Noté la primera dentellada el viernes, entre la primera y la segunda clase. Estaba sola, yo entre la mesa y la silla, la carpeta de las notas abierta descuidadamente a un lado y los trabajos pendientes por corregir desparramados desordenadamente encima del escritorio. Supe que debía ser más rápido que él y me arrastré hacia la tableta de pastillas para el estómago: una ahora, rápido, y otra dentro de sesenta minutos, justo antes de comenzar la siguiente clase.
Los afilados dientes se conviertieron pronto en una pinza que me fulminó la boca del estómago hasta bien pasada la cuarta hora de clase; los alumnos de mi tutoría fueron conscientes de que no podía más.
- Tienes mala cara, profe -me dijo una.
- Lo sé -le contesté, apretándome sin disimulo donde el frío de las punzadas era mayor-, pero resistiré.
Una madre quiso saber de su hija después; me revolví en mi asiento mientras enumeraba los porqués de comportamientos y notas. Las punzadas eran cada vez más agudas, concretas, lacerantes. No podía abusar de nuevo de mis pastillas, condenada por hoy a engancharme al aluminio que otras veces me ha permitido aguantar.
- Tienes mala cara -me dice una compañera-. ¿No te vas a casa?
- No -contesto, intentando suavizar mis pasos para que la mordedura sea menor-, me queda una hora.
Él decide, al saberlo, que deja en el salón la maleta de su inminente viaje. Vamos al médico como quien vuelve de la batalla, a rastras, la mano como el caballero en el pecho, seguramente igual de pálida.
- Negre, tienes inflamada la boca del estómago -me dice el médico de urgencias-. Nada que no se pueda reparar con dieta, tus pastillas y, sobre todo, mucho descanso. Es cansancio, sin duda.
Le oigo a duras penas mientras pienso en mi mochila morada, rebosante de trabajos de alumnos por corregir y tres semanas por delante de último ajetreo de final de trimestre. Él no se va, me obliga meterme en la cama. Niña Pequeña se acerca a ver qué pasa, pues también quiere ser enfermera.
- Papá me va a hacer la cena, mamá -me informa.
Catorce horas después me levanto de la cama. La última vez que dormí más de cinco horas fue cuando volví de un largo viaje desde Honduras.