora ya no sabemos por donde seguir pues tantos son los que acuden a la memoria. En Vilafranca del Penedés nació en 1781 una de esas mujeres admirables que pasó por el mundo haciendo el bien. O, mejor dicho, pasaron sus hijas, las hermanas de la Caridad de Santa Ana, pues ella lo derramó a manos llenas en Zaragoza, donde murió en 1853. Monja intrépida, la madre Ráfols, en los famosos sitios, se hizo admirar y respetar de los mismos franceses. La beatificó Juan Pablo II en 1994.
Heroína también de la caridad, Santa Joaquina de Vedruna, nacida en Barcelona en 1783. De buena posición social, enamorada de su marido, madre de numerosa prole, al enviudar decide entregarse definitivamente a Dios y a los más necesitados fundando las Carmelitas de la Caridad, también conocidas por vedrunas. Perseguida por el Trienio liberal y por el liberalismo que advino a España tras la muerte de Fernando VII, arrostrando con notable coraje no pocas dificultades, a su muerte, en 1854, dejaba abiertas casi treinta casas en las que ciento cincuenta de sus hijas atendían a la educación de las jóvenes y al cuidado de los enfermos pobres con ejemplos admirables de caridad.
Mencionado el Trienio y el liberalismo triunfante es preciso dejar constancia del obispo de Vich, el franciscano Raimundo Strauch, nacido en Tarragona en 1760, campeón de los derechos de la Iglesia cuando las Cortes de Cádiz y detenido y asesinado por odio a la religión en 1823. Era el primer obispo que mataban los españoles en muchísimos años porque el anciano obispo de Coria, asesinado en 1809, lo fue por las tropas francesas. No sería el último. En 1886 era asesinado, a las puertas de su catedral, el primer obispo de Madrid, Martínez Izquierdo, por un cura loco. En 1923 el cardenal Soldevila, arzobispo de Zaragoza, era asesinado por el anarquismo. Y en 1936 doce obispos y un administrador apostólico eran asesinados en un baño de sangre inaudito y espantoso que se extendió a casi siete mil sacerdotes, por anarquistas, socialistas y comunistas en sacrílego contubernio. Pero de eso hablaremos después. Volviendo a Fray Raimundo Strauch creo que la diócesis de Vich tiene una deuda con quien fue su virtuoso obispo y que es la de incoar su proceso de beatificación como mártir de Jesucristo. Con él fue también asesinado el hermano lego que le acompañaba. Pero no fueron las únicas personas consagradas que murieron a manos de los enemigos de Dios. A lo largo y a lo ancho de Cataluña fueron muy numerosos los sacerdotes que fueron asesinados por aquellos que se decían liberales.
Muerto ya Fernando VII, apenas doce años después de la barbarie que acabamos de comentar vuelva a conocer Cataluña, en 1835, lo que se llamó la "matanza de frailes", con especial incidencia en Barcelona y Reus. Ardieron iglesias, murieron religiosos y los demás tuvieron que abandonar sus conventos que ya no les serían devueltos. Y la vida religiosa masculina desapareció de España. No creo arrogarme ninguna facultad si califico a todos esos sacerdotes y religiosos, muertos por odio a la religión, de mártires de Jesucristo.
Otra mujer admirable, hija de Aitona, donde nació en 1843, fue Santa Teresa Jornet, fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, paradigma de caridad ella y sus hijas, que vinieron a aliviar el desamparo de tantos miles, cientos de miles ya, de viejecitos y viejecitas en España y en el mundo. Gobernó admirablemente su congregación hasta la muerte que le llegó en 1897.
Pariente cercano de tan admirable santa, y nacido también en Aitona en 1811, el beato Francisco Palau y Quer, de agitadísima vida, combatiente siempre, perseguido siempre, hasta su muerte en 1872. Fundó las carmelitas misioneras teresianas y las carmelitas misioneras y su biografía es una auténtica novela de aventuras.
Tortosino el beato Manuel Domingo y Sol, nacido en 1836 y muerto en 1909. Preocupado siempre por la formación sacerdotal fundó a esos efectos el Colegio Español de Roma y los Operarios Diocesanos, ambos de extraordinario influjo en la formación posterior del clero de España.
San Enrique de Ossó, de Vinebre, en la Ribera d'Ebre, donde nació en 1840. Enamorado de la figura y de la obra de Teresa de Jesús, santa de la que fue incansable propagandista, fundó la Compañía de Santa Teresa con la intención de llevar el espíritu de la santa de Avila a la vida activa mediante la educación de los niños. Murió en 1896 tras no pocos disgustos que le ocasionó la congregación de sus amores.
También ejemplo de entrega a los necesitados, tanto en la pura asistencia a los enfermos como en labores educativas , la reusense, de 1815, Santa María Rosa Molas y sus Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación. Falleció en 1876 y la canonizó Juan Pablo II en 1988.
La Beata Ana María Mogas, nacida en Corró d'Avall, en el Vallés Oriental, en 1827, dejó pronto Cataluña para venir a Madrid. Después de diversos malos entendimientos con unos y otras, fundó las Terciarias Franciscanas de la Divina Pastora, hoy Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor, dedicadas, como tantas que ya hemos visto, a la educación de las niñas y el cuidado de los enfermos. La beatificó Juan Pablo II en 1996.
Apóstol también de Cataluña, donde predicó innumerables misiones, ejercicios espirituales, novenas y otros actos religiosos el exdominico, Orden a la que siempre se mantuvo unido, Beato Francisco Coll, nacido en Gombrén, en el Ripollés, en 1812. Fundó las Dominicas de la Anunciata, dedicadas a la enseñanza de la juventud, otro modo, como el de la predicación, de llevar almas al cielo. Murió en 1875 y fue beatificado por Juan Pablo II en 1979.
En Tremp, en el Pallars Jussà, nació en 1823 el Beato José Mañanet, consagrado también a la educación de los jóvenes para lo que fundó los Hijos de la Sagrada Familia y las Misioneras Hijas de la Sagrada Familia. Murió en 1901 y fue beatificado por Juan Pablo II en 1984.
Beata y dedicada asimismo a la enseñanza, aunque fuera de Cataluña, María del Carmen Sallés, nacida en Vich en 1848 y muerta en Madrid en 1911. Tuvo una vida religiosa agitada. Dominica de la Anunciata en un principio, una oscura división la deja sin congregación religiosa hasta que funda en Burgos las Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza. La beatificó Juan Pablo II en 1998.
En Arenys de Mar nació en 1799 la fundadora de las Escolapias, Santa Paula Montal que también dedicó toda su vida a la educación de las niñas. Murió en 1889 y la canonizó Juan Pablo II en 2001.
Por la vía extraordinaria y atajada del martirio llegó a los altares el dominico San Pedro Almató, hijo de San Feliu Saserra, donde nació en 1830. Como tantos otros que llegaron con sus mismos afanes a aquellas tierras del Extremo Oriente, fue decapitado en 1861. Beato ya en 1906, Juan Pablo II lo caninizó en 1988.
Catorce catalanes llegados a los altares, si no se me ha pasado alguno son muchos. Como para decir que ninguna otra región de España se le acerca en la cifra. Pero es que esos catorce santos y beatos tienen detrás una multitud de aspirantes, con procesos abiertos muchos de ellos, que en el futuro harán crecer notablemente esa cifra. Me refiero, entre otros, a María Antonia París, cofundadora con el P. Claret de las claretianas, nacida en Vallmoll, en el Alt Camp, en 1813; la venerable madre Paula Delpuig, originaria de Malgrat de Mar donde nació en 1811, ejemplar superiora general de las vedrunas y que seguramente será la segunda religiosa de esa congregación que llegue a los altares; el gran obispo de Pamplona, Severo Andriani, defensor de los derechos de la Iglesia ante el arzobispo intruso de Toledo, González Vallejo, nacido en Barcelona en 1774; el sabadellense, 1844, Félix Sardá y Salvany, infatigable defensor de Dios y de su Iglesia desde su Revista Popular y autor de aquel libro de éxito resonante que se llamó El Liberalismo es pecado; Teresa Arguyol, nacida en Sarriá en 1813, fundadora de las Clarisas de la Divina Providencia pese a morir a los cuarenta años; aquella alma angelical, purificada con extraordinarios sufrimientos, que fue la olotina Librada Ferrarons, nacida en 1803 y muerta en una pura llaga en 1842, edificando a todos los que la trataron; el gran misionero dominico Juan Planas y Congost, nacido en Navata, en el Alt Empordà, en 1810; o aquel otro misionero, éste capuchino, fray Miguel de Sarriá muerto en ese mismo año de 1810 en olor de santidad por lo que las tropas francesas tuvieron que proteger el cadáver de los fervores de la multitud.
O el jesuita Francisco Javier Butiñá, de Pla de l'Estany, fundador de las Siervas de San José, tanto en su rama castellana como en la catalana; Isabel de Maranges (La Bisbal; Baix Empordà, 1850), cofundadora con él de las Siervas y víctima, como tantas otras fundadoras, de la ingratitud de sus hijas; Teresa Toda Juncosa y su hija Teresa Guasch Toda, ambas de Riudecañas , en el Baix Camp, donde nacieron en 1826 y 1848, fundadoras de las Carmelitas Teresas de San José; la venerable Filomena de Santa Coloma, Nacida en Mora de Ebro en 1841, mística notabilísima que en el convento de mínimas de Valls llegó a altas cumbres de contemplación; Teresa Gallifa, de San Hipólito de Voltregá, , en Osona, fundadora de las Siervas de la Pasión; el gran obispo de Cataluña, aunque no naciera en el Principado sino en Vinaroz, José Domingo Costa y Borrás, que rigió ejemplarmente tres diócesis catalanas, Lérida, Barcelona y Tarragona y fue la cabeza moral del episcopado español de la época; María Gay Tubau, nacida en Llagostera, , en el Gironès, en 1813, fundadora de las religiosas de San José de Gerona; los hermanos Gertrudis y Marcos Castañer, mataroneses, fundadores de las Filipenses de la Enseñanza; María Esperanza González Puig, nacida en Lérida en 1823, fundadora de las Misioneras Esclavas del Inmaculado Corazón de María; el vicense Lorenzo Pujol, de 1805, fundador de las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento; el ejemplar canónigo Joaquín Masmitjá, de Olot, 1808, fundador de las Hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María, hoy Misioneras Corazón de María; José Gras y Granollers, de Agramunt, en el Urgell, 1834, canónigo de Granada fundó allí las Hijas de Cristo Rey, además de ser un escritor infatigable; Buenaventura Codina, natural de Hostalrich, Selva, en 1785, santo obispo de Canarias a donde se llevó con él al P. Claret que fue llamado también el "apóstol de Canarias".
Y Catalina Coromina, hija de Oristá, Osona, 1824, que fundó las Hermanas Josefinas de la Caridad; Miguela Grau, de San Martín de Provençals, 1837, fundadora de las Hermanas de la Doctrina Cristiana; María Güell, de Valls, 1848, fundadora de las Misioneras Hijas del Corazón de María; Ana María Janer, de Cervera, 1800, fundadora las Hermanas de la Sagrada Familia de Urgel; el notable y belicoso obispo de esta última diócesis, José Caixal, colaborador íntimo del P. Claret en sus misiones, nacido en Vilosell, las Garrigues, en 1803; el cardenal Vives y Tutó, de San Andrés de Llavaneres, en el Maresme, 1854, martillo del modernismo e íntimo colaborador de San Pío X; Ana Ravell, de Arenys de Mar, 1819, fundadora de las Franciscanas Misioneras de la Inmaculada Concepción; el jesuita José Mach, Barcelona, 1810, uno de los misioneros apostólicos más destacados en una tierra en la que tanto abundaban; Lutgarda Mas, Barcelona, 1830, fundadora de las Mercedarias Misioneras de Barcelona; Primitiva Munsuñer, Figueras, 1850, fundadora de las Franciscanas de San Antonio; Enriqueta Rodón, Barcelona, 1863, de dificilísima vida en su juventud, fundadora, fuera de Cataluña de las Franciscanas del Buen Consejo; el benedictino José María Benito Serra, obispo de Daulia, fundador de las Oblatas del Santísimo Redentor y declarado carlista, nacido en Mataró en 1810; el genial poeta Jacinto Verdaguer hijo de Folgueroles, en Osona, 1845, cuyos extravíos exorcistas y excesos en sus generosidades eran animados por un inmenso amor a Jesucristo y a su Santísima Madre, por lo que, si faltó sería mucho más por obcecación de entendimiento que por decisión de la voluntad y, fuere lo que fuere, quien obsequió a la Virgen con el Virolai, no iba a ser desatendido por ella en el cielo; el dominico Francisco Xarrié, de Barcelona, 1792, campeón en la lucha intelectual contra el liberalismo; José Xifré, hijo de Vich, colaborador indispensable del P. Claret en la fundación y, tras su muerte, en la dirección del Instituto que el santo fundara; Dorotea de Chopitea, que aunque nacida en Chile, en 1816, llegó de niña a Barcelona y que pondría su fortuna al servicio de la Iglesia y de la caridad y en quien Salesianos, Salesianas, Hijas de la Caridad y Hermanos de las Escuelas Cristianas, sobre todo, encontraron la protectora de todas sus empresas; Carmen Sojo de Anguera, nacida en Reus en 1856, sierva de Dios, que dirigida espiritualmente por el cardenal Casañas, vivió santamente en el mundo hasta morir con fama de santidad universalmente reconocida en Barcelona ...
¿No os parece impresionante esta enumeración? Pues podríamos añadir bastantes más nombres a esta larguísima lista de lo que Cataluña aportó en el siglo XIX a la Iglesia de España. Y daros cuenta que en todos estos nombres no hay ningún liberal. Ni ningún catalanista. Carlistas, bastantes de militancia, de simpatía la inmensa mayoría. Los demás, simplemente apolíticos.
¿No creéis que con toda razón puedo llamar a esta tierra bendita, tierra de santos? Pero al mismo tiempo que nacía y se plantaba santidad germinaban y crecían los frutos envenenados que el liberalismo plantó a lo largo de todo el siglo XIX, desde la invasión francesa y las Cortes de Cádiz hasta la Revolución de 1868, el krausismo y la posterior Institución Libre de Enseñanza. La Semana Trágica, en 1909, fue un aviso con las iglesias ardiendo en Barcelona. Y junto a la planta del marxismo y el anarquismo crecía otra exótica, la del nacionalismo. Y así como a las primeras no hubo católico que las regara no faltaron cuidadores, incluso sacerdotales, a la última. Pensando, sin duda, que sus frutos iban a ser católicos. Y cuando vieron que no, estaban tan comprometidos con su cuidado, que prefirieron el nacionalismo a la religión.
Pero antes de referirme a esto dejadme continuar con la Cataluña de los santos. De los santos del siglo XX. De los de ayer mismo. De aquellos que algunos de los que hoy me oís habéis incluso conocido.
Mucho silencio, mucha zancadilla, mucha vergüenza. Dejadme que no profundice en ello pues son miserias de mi Santa Madre Iglesia y me duele hasta recordarlas. Se rompió el silencio, se impidieron las zancadillas y desapareció la vergüenza. Los santos, los innumerables santos de la España de 1936, y muy particularmente de la Cataluña de 1936, no están subiendo al cielo, que allí estaban desde el día mismo de su martirio, muy cerca de Jesús, sino que están subiendo oficialmente a los altares. Al reconocimiento público de sus heroicas virtudes por la Iglesia. Pese a quien pese, duela a quien duela. Para gloria de aquellos santos, sí, pero también para gloria de aquella Iglesia en cuyo amor fueron bautizados, crecieron y fueron asesinados. Y para gloria de aquella Patria que cosechó en un año más santos, muchísimos más santos, que todos los de la historia de España juntos.
Y todos aceptando la muerte por Cristo, el pasaporte directo al cielo, sin una sola protesta, sin una sola cobardía, sin una sola apostasía. Los santos de Cataluña del siglo XX. Los innumerables santos catalanes del siglo XX. Acaba de estar entre nosotros Juan Pablo II para canonizar a cinco beatos españoles. Ninguno era en esta ocasión catalán: tres andaluces, Sor Ángela de la Cruz y los Padres Rubio y Poveda, una valenciana, la Madre Genoveva Torres y otra madrileña, Santa Maravillas de Jesús. Y pocas veces un nombre respondió tanto a la verdad como el de esta carmelita, la Madre Maravillas, que en verdad nos mostró las maravillas de Jesús. Mártir lo fue el P. Poveda. Pero ya antes que él había llegado a esa definición solemne, un humilde y desconocido hermano de las Escuelas Cristianas, Jaime Hilario Barbal y Cosat, nacido en Enviny, Pallars Sobirà, en 1898, y asesinado cuando aún no había cumplido los cuarenta años. Fue el primer catalán santo de la Cruzada de 1936, yo prefiero decir que fue el primer español, nacido en Cataluña, mártir en la Cruzada de 1936.
Tras él vendrán innumerables. El obispo de Barcelona, monseñor Irurita con 279 sacerdotes de su clero diocesano. Y 194 sacerdotes de Gerona. Y al obispo de Lérida, monseñor Huix con 270 de sus sacerdotes, muchos más de la mitad de los que tenía la diócesis que, después de la de Barbastro, fue la más masacrada de España. De cada cien sacerdotes, asesinaron a sesenta y seis. Y 60 de Solsona. Y 131 de Tarragona, encabezados por su obispo auxiliar monseñor Borrás. Y 316 de Tortosa, la tercera de las diócesis de España en el cuadro de honor de las más gloriosas pero también, para vergüenza de sus hijos, donde hubo más asesinos. En Tortosa, de cada cien sacerdotes sólo asesinaron a sesenta y dos. Y 109 sacerdotes de Urgel. Y 177 de Vich.
¿Os dais cuenta de que hablo de más de 1500 sacerdotes asesinados en Cataluña? ¿Sabéis, vivís con el orgullo, con el santo orgullo de que tenéis a más de 1500 santos en el cielo? ¿Qué si hay justicia eclesial el santoral terminará lleno de nombres catalanes? ¿Qué el cielo está lleno de santos sacerdotes de Cataluña?
Y no he hablado de los religiosos. Sólo de la diócesis de Barcelona, e incluyendo alguno extradiocesano que se encontraba de paso en ella, fueron asesinados 12 agustinos; 23 benedictinos, casi todos ellos de Montserrat; 1 camilo; 27 capuchinos, en su mayoría de Sarriá; 15 carmelitas descalzos; 4 carmelitas calzados; 3 hermanos terciarios carmelitas; 6 cartujos de Tiana; 28 jesuitas; 10 dominicos; 60 escolapios; 7 franciscanos; 6 franciscanos menores conventuales; 42 hermanos de las Escuelas Cristianas; 46 gabrielistas; 91 maristas; 2 mercedarios; 3 mínimos; 36 claretianos; 3 misioneros del Sagrado Corazón; 3 misioneros de los Sagrados Corazones; 4 misioneros de los Sagrados Corazones del mallorquín P. Roselló; 4 operarios diocesanos; 9 oratorianos; 3 paúles; 4 pasionistas; 17 hijos de la Sagrada Familia; 21 salesianos; 9 religiosos de San Pedro ad Vincula; 29 hermanos de San Juan de Dios; 9 hermanos de la Caridad de la Santa Cruz; 1 trinitario. Que suman más de 500.
Y sin salir de la diócesis barcelonesa y en el colmo de la barbarie asesina: 2 carmelitas de la Caridad; 4 carmelitas terciarias descalzas (del P. Palau y Quer); 2 de la Compañía de Santa Teresa; 3 religiosas de la Divina Pastora; 1 dominica; 2 beatas dominicas; 5 dominicas de la Anunciata; 1 hermana de la Doctrina Cristiana; 2 hijas de la Caridad; 2 salesianas; 2 franciscanas de la Misericordia; 1 franciscana de la Natividad; 1 franciscana de los Sagrados Corazones de Jesús y María; 1 religiosa del Inmaculado Corazón de María; 9 mínimas; 2 misioneras de la Inmaculada; 5 reparadoras y 1 hermana de San José. Un total de 46 monjas, de 46 santas e inofensivas mujeres. Sólo en la diócesis de Barcelona.
La estadística de los seglares mártires, de los seglares asesinados sólo por católicos, por odio de los asesinos a Dios y a la Iglesia, es imposible de hacer. Imaginárosla a tenor del número de los consagrados. Resumámoslos en las hermosas figuras de dos jóvenes. El ya beato Francisco Castelló Aleu, elevado a los altares por Juan Pablo II en 2001, asesinado en Lérida, químico de 22 años, que dejó tres emocionantes cartas a su novia, a su familia y a su director espiritual que reflejan la hermosura de su alma y su vivir cristiano. Y el barcelonés Juan Roig Diggle, asesinado cuando aún no había cumplido veinte años por su militancia católica y con su proceso de beatificación ya muy avanzado. Pedid a Dios por su intercesión que la juventud de hoy recobre los valores cristianos que hicieron que Francisco Castelló y Juan Roig no vacilaran en ofrecer a Dios sus jóvenes vidas antes que renunciar a ellos.
Sé que faltan nombres. Sé que es lo más impropio de una conferencia, por lo monótono y reiterativo. Sé que me estoy pasando del tiempo. Lo sé. Pero os voy a recitar una letanía, una letanía de santos, de nombres catalanes, de pueblos catalanes. En honor de Dios y de sus santos. Os pediría que tras cada nombre dijerais, en súplica emocionada, rogad por nosotros. No es posible. Hacedlo mentalmente. Qué todos rueguen por nosotros. Beatos claretianos Miquel; de Prades de la Molsosa; Sorribes, de Rocafort de Vallbona; Dalmau, de Miralcamp; Casadevall, de Argelaguer; Codina, de Albesa; Roura, de Sorts; Falgarona, de Argelaguer; Baixeres, de Castellterçol; Codinachs, de Santa Eugenia de Berga; Badia, de Puigpelat; Oromo, de Almatret; Brengaret, de Sant Jordi Desvalls; Ros, de Torms; Escalé, de Fondarella; Lladó, de Viladasens; Masferrer, de Sant Vicenç de Torelló; Torras, de Sant Martí Vell; Massip, de Llardecans; Cunill, de Vich; Illa, de Bellvís; Novich, de La Cellera; Pigem, de Vilobí d'Onyar; Riera, de Ribes de Fresser; Capdevila, de Maldá; Clarís, de Olost, martirizados todos en Barbastro; Beatos escolapios Canadell, de Olot; Carceller, de Forcal; Casanovas, de Igualada; Cardona, de Vallibona; Beatas Hermanas de la Doctrina Cristiana Isabel Farré, de Vilanova y La Geltrú; María de la Asunción Mongoche, de Ulldecona; María de Montserrat Llimona, de Molins de Rey; Maria dels Socors Jiménez, de Sant Martí de Provençals; María dels Dolors Saurí, de Barcelona; Beatos Hermanos de San Juan de Dios Llauradó, de Reus; Roca, de Sant Sadurní d'Anoia; Brun, de Santa Coloma de Farners; Roca, hermano del anterior de ese apellido, de Molins de Rey; Forcades, de Reus; Ponsa, de Moyá; Burró, de Barcelona; Cubells, de Coll de Nargó; Borrás, de Sant Jordi; Beatos Operarios Diocesanos Perulles, de Cornudella de Montsant; Sala, de Ponts; Beata Teresiana Mercedes del Sagrado Corazón Prat, de Barcelona... Beatos de Cataluña que habéis llenado el cielo de catalanidad, que no de catalanismo, mirad a esa Cataluña donde nacisteis y mostrándole a Cristo vuestra sangre gloriosa conseguid de El que vuelva a posar sus ojos, amorosamente, en esta tierra de santos, que tantos, a lo largo de tantos siglos, con tanto empeño y a veces con tanta sangre, quisieron para Dios.
El sacerdote, hoy ya beato, era valenciano. Pero, hermano en el martirio de todos los sacerdotes de España, bien pueden sus últimos versos, en la víspera de su asesinato, ponerse en voz de todos aquellos que morían por Cristo:
"Tú que el ejemplo de morir nos diste;
Tú, que has sido Maestro de humildad;
Tú, que la muerte más cruel sufriste,
Dame, Señor, serenidad"
Pero, pedía más. No una ática sofrosine por encima del bien y del mal que hiciera mirar con indiferencia la muerte. Esa muerte no era un episodio que había que superar serenamente. Esa muerte era una muerte por amor. Si no hubieran amado tanto, no hubieran muerto así.
"Que cada bala que en mi cuerpo claven
más me aproxime a Ti, Señor;
mis heridas sean bocas que te alaben
con el místico fuego de tu amor."
Miles de bocas murieron diciendo ¡Viva Cristo Rey! Y miles de bocas abiertas en los cuerpos por las balas asesinas dijeron a Dios que le amaban. Que le amaban sobre todas las cosas. Que le amaban mucho más que a la propia vida.
Cuántos de esos jóvenes catalanes, algunos casi niños, beatos de Cataluña y de Dios murieron asesinados en Barbastro. Yo, y todos debéis tenerla, tengo por esa diócesis, humilde y montañesa, una predilección especial. No me mueve a ello la sangre o el nacimiento, me mueve sólo el considerar que ha sido la diócesis más mártir de España. Más todavía que Lérida y Tortosa. La diócesis que demostró más amor a Jesucristo.
Os lo he contado ya pero quiero de nuevo repetirlo ante todos estos claretianos catalanes asesinados en Barbastro, hoy beatos de Nuestra Santa Madre Iglesia. Lo que pasó, yo me lo imagino así. Un día veraniego en el cielo. Un angelito travieso que se había encaramado a una nube lejana vio acercarse una interminable procesión de gentes. No era a lo que estaba acostumbrado. La gente llegaba normalmente de uno en uno, si alguna vez en grupo, estos no solían ser numerosos. Volvió la cabeza hacia la ciudad celestial y le pareció notar una agitación desusada. Y vio que Cristo se acercaba a la puerta en tarea que habitualmente desempeñaba San Pedro. Cristo, que solía llevar una túnica de un blanco deslumbrante, vestía en aquella ocasión otra de un rojo intensísimo. Ya en la puerta, Jesús vio como la comitiva se acercaba. A su frente, con la mitra en la cabeza, un obispo, todavía relativamente joven, que en vez de báculo llevaba en su mano derecha una hermosa palma, tras él, su cabildo catedralicio, todos también con la palma en sus manos. Y después, los párrocos. Todos los párrocos de su diócesis, cada uno con su palma. Como era una diócesis rural y pirenaica, venían todos con los rostros curtidos de soles y nieves, tal vez no delataban sus caras unas inteligencias superiores pero todos venían sin un solo pecado. Siguiéndoles, vicarios y coadjutores. Todos con la casulla roja y la palma en la mano. Y hubo alguien, o bastantes, hijos de aquellas tierras duras y pobres, llegados al cielo antes, desde Boltañá y Ainsa, Benasque, Bielsa o Graus, o desde otras aldeas más perdidas y más pobres, que se preguntaban como aquellas ajadas vestiduras que recordaban de sus iglesias resplandecían hoy al sol con esos rojos tan vivos. Y después los seminaristas. Los diáconos con sus dalmáticas rojas, los otros, casi niños, con sus roquetes blancos sobre la sotana negra. Y también, todos, con la palma. Les seguían los religiosos: los claretianos de Barbastro, todos, la inmensa mayoría con veinte años apenas cumplidos, catalanes, tantos; los benedictinos del Pueyo, los escolapios de la capital.... Los seglares a continuación. Aquí el atuendo variaba, si todos acudían con sus mejores galas, los había con trajes de costosa factura o con aquellos otros, mucho más humildes, con los que los pobres habían vestido sus más solemnes días, sobre todo el de la boda... Y entre estos, orgulloso con su palma, su traje de boda y su sangre gitana, aquel que llamaban El Pelé...
Conforme se acercaban al cielo comenzaron a oírse sus cánticos y a distinguirse sus rostros. Denotaban éstos la inmensa felicidad de los que habían corrido bien la carrera y llegaban triunfadores a la meta. Y sus voces decían, aseguraban, proclamaban: Cristus vincit, Cristus, regnat, Cristus, imperat. Y según se acercaban a las puertas del cielo sus ecos eran más firmes, más triunfales, más atronadores.
Cristo, en la puerta parecía emocionado. Llegó el obispo y lo apretó en estrechísimo abrazo. Como a los canónigos, a los sacerdotes, a los religiosos... Y cuando llegaron aquellos chicos, de tan pocos años, seminaristas y novicios, dicen los que estaban más cerca de El que una lágrima de amor y de agradecimiento corrió por sus divinas mejillas. Y que cuando le tocó la vez al gitano, que le había confesado delante de los hombres, el abrazo fue si cabe más apretado, más amoroso.
Estoy seguro de que fue así. No sería Dios si no hubiera sido así.
Pero vayamos al terreno de los historiadores. Nos detendremos sólo un momento en esta verdaderamente, por su martirio, Santa Iglesia de Barbastro. Fue asesinado el 87,8% de su clero secular –de cada cien sacerdotes mataron a ochenta y ocho y prácticamente a todo el regular. Y, ya en el colmo de la barbarie, a su obispo, monseñor Asensio, lo castraron antes de asesinarle. Sin anestesia, como a un cochino. Y con andares vacilantes y entre tremendos dolores caminó al lugar del martirio. ¿Quién nos ha pedido perdón? ¿Qué hijo de mala madre se atreve a decirnos que le hemos de pedir perdón?
Pero no es este lugar de reivindicaciones sino de proclamación de gloriosas andaduras eclesiales. Santos gloria de Cataluña. Santos gloria de España. Santos gloria del Cielo.
Y ahora, después de la gloria, descendamos a la dura situación actual. Esta tierra de santos se ha convertido, en el día de hoy, en la región más secularizada de España, donde hay menos cumplimiento dominical, donde hay menos vocaciones sacerdotales, donde menos se pone la cruz a favor de la Iglesia católica en las declaraciones de la renta... Según los datos de este año de 2003, si en Barcelona hay 61 seminaristas, cifra no muy entusiasmante pero que no es un baldón para el cardenal Carles –ocupa el séptimo lugar por número de seminaristas entre las diócesis de España, después de Madrid, Toledo, Valencia, Getafe, Sevilla y Cartagena-, Gerona tiene 6 seminaristas; Lérida, 2; Solsona, 5; Tarragona, 8; Tortosa, 9; Urgel, 5 y Vich, 2. Y este curso 2002-2003, salvo los 15 nuevos seminaristas que ingresaron en Barcelona, en Solsona y Urgel sólo ingresaron 3, en Gerona y Tortosa, 2; en Tarragona, 1 y, ninguno, en Lérida y Vich.
El panorama es aterrador. Y tengo para mí que lo ha provocado el catalanismo, el nacionalismo "exacerbado" en terminología de Juan Pablo II, que no ha confundido religión y política sino que ha puesto a la religión al servicio de la política en una inversión radical de lo que habían sido los principios cristianos que siempre habían puesto a la política al servicio de la religión.
Porque no es posible que se pueda mantener por mucho tiempo, por brillantes y embaucadores que sean los misioneros de la idea, que Jesucristo vino al mundo para imponer la lengua catalana, que no se puede ser buen católico sin ser catalanista, o que era Cataluña, y no la palabra de Cristo, lo que había que predicar a todas las generaciones. Y lo mismo cabe decir del nacionalismo vasco. Por mucho que le pese a ese obispo ya en vísperas de la jubilación que es Juan –perdón, Joan-, Carrera Planas o a su todavía más impresentable hermano, el obispo emérito de San Sebastián, José María Setién.. ¿O hay algo más en apoyo de lo que sostenemos que aquellos seminarios de las Vascongadas, con mil seminaristas, más o menos en cada uno de ellos, tengan hoy, el de Vitoria, 2 seminaristas y ningún ingreso en el presente curso; 10 seminaristas el de Bilbao, con un solo ingreso en este curso 2002-2003; y 10 el de San Sebastián, con dos ingresos?
Es como si por donde hubiera pasado esa Iglesia nacionalista hubiera desaparecido la religión.
Termino. Encomendándome a un santo ya del siglo XXI. Yo, que ya soy mayor, no sé si lo veré en los altares con mis ojos terrenales. Seguro estoy que si no lo veo aquí, lo veré, también con inmensa alegría, con los ojos del cielo, donde espero estar, no por mis pobres méritos sino por la infinita misericordia de Dios. Los jóvenes que hoy me escucháis seguro que estaréis en su gozosa beatificación.
Para que Cataluña siga siendo la tierra de santos que ha sido, desde tu Sentmenat soñado y amado, queridísimo José María Alba Cereceda, sacerdote de Jesucristo, hijo de la Compañía de Jesús, fundador de los Misioneros y de las Misioneras de Cristo Rey, San José María Alba seguro que muy pronto, ruega por tu España católica, ruega por tu Cataluña católica, para que vuelva a ser tierra de santos, ruega por nosotros.
Amén.
Amén.
Amén.
Francisco José Fernández de la Cigoña
(Sentmenat, 18-V-2003)