Berlusconi, finalmente, ha dimitido. Italia ha estallado en un júbilo unánime. Incluso seguidores del partido de Il Cavaliere han respirado. La mayoría seguirá votando a la derecha, pero Berlusconi es agua pasada.
Cayó devorado por sus propios amos, Los Mercados. Silvio, intentó no obedecer a los Mercados, y estos le han cesado. Sin contemplaciones.
No pudo con él, ni el pueblo italiano que no consiguió desbancarle en las urnas, ni los escándalos con las “veline”, ni sus insultos o imprudencias constantes, ni su chulería callejera, ni sus compañeros políticos que le fueron abandonando, ni las imputaciones que tiene sobre él. Sólo los Mercados, quién lo iba a decir, han podido echar a Berlusca del poder.
Hoy Silvio Berlusconi empieza a vivir sus horas bajas. Con seis procesos abiertos, separado del poder, acorralado por sus enemigos ganados a pulso, sin inmunidad parlamentaria, ha empezado a vivir su infierno. El desprestigio al que Il Cavaliere ha sometido a Italia ha sido enorme. Con él, este país, ejemplo en otras épocas, parecía un circo.
Sin embargo, la Italia de hoy, esa Italia que ha llegado a ser la risión de Europa y del mundo, no sólo ha sido obra de Berlusconi. Italia debe lo que es, en gran medida a D. Silvio, pero sin olvidar que los demás también han puesto su grano de arena.
Una democracia cristiana que se descompuso por su afán de poder y por su corrupción. Un partido socialista, con Craxi a la cabeza, que fue el corrupto mayor del reino. Un partido comunista que se diluyó en varios partidos y que dejó de ser la oposición y la referencia de la izquierda, no sólo en Italia, sino en Europa. Unos sindicatos que acomodados y conservadores, pasaron de ser la vanguardia sindical europea a ser organizaciones que han querido seguir mamando de mamá Estado, sin mayores preocupaciones que mantenerse. Y, por último, un pueblo pasota, al que sólo le importaba la “dolce vita” y que ha vivido al margen, voluntariamente desinteresado, de la política los últimos treinta años.
Constantes crisis políticas y sociales que convirtieron a Italia en un país desgobernado a finales del siglo XX. Hasta cinco cambios de gobierno se llegaron a dar en un año.
Harta la gente de todo eso, no lo olvidemos, provocó la llegada de un “salvador”, de un populista con mucho dinero y con dominio de los medios de comunicación: Silvio Berlusconi. De aquellos polvos, vinieron esos lodos.
Un populista que se dedicó a esconderse de la Justicia detrás de su inmunidad como presidente, a utilizar los medios que le confería su cargo para sus propios negocios. A comprar votos de diputados cuando lo necesitaba. A dejar un parlamento corrompido, sobre el que hay que echar lejía y empezar de nuevo.
Lamentablemente el cambio no ha sido provocado por las urnas, y al igual que en Grecia ha sido impuesto. Parece que Los Mercados no están dispuestos a que decida la ciudadanía. Hoy, ya son dos, y veremos si la cosa queda ahí. Queda diáfano que lo que se lleva son los gobiernos técnicos. Gobiernos al mandato de los poderosos y al margen de los ciudadanos.
Por eso, el sentimiento que tengo es agridulce. Encantado de que Berlusconi haya dimitido. Italia no merecía un tipo como ese, pero, por otro lado, pesimista, viendo como la dictadura de Los Mercados se va imponiendo a la democracia.
Hoy, se ha cumplido el sueño de millones de italianos. Nunca una dimisión, y eso que en Italia están a la orden del día, ha provocado una alegría tan grande. Gente cantando canciones a favor de la dimisión. Como si de la victoria de una guerra se tratara, la gente se ha echado a la calle y con alegría ha celebrado la dimisión de Il Cavaliere. Orquestas interpretando el aleluya, coros con el Bella Ciao. Una alegría desbordante, todos alrededor de los edificios que representan el poder en Roma.