Revista Comunicación

Cataluñazo

Publicado el 09 septiembre 2017 por Nafuente
Cataluñazo

Pido disculpas de antemano al que se pueda sentir herido por el título de este post, pero no encuentro mejor palabra para definir las peores 48 horas que ha vivido el Parlamento catalán en nuestra reciente democracia. Lo del jueves y el viernes pasados ha sido toda una lección de lo que no se debe hacer en una cámara parlamentaria. Por un lado estaban los miembros de la oposición, ninguneados y pisoteados en todo momento por la presidenta Carme Forcadell que, una vez más, se olvidó de que su cargo es, y debe ser, neutral. Siempre. Por otro lado, estaban los miembros del Govern de Puigdemont y sus socios, que han pisado a fondo el acelerador de la desconexión de España sin importarles ni el reglamento, ni las normas democráticas ni la decencia política.

Discurso memorable y demoledor

En medio de todos, el discurso memorable y demoledor de Joan Coscubiela, portavoz de Catalunya Sí que es Pot, exlíder de Comisiones Obreras en Cataluña y partidario de un referendo de autodeterminación legal y con garantías. Un independentista que puso los puntos sobre las íes y dio un zarpazo a los que van de demócratas y realmente no lo son. Arrancó su discurso advirtiendo de que "estamos viviendo una situación francamente dramática en términos democráticos"...

Aquí, un resumen de sus mejores frases y el discurso íntegro:

"Estoy aquí porque mis padres me enseñaron a luchar por mis derechos. No quiero que mi hijo Daniel viva en un país donde la mayoría pueda tapar los derechos de los que no piensan como ella [...] No se dan cuenta de la gravedad de lo que están haciendo aquí: es muy grave, es cogerle el gusto a la antidemocracia y al autoritarismo y a pisar los derechos de los parlamentarios [...] Estoy dispuesto a partirme la cara para que ustedes voten sobre la independencia de Cataluña, pero no si pisan los derechos de los diputados"

La locura por celebrar como sea el referendo independentista ilegal del 1 de octubre ha sacado de sus casillas a la Generalitat, que sigue desoyendo lo que dice el Gobierno, el Tribunal Constitucional y la Fiscalía General del Estado. Mientras escribo esto, leo que el Govern insta a los catalanes a que impriman ellos mismos en sus casas las papeletas... Esto, y tantas cosas, demuestra que el estado democrático en Cataluña ha pasado al estado del delirio.

Ningun mártir en la Diada

Rajoy, apoyado sin fisuras por el PSOE y Ciudadanos, está siendo inteligente manejando los tiempos del desafío catalán. No quiere que haya mártires de cara a la Diada que se celebra este lunes 11 de septiembre. Rajoy habló claro tras el último Consejo de Ministros extraordinario al advertirles que "no sigan por ese camino, no liquiden sus propias instituciones", en clara referencia al artículo 155, el que anularía la propia Autonomía de Cataluña. Un último paso que no quiere dar porque podría arrastrar nefastas consecuencias. El otro inteligente de este culebrón está justo al lado de Puigdemont. En mi opinión el gran zorro del desafío catalán es Oriol Junqueras, presidente de Esquerra Republicana de Catalunya y vicepresidente de la Generalitat. Agazapado y callado, espera que Puigdemont se convierta pronto en cadáver político. Al president como mucho le quedan tres semanas de "gloria" política, algo que casi todos sospechamos menos su coro de seguidores.

Catalanes estupefactos

Lo siento por muchos catalanes demócratas que esta semana se habrán quedado estupefactos con lo vivido y sufrido en el Parlament. Independientemente de estar a favor o no de la independencia de España -cada uno es libre de pensar lo que quiera- lo que es inadmisible es que un grupo de políticos mediocres falten al respeto a las normas democráticas, al protocolo parlamentario y a los millones de votantes que representan. En sólo 48 horas el movimiento independentista catalán ha perdido muchos puntos y muchos simpatizantes. La Diada del lunes así lo demostrará. Sus excesos y chulerías desprestigian de un plumazo su larguísimo y tortuoso camino hacia la desconexión con España. Su gran error: hacerlo a las bravas. Su gran contradicción: exigir democracia golpeando la democracia.



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