Transcribo de El País
Sueño. JORGE M. REVERTE 12-9-2013
Artur Mas tiene un sueño, imitando a Martin Luther King. Consiste en que, a
lo largo del siglo XXI, Cataluña volverá a ser libre, rica y plena, como dice
el himno de los segadores. Está en su derecho. A lo que no tiene derecho, y por
eso no ahonda en el contenido del sueño del líder de los derechos civiles para
los afroamericanos, es a decir que los catalanes van a ser libres con la
independencia. Sobre todo, porque ya lo son, hace bastante. Al menos, si nos
atenemos a lo que la gente civilizada entiende por libertades, los catalanes
están a la cabeza del mundo, junto con el resto de los españoles (todavía lo
son los catalanes), en el disfrute de la libertad en todas sus manifestaciones.
Los catalanes pueden opinar, manifestarse, votar, estudiar y hablar sus dos
lenguas, casarse por lo civil o por lo religioso, casarse entre personas del
mismo sexo… En fin, pueden como los ciudadanos que más en todo el mundo.
Entonces, ¿por qué se hace una cadena por la libertad? Puestos a
analizarlo, solo hay una razón consistente: para dejar de ser españoles. Por lo
demás, no habría mucha diferencia, porque las fronteras las quitó Schengen, la
moneda seguiría siendo el euro, la corrupción la practicarían los catalanes
igual que los otros ciudadanos, el Código Penal no podría contener la pena de
muerte y, con un poco de comprensión por parte de los vecinos, el Barça
seguiría jugando en la Liga española, salvo que algún bobo se empeñara en que
no.
No se me ocurren más cosas. Veo banderas cuatribarradas por todas partes,
como pasa ahora, y dejo de ver banderas españolas. Poco más.
La libertad que exigía Luther King era para que los negros fueran iguales.
Mas, para que los catalanes sean distintos.
A lo mejor es que quiere
que sean negros.
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Democraciay derecho a decidir. JAVIER CERCAS 13 SEP2013
Es posible que en los últimos tiempos estemos viviendo en Cataluña una
suerte de totalitarismo soft; o, por usar de nuevo el
término de Pierre Vilar, una suerte de “unanimismo”: la ilusión de unanimidad
creada por el temor a expresar la disidencia. El instrumento de esta concordia
ficticia no es la violencia, sino el llamado derecho a decidir: quien está en
favor del derecho a decidir no es sólo un buen catalán, sino también un
auténtico demócrata; quien está en contra no es sólo un mal catalán, sino también
un antidemócrata. Así las cosas, es natural que, salvo quienes sacan un rédito
de ello, en Cataluña casi nadie se atreva a dudar en público de un derecho
fantasmal que no ha sido argumentado, hasta donde alcanzo, por ningún teórico,
ni reconocido en ningún ordenamiento jurídico; también es natural que nadie se
resuelva a decir que, aunque parezca lo contrario, no hay nada menos
democrático que el derecho a decidir. O, dicho de otro modo: ahora mismo, el
verdadero problema en Cataluña no es una hipotética independencia, sino el
derecho a decidir.
Me explico. En democracia no existe el derecho a decidir sobre lo que uno
quiere, indiscriminadamente. Yo no tengo derecho a decidir si me paro ante un
semáforo en rojo o no: tengo que pararme. Yo no tengo derecho a decidir si pago
impuestos o no: tengo que pagarlos. ¿Significa esto que en democracia no es
posible decidir? No: significa que, aunque decidimos a menudo (en elecciones
municipales, autonómicas y estatales), la democracia consiste en decidir dentro
de la ley, concepto este que, en democracia, no es una broma, sino la única
defensa de los débiles frente a los poderosos y la única garantía de que una
minoría no se impondrá a la mayoría. Ahora bien, es evidente que, con la ley
actual en la mano, los catalanes no podemos decidir por nuestra cuenta si
queremos la independencia, porque la Constitución dice que la soberanía reside
en el conjunto del pueblo español (cosa nada rara: salvo la de la extinta Unión
Soviética, que yo sepa, ninguna constitución ha reconocido jamás el derecho de
que una parte del Estado se separe por su cuenta del resto). ¿Significa esto
que los catalanes no tenemos derecho a decidir sobre nuestra independencia? A
mi juicio, tampoco: si una mayoría clara e inequívoca de catalanes quiere la
independencia, parece más sensato concedérsela que negársela, porque es muy
peligroso, y a la larga imposible, obligar a alguien a estar donde no quiere
estar. La pregunta se impone: ¿existe esa mayoría? Los partidarios del derecho
a decidir sostienen que precisamente para eso, para saber si existe, es
indispensable un referéndum (en este asunto, las encuestas no sirven, como
comprobamos en las anteriores elecciones); pero, antes de usar ese recurso
excepcional e imprevisible, cualquier político honesto y prudente usaría el
recurso previsto por la ley: las elecciones. Quiero decir: unas elecciones en
las que todos los partidos declaren, clara e inequívocamente, su posición sobre
la independencia. En las últimas, los partidos inequívocamente independentistas
(ERC más CUP) sumaron 24 diputados de 135: apenas un 17%. ¿Cuántos diputados
sumarían los independentistas si en unas futuras elecciones el resto de
partidos dijera con claridad si quiere la independencia o no? Eso es lo que
deberíamos saber antes de tomar la vía azarosa del referéndum: si hay una
mayoría de partidarios de la independencia, habrá que celebrar un referéndum;
si no la hay, no.
Es dudoso que vayamos a tener una respuesta a la anterior pregunta, porque
CiU sabe que si defiende la independencia en unas elecciones, las perderá (y
antes se habrá roto por dentro: aún no sabemos si Convergència es
independentista, pero sí sabemos que Unió no lo es), así que seguirá sin decir
la verdad a sus electores; en cuanto a la izquierda, todo indica que seguirá
atrapada en la telaraña ideológica que le ha tejido CiU –de ahí que acepte el
derecho a decidir–, cavando su propia tumba y minando la democracia. No veo
otra forma de decirlo: se puede ser demócrata y estar a favor de la independencia,
pero no se puede ser demócrata y estar a favor del derecho a decidir, porque el
derecho a decidir no es más que una argucia conceptual, un engaño urdido por
una minoría para imponer su voluntad a la mayoría.