Hace ya algún tiempo escribí un artículo titulado “las dos Españas” en el que hacía referencia a la España de los vencedores y a la de los vencidos, la democrática y la intolerante con un ideario más propio de otros tiempos, que por desgracia parece ser que es el que representa y defiende el partido que gobierna en el estado. Pero tal como en aquel momento hablé de dos formas de pensar diametralmente opuestas que tenemos en España también pensaba que podría dar argumentos parecidos hablando de mi Catalunya, pero a la hora de ponerme delante del ordenador he visto lo difícil que es intentar hacer el mismo ejercicio si se quiere ser lo más objetivo posible y se quiere tener un cierto rigor. Me explico o al menos lo intentaré.
Es innegable que en estos momentos tenemos dos Catalunyas y la pertenencia a una u otra iría en función del deseo de seguir siendo parte de un estado más grande, con sus pros y contra, o querer desvincularse definitivamente del estado Español. Pero la cosa no es tan sencilla pues sería muy estúpido por mi parte vincular, por poner un ejemplo, a los partidarios de seguir formando parte del estado con la España rancia y anacrónica que parece vivir del recuerdo de sus grandes gestas imperiales, despreciando la plurinacionalidad del conjunto del país, al igual que no sería ético ni justo identificar el bloque independentista con aquel independentismo de hace algunos años, provinciano, algo xenófobo y que despreciaba lengua y apellidos castellanos –y quien diga que esto no es cierto será porque no vivió en sus propias carnes eso de oírse llamar repetidamente botifler o xarnego, así como otras lindezas.
Pero por suerte el pasado pasado está y actualmente mi tierra es una tierra abierta, una tierra de acogida, un país moderno, con recursos, democrático y plural. Un país que se hizo grande gracias al trabajo de las cientos de miles de personas que en su día se vieron obligadas a abandonar su tierra en busca de un futuro mejor, personas que procedían mayoritariamente del resto del estado. Y por eso en la actual Catalunya ya nadie, o casi nadie, pone en tela de juicio la catalanidad de quienes no son nacidos en esta tierra, porque en una amplia mayoría se han ganado a pulso su derecho a ser catalanes o a lo que se quieran sentir.
Todo el mundo tiene derecho a sentirse de donde quiera y a pensar como le plazca, y por ello no se debería demonizar a nadie por sus sentimientos patrios. Por lo tanto no sería justo decir que unos u otros representan todo lo bueno o todo lo malo, porque los retrógrados e intolerantes están en todas partes.
Dicho esto también me gustaría remarcar que el evidente incremento de personas que apuestan por el derecho de Catalunya en convertirse en un nuevo estado ya no es una mera cuestión de nacionalismo, pues entre los partidarios de una posible independencia no todos desean ser etiquetados como nacionalistas. El nacionalismo catalán ha conseguido atraerse hacia sí, cambiando su discurso y haciéndolo más inclusivo, a un elevado número de personas que en otras circunstancias difícilmente se hubieran planteado darle su apoyo. Y este ha sido el gran éxito de los partidos nacionalistas.
Pero no es menos cierto que el incremento y aparente éxito del independentismo también se le debe agradecer a la intolerancia, mala gestión y las pocas luces demostradas por la mayoría de gobiernos del estado, principalmente de la rancia derecha española, que en lugar de evolucionar parece haber involucionado recuperando lemas de nefastas y tristes épocas pretéritas como aquel que rezaba “…una grande y libre”. Si España hubiera querido ser grande lo que tenía que haber hecho es dotar de cierta libertad a todas las nacionalidades que configuran el estado y no aprovecharse como lo han hecho de Catalunya. Tal como se ha dicho en más de una ocasión “el PP ha conseguido atraer a más gente y despertar más simpatías por el nacionalismo catalán que los propios partidos nacionalistas”.
Por lo tanto es evidente que la falta de respeto y de valores democráticos, así como la manipulación de masas a través del control de ciertos medios y usar las instituciones en provecho propio y de determinadas élites (como sería el caso de quienes se lucraron con las famosas comisiones del 3%) no es algo que se le pueda atribuir a determinado grupo de catalanes en función de su ideario nacional, ya que por desgracia este tipo de contravalores y hechos no son patrimonio exclusivo de nacionalistas catalanes o españoles. No es una cuestión de buenos y malos, porque los indeseables se hallan en todas partes e ideologías contaminando y propagando un fanatismo descerebrado y en algún caso interesado, un fanatismo que muchas veces nace de aquellos que la única patria que conocen no es otra que la del dinero.
MSNoferini
Cap a on anirem?