(JCR)
De repente, en la tristísima y desesperada República Centroafricana brilla la esperanza de que el ciclo de violencias que no cesa puede estar a punto de llegar a su fin y la paz puede ser algo distinto a un sueño distante. Ayer, 20 de enero, el Consejo Nacional de la Transición eligió a la persona que ocupará la presidencia del país hasta que se celebren elecciones democráticas dentro de un año: se trata de Catherine Samba-Panza, quien hasta ahora era la alcaldesa de Bangui. Estará poco tiempo en el poder, pero por lo menos será alguien que no tiene nada que ver ni con los grupos armados que han martirizado a este país ni con los políticos corruptos que no han dejado de saquearlo. Centroáfrica se convierte así en el tercer país africano –junto con Liberia y Malawi- que tiene una mujer presidenta.
La mañana de ayer empezó bajo el signo de la tensión. El día antes, domingo, una muchedumbre de violentos mató sin piedad a pedradas a dos musulmanes en el barrio Sango, un lugar bastante céntrico. Les acusaron de haber causado la muerte unos días antes de un taxista del barrio que había desaparecido. Una vez muertos, llevaron sus cadáveres hasta una rotonda, los rociaron de gasolina y les prendieron fuego mientras una patrulla de la MISCA (la fuerza de la Unión Africana en Centroáfrica) acudió –tarde ya- para evitar que la violencia fuera a mayores. Por la noche se oyeron disparos muy cerca de donde vivo. Eran los militares congoleños que intentaban ahuyentar a otros jóvenes que intentaron atacar a otros musulmanes del barrio para quemar sus viviendas. Un amigo que vive en el lugar me confesaba ayer, con una gran tristeza: “No nos hemos hecho aún a la idea de cuánto odio hay en nuestro país entre comunidades (de cristianos y musulmanes); esto llevará mucho tiempo cambiarlo”. Fuera de Bangui, que por lo menos está bajo un cierto control de la MISCA y de los 1.600 soldados franceses que la apoyan, las cosas siguen degenerando y cada día hay nuevos episodios de violencias y venganzas que están desangrando el país.
Sorprende poco que el primer discurso de la nueva presidenta se haya dirigido a los milicianos de uno y otro signo (los musulmanes de la Seleka y sus enemigos, los anti-Balaka) para exigirles sin contemplaciones que entreguen las armas. Este es el grito del millón largo de desplazados que tiene este país de apenas cuatro millones y medio de habitantes que sólo quieren vivir en paz en sus casas. Solo en la capital, Bangui, hay medio millón de personas que han huido de sus hogares que viven en condiciones deplorables. En el aeropuerto, donde se agolpan alrededor de 100.000 desplazados, las mujeres reaccionaron al anuncio de la elección de la nueva presidenta con un impresionante concierto de cacerolas para expresar su alegría. La nueva líder representa la esperanza de que las cosas podrán cambiar y la gente podrá volver a sus casas sin miedo. Determinación no le va a faltar. Cuando, hace pocos meses, tomó posesión de la alcaldía de Bangui, se encontró con un edificio municipal totalmente vacío después de que los rebeldes de la Seleka –que tomaron el poder el 24 de marzo del año pasado- saquearan los despachos y no dejaran ni una mesa, ni una silla, ni un ordenador. Acostumbrada a no perder nunca su sangre fría, lo primero que hizo fue recorrer las instalaciones militares de los señores de la guerra para negociar que le devolvieran el mobiliario, incluido el coche oficial que le habían robado.
La elección de la nueva presidenta de transición ha estado precedida de varios días en los que los miembros del Consejo Nacional han intentado imponer criterios que excluían a antiguos rebeldes y a hombres demasiado involucrados en los anteriores regímenes políticos del proceso de elección. El domingo 19 de enero, de un total de 24 candidaturas presentadas se aceptaron finalmente ocho. La elección, realizada en dos vueltas, enfrentó finalmente a Catherine Samba-Panza con Desiré Kolingba, hijo del antiguo presidente André Kolingba. Esta mujer de 58 años, madre de tres hijos, tiene ahora delante de sí una tarea de titanes. Cuenta con la ventaja de que la mayor parte del pueblo, agotado de líderes que le han desangrado, confía en ella. El anuncio de su elección, además, se produce el mismo día en que los ministros de Exteriores de la Unión Europea han acordado, en Bruselas, reforzar la misión internacional de paz con el envío de mil tropas de varios países europeos. También han prometido ayudar a Centroáfrica con 500 millones de euros para relanzar su economía, que está por los suelos.
El pasado 10 de enero, día en que su antecesor, el líder de la Seleka Michel Djododia, dimitió de su cargo de presidente y partió al exilio, hubo tiroteos en Bangui y actos de venganzas que se cobraron 40 muertos durante dos días. Las reacciones en la calle a la elección de la nueva presidenta han sido muy distintas esta vez, con escenas de júbilo y gritos de alegría. Esta vez ni ha habido tiros. En la casa donde me hospedo la gente me ha preguntado que qué pensaba yo de ella. No he dudado en mi respuesta: “Este país es un huérfano, y lo que más necesita en este momento es una madre”.