En las manifestaciones de apoyo al juez Baltasar Garzón, periodísticas, políticas o ante el Tribunal Supremo, en las que acusan de fascistas a los magistrados que lo juzgan por presunta prevaricación, nadie aporta argumentos legales a su favor, sino sólo la exaltación del sentimentalismo que alimenta a los caudillos.
Esa es la dependencia que tienen de Garzón algunos medios informativos y los Gaspar Llamazares, Carme Chacón, Pilar Bardem, y demás miembros de “la zeja”, que protestan contra la “cacería”, el “linchamiento” y “el fusilamiento" al que someten al héroe en el Supremo.
Nadie aporta un argumento racional sobre si era legal o no que hubiera espiado las conversaciones entre unos acusados de corrupción y sus abogados en el caso “Gürtel”, acto sólo lícito, según sus acusadores, en casos de terrorismo y narcotráfico.
A base de grandes golpes debidamente publicitados, unos acertados, otros fracasados, y otros a su capricho --o como venganza personal--, el juez se autopromocionó como estrella de la izquierda radical envuelta en la impunidad mediática.
Así reunió las tres características de todo caudillo: culto a la personalidad que le reconoce infalibilidad; administración caprichosa del poder de enviar a la cárcel a la gente quizás sólo para intimidarla, y como poseedor de la verdad suprema, rechazo a someterse a controles superiores.
Los caudillos así están por encima del bien y del mal. Unos son mayores, Mussolini, Franco, Perón, otros menores, pero que pueden ascender a mayores con su capacidad de intimidar apoyados por el fervor populachero.
Ante los controles del Supremo en este y en otros dos casos de presunta prevaricación, sus seguidores-súbditos sienten ahora que se agrede al que era su creciente Caudillo.
Si el Supremo no llega a controlarlo, Garzón habría incrementado su poder como “juez de la horca”, camino politizado de pequeño Fidel del 15M y del gochismo revanchista.
Y aún así podría salir indemne...
------
SALAS