¿Os acordáis de aquel post en el que analizaba el «escepticismo» de algunos anarquistas clásicos -aunque extrapolable a otras corrientes mayoritariamente humanistas, progresistas, industrialistas y anticlericales- con respecto al cambio climático y demás catástrofes en acto y en potencia, quienes no por casualidad tildan de "curas" a los que no comulgan con su concepto de libertad? Pues bien, nada más comenzar el libro me topé con un par de fragmentos que bien podrían servirnos no solo como continuación a dicho post, sino probablemente también como superación, pues en ellos se critica el uso ecototalitario y propagandístico de la catástrofe sin subestimar en ningún momento la realidad de la misma. En otras palabras, la síntesis que andaba buscando. La cita en cuestión es más larga de lo habitual, pero espero que compense por el interés y la reflexión, interior y exterior, que pueda generar:
Los técnicos de la administración de las cosas se atropellan para anunciar con aire triunfal la mala nueva, ésa que al final vuelve ociosa cualquier disputa sobre el gobierno de los hombres. El catastrofismo de Estado es, de modo declarado, una incansable propaganda a favor de la supervivencia planificada; es decir, de una versión más autoritariamente administrada de lo que existe. En el fondo, después de tantas evaluaciones de datos y estimaciones de plazos, sus expertos tienen una sola cosa que decir: que la inmensidad de lo que está en juego (de los «desafíos») y la urgencia de las medidas que habrá que adoptar anulan la idea de que pudiese aligerarse siquiera el peso de las coerciones sociales, que tan naturales se han vuelto. (...) Si bien el curso exacto del calentamiento sigue siendo muy incierto tanto en su velocidad como en sus efectos -aunque sin embargo estamos todos lo bastante cultivados para que nos hablen de permafrost, de albedo y hasta de clatratos y de la «cinta transportadora oceánica»-, el escenario del cambio climático permite promover todo un abanico de «soluciones» que apelan a la vez al Estado, a la industria y a la disciplina individual del consumidor consciente y responsabilizado: medidas fiscales, ecología industrial (nuclear incluida), geoingeniería planetaria, racionamiento impuesto pero también voluntario y hasta esas modernas indulgencias que se ganan los que viajan en avión pagando una «compensación por emisiones». (...) A fin de prevenir cualquier malentendido, tenemos no obstante que precisar que la crítica de las representaciones catastrofistas no implica en absoluto que veamos en ellas, como a veces se hace, meras invenciones sin el menor fundamento, difundidas por los Estados para asegurar la sumisión a sus directrices, o, más aviesamente, por grupos de expertos interesados en asegurar su carrera dramatizando más de la cuenta su «campo de investigación». Semejante denuncia del catastrofismo no siempre es cosa de gente que defiende de ese modo tal o cual sector de la producción industrial particularmente cuestionado, o incluso la industria en su conjunto. Así, se ha dado el caso de curiosos «revolucionarios» que sostenían que la crisis ecológica de la cual nos llega ahora la información en avalancha no era en suma más que un espectáculo, un señuelo mediante el cual la dominación trataba de justificar su estado de excepción, su consolidación autoritaria, etc. Podemos ver perfectamente cuál es el motor de tan expeditivo escepticismo: el deseo de salvar una crítica social «pura», que de la realidad solo quiere tener en cuenta lo que le permita prorrogar el viejo esquema de una revolución anticapitalista condenada a recuperar, por supuesto que «superándolo», el sistema industrial existente. En cuanto a la «demostracion», el silogismo es el siguiente: dado que la información mediática es obviamente una forma de propaganda en favor de la organización social existente y que dicha información concede ahora un amplio espacio a diversos aspectos aterradores de la «crisis ecológica», entonces esta crisis no es sino una ficción inventada para difundir las nuevas consignas de la sumisión. Otros negacionistas, como se recordará, aplicaron la misma lógica al exterminio de los judíos europeos: dado que la ideología democrática del capitalismo obviamente no era sino un falso disfraz de la dominación de clase y que dicha ideología hizo después de la guerra amplio uso en su propaganda de los horrores nazis, entonces los campos de exterminio y las cámaras de gas solo podían ser invenciones y montajes.