Es humano tener fobias. A las arañas, a volar, a un vecino, o a las procesiones de Semana Santa. Hay fobias pa tóo, diría El Gallo, famoso torero.
Ser cristianófobo o catolicófobo no es un delito, aunque le duela a muchos cristianos y a los católicos en especial. Sólo es hacer oposiciones a viajar gratis a las calderas de Pedro Botero, si es que Roma no las elimina como el Limbo.
Ser islamófobo ya es otra cosa: un delito que puede acarrear la ejecución en los países musulmanes, y delito de xenofobia y racismo según los cristianófobos occidentales.
Desde la aprobación de la Constitución, en 1978, los cristianófobos pueden manifestarse libremente en España, aunque antes iban a la cárcel por cualquier expresión agresiva contra el catolicismo, aunque no contra el protestantismo u otras herejías antes del Vaticano II.
Para vengarse quizás de ese pasado nacionalcatólico la Asociación Madrileña de Ateos y Librepensadores (AMAL) está empeñada en montar provocativamente el jueves santo contraprocesiones ateas al lado de las tradicionales procesiones católicas.
Como le han denegado el permiso prometen acudir al Tribunal Europeo de Derechos Humanos, aunque de momento están con su demanda en el Tribunal Superior de Justicia madrileño y temporalmente deben renunciar a su exhibición.
Tienen demasiada ira y carecen de sentido del humor. Deberían aprender de los leoneses (nada que ver con Zapatero) que, sin interferir en las procesiones católicas, hacen culto todos los jueves santo en el Barrio Húmedo desde 1929 –con el paréntesis del franquismo--, a Genarín, un borrachín atropellado y muerto ese día por el carro del basurero.
Genarín ha realizado al menos cuatro milagros, uno de ellos el de la redención de la prostituta que lo descubrió muerto, y que volvió purificada a su Lugo natal. Otro fue un gol increíble que necesitaba mucho la Cultural Leonesa.
El tercero es la curación de un enfermo de riñón, al que libró de una piedra, un cálculo renal enorme, al evacuar su vejiga donde había muerto. El cuarto, el descalabramiento de un impío que escalaba la muralla hasta la hornacina para robar las botellas de orujo que le ponen como ofrenda sus creyentes.
Hay quien es genarinófobo y a nadie molesta. El problema con los catolicofóbicos madrileños es que tratan de provocar a los católicos, y hasta les gustaría quemar iglesias, como señalan algunos de sus miembros.
Deberían procesionar en un barrio húmedo cualquiera de la ciudad, o hacerlo ante la figura del Ángel Caido, de Ricardo Bellver, en el parque del Retiro, la única estatua a Satanás que se dice que existe en el mundo.
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SALAS y la bendita lluvia