Revista Historia

Cayetano Ripoll, el catalán que fue la última víctima de la Inquisición

Por Ireneu @ireneuc

Cayetano Ripoll, el catalán que fue la última víctima de la Inquisición

Cayetano Ripoll

La influencia de la Iglesia Católica en la sociedad española ha sido una pesada losa que aún hoy día se arrastra penosamente. Ello es así gracias a algunos personajes que, no por vivir en el siglo XXI dejan de parecer sacados directamente de los episodios más oscuros de la Inquisición. Inquisición que, aunque parezca algo muy lejano, existió hasta bien entrado el siglo XIX y que tuvo en Cayetano Ripoll a su último ajusticiado. Para su información, era catalán ¿Casualidad?

Cayetano Ripoll, el catalán que fue la última víctima de la Inquisición

La villa de Solsona

Cayetano Ripoll -Gaietà Ripoll i Pla, en catalán- nació en 1778 (alguna fuente cita 1768) en la muy catalana villa de Solsona. Allí creció sumergido en toda la religiosidad católica típica de la época durante sus estudios en el colegio de los escolapios de la ciudad. Estudió filosofía y latín durante su juventud y ya de mayor se dedicó al comercio, hasta el estallido de la guerra de la Independencia, en la que participó como soldado contra los franceses. En 1810 fue hecho prisionero y deportado a Francia, de donde volvió en 1814, buscando trabajo en Valencia y colocándose como maestro de escuela en el pueblo de Russafa el cual fue independiente hasta 1877 en que fue absorbido por la capital valenciana, conformando hoy uno de sus barrios. Compaginó esta tarea con su carrera militar hasta el 1823 cuando se licenció.

Cayetano Ripoll, el catalán que fue la última víctima de la Inquisición

Foto antigua del barrio de Ruzafa

Sin embargo, Ripoll, durante su época de destierro en Francia, había entrado en contacto con grupos pacifistas, cuáqueros y librepensadores humanistas que influenciaron fuertemente en su carácter, lo cual se reflejaba en sus métodos de enseñanza y forma de vida, muy desprendida y tremendamente generosa, lo cual lo hizo popular entre sus conciudadanos. A pesar de ello, esta forma de actuar tan moderna no era muy del agrado de algunos elementos de la reaccionaria sociedad del restaurado y siniestro Fernando VII.

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Fernando VII

Ripoll fue denunciado a las Juntas de Fe por diversos padres por no llevar los críos a misa, de cambiar el manido "Ave María Purísima" como saludo por un simple "Alabado sea Dios" y de mentar a Jesucristo y la Virgen tan solo los años bisiestos (en el mejor de los casos). Las Juntas de Fe eran las restauradas herederas de la Inquisición que habían sido abolidas con la Constitución de 1812 y tenían potestad para juzgar asuntos de fe, por lo que iniciaron una investigación a fin de determinar el grado de culpabilidad del "osado" Ripoll.
La investigación llegó a la conclusión que Ripoll estaba cuerdo, que era católico de nacimiento (ergo era hereje, ya que si no eres católico, no puedes ser hereje) y que su conocimiento de Dios se reducía meramente a su existencia -era deísta. Por si ello no era suficientemente grave, Ripoll no creía ni en la virginidad de la Virgen María, ni en la Santísima Trinidad, ni en la infalibilidad de la Iglesia, y, para más herejía, encima, creía que no era necesario acudir a misa para salvarse. O lo que es lo mismo, no dejaba un dogma católico en pie...¡Era Satanás en persona!

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La Inquisición según Goya

El 27 de octubre de 1824, fue declarado culpable de herejía pertinaz, siendo encarcelado durante dos largos años en espera de su sentencia final, tiempo durante el cual, el arzobispado intentó hasta extremos cansinos hacer que el reo se convirtiera de nuevo al buen camino. Ripoll, por su parte, no modificó ni una coma sus pensamientos y continuó con su actitud generosa y humilde para con todo el mundo durante su cautiverio. Finalmente, el 30 de marzo de 1826 fue pasado su caso al departamento de asuntos criminales de la Audiencia de Valencia (Sala del Crimen) para que dictara sentencia en derecho. 
La Audiencia examinó de nuevo el caso, consultó diez nuevos testigos y dictó sentencia el 24 de junio de 1826, condenando a Cayetano Ripoll a la horca bajo la acusación de hereje dogmatizante y de pervertidor de la infancia. Además de despojársele de todos sus bienes y condenado a ser enterrado extramuros del cementerio -es decir, en tierra no sagrada-, la curiosidad es que se dio permiso a que se pusiera bajo los pies del ahorcado un tonel con unas llamas pintadas para asemejar el fuego purificador de la hoguera, donde se metería su cuerpo inerte. La cuestión era quemar a alguien, aunque fuera de mentirijillas. La sentencia se ejecutó el día 31 de julio de 1826 a pesar de la consternación de sus compañeros de cautiverio,  la mayor parte de la sociedad civil y ante un numeroso -y morboso- público asistente.

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Patíbulo


La sentencia de muerte de Ripoll fue a todas luces ilegal, ya que ni la Audiencia tenía competencias en asuntos de fe ni el juicio fue justo, al no ser oída la voz del acusado y no disponer de defensa de ningún tipo. Todo ello produjo un revuelo a nivel internacional, sobretodo en Francia e Inglaterra, por el hecho del ajusticiamiento de un simple maestro de escuela en razón de sus creencias religiosas, lo que acabó por llegar a oídos del propio Fernando VII, el cual reprendió severamente a la Junta de Fe de Valencia por haberse sobreexcedido de sus atribuciones y reduciendo el papel de estas Juntas a lo estrictamente eclesiástico.
Sea como sea, las Juntas de Fe fueron derogadas definitivamente en 1834, dejando al pobre Gaietà Ripoll como el último ajusticiado por un absurdo tema de fe. El bondadoso maestro de escuela sufrió en sus propias carnes la intransigencia y el sectarismo propio de una sociedad ignorante y supersticiosa, borracha de su propia defensa de una religión como palo tutor de un orden social totalmente desfasado y fuera de lugar que, desgraciadamente, parece que aún persiste entre nosotros.

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Placa de la plaza dedicada en Valencia a  Gaietà Ripoll


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