Mucho se ha hablado, se está hablando y se hablará de lo que ha ocurrido con el Estatuto catalán, pero también es verdad que, se queja mi amigo Ramón de ello con pesar y lo comparto, han sido pocos desde la blogosfera progresista los que han dado su visión sobre esta cuestión.
La visión de la derecha no nacionalista ya la conocemos, está por encima de todo y con todas sus fuerzas por lo que ellos llaman: la unidad de España. Sin fisuras apoyan esa unidad que viene desde el siglo XVI y que creen inamovible y sometida a un poder central. Rechazan los nacionalismos y sin embargo quieren imponer a los demás: el más puro y radical nacionalismo español.
Lo que no ha quedado claro es la visión desde la izquierda. Y es que en la izquierda hay posiciones que también minimizan el federalismo y lo someten a un internacionalismo como si ambas cosas fueran incompatibles. Todavía hay una izquierda jacobina a la que las autonomías y el federalismo les produce alergia. Una izquierda jacobina que defiende un estado centralista indivisible incapaz de entender que es compatible la solidaridad con el reparto territorial del poder.
Mi postura siempre ha sido clara, soy federalista, por lo tanto entiendo este país como una suma de territorios con diferencias pero que puedan entenderse y que deben ser lo que cada uno de ellos quiera ser, por encima de imposiciones, todo ello encajado en un estado plural.

El éxito de la manifestación del sábado es una clara demostración de que Catalunya no está de acuerdo con el estatuto recortado por el tribunal Constitucional. Y es que no es posible estar de acuerdo –a pesar de que el tribunal haya aprobado la mayoría de sus artículos— con el proceso que ha definido este estatuto.
El Partido Popular, como hace siempre que no está de acuerdo con una ley, recurrió el estatuto al Constitucional. Y este Constitucional, que es un zombi viviente, es quien ha retocado el estatuto. Un estatuto que ha pasado todas las pruebas del algodón: El parlament lo aprobó, el Congreso de los diputados lo aprobó y el pueblo de Cataluña lo aprobó. ¿Acaso no es esto democrático? ¿No se ha seguido lo decidido por la soberanía popular? ¿Por qué unas pocas personas, juristas, la mitad de los cuales está en prórroga forzosa y debería haberse renovado, pueden cambiar la voluntad popular?
Es malo, muy malo tensar la cuerda. Este estatuto, así lo ha dicho el parlamento español, estaba aprobado y recortarlo es anteponer la voluntad de unos pocos a la de la mayoría. Y no vale echar mano de la separación de poderes cuando la cúspide del poder judicial está elegida por el poder legislativo.
Recuerdo que el estatuto vasco de Ibarretxe se echó atrás en el parlamento español. Ahora cuando un estatuto ha pasado todas las pruebas democráticas ha de ser un pequeño colectivo de élite jurídica, desacreditado con sus miembros asentados en una poltrona de forma irregular, el que diga la última palabra. Pues no. La última palabra la ha de dar el pueblo directamente o por vía de sus representantes. La Constitución también ha de estar sometida a la voluntad popular, y emana de ella. Y como quiera que es una ley sujeta a posibles interpretaciones la última palabra la ha de tener la soberanía popular. Y si un referéndum, y dos parlamentos, el local y el central, no son válidos, que alguien me explique por qué lo podrían ser cuatro jueces politizados que actúan al dictado de sus amos.
Cataluña será lo que los catalanes quieran que sea. Lo demás terminará por radicalizar la cuestión y por romper definitivamente la convivencia.
Salud y República
