Cayo El Agua
Un día de playa siempre deja un cansancio del que es muy difícil escapar. Ayer pasé todo el día recorriendo algunos cayos y volvimos al Gran Roque justo al atardecer, con el peso del sol en el cuerpo. Un buen baño, una cena caliente y mi intención intacta de sentarme a escribir, pero el sueño me venció. No hay prisa.
Escribo esto a la orilla de la playa, sentada en uno de los puff de colores de Café Arrecife, ese lugar al que he venido las dos noches y las tres mañanas que he pasado en Los Roques. “La periodista”, me dicen, y nos enfrascamos en alguna conversación, que se da sin esfuerzo.
Ya a estas alturas confirmo que casi todos en el pueblo se enteraron de lo que nos pasó en el vuelo Caracas-Los Roques. En resumen: la avioneta casi se cae (y lo cuento AQUÍ) así que vamos por ahí caminando con aires de supervivientes, de heroínas playeras.
En Café Arrecife, desde donde escribo
A las nueve de la mañana, la lancha salió hacia Cayo de Agua, la isla más lejana en Los Roques. A mí, que me encanta subirme a una lancha, me parece un recorrido divertidísimo; hay que envolver las cámaras y cualquier otra cosa en bolsas selladas porque todo se moja; las olas son más o menos fuertes y la lancha va dando tumbos. No se puede llegar hasta Cayo de Agua si el viento no favorece la travesía que es a mar abierto; así que no hay riesgo alguno. Sólo vamos hasta allá si los roqueños deciden que hay buen tiempo para hacerlo.
La primera parada es en Noronquí, para dejar a un grupo de brasileros. Me doy cuenta que muchos turistas de Brasil están llegando a Los Roques por estos días y es algo que ahora sucede más a menudo. Se van fascinados por el paisaje y porque los venezolanos les parecemos divertidos. Dicen que nos reímos por todo.
Seguimos y vemos varios cayos: Isla Larga, la más grande –incluso más que el Gran Roque- con casi 12 km. Más allá, Cayo Fernando y dos más de los que no me acuerdo el nombre. Y, de repente, llegamos a Dos Mosquises y nos detenemos para vivir una de las experiencias más emocionantes: liberar una tortuga verde que fue adoptada el año pasado.
En Dos Mosquises
Los lancheros esperan
En Dos Mosquises está instalada la Fundación Científica Los Roques que se encarga de preservar a las tortugas, además de hacer estudios exhautivos de las distintas especies. Por 10 Bs te hacen un recorrido en el que explican la importancia de su labor y en el que podemos ver a las tortugas de cerca, entender cómo se reproducen, cómo intentan vivir y porqué es tan importante cuidarlas. Cualquier persona que llegue hasta acá, puede adoptar a una tortuga, ponerle un nombre y volver un año después cuando ya esté lista para su liberación. Este acto hermoso, apenas tiene un monto de 180 Bs y te entregan una franela, una calcomanía y un certificado, constancia absoluta del granito de arena que estás poniendo.
“My” era el nombre de la tortuga verde que ya estaba lista para ser liberada: un año y dos meses. Esa sensación de tenerla en las manos, colocarla en la arena y ver como, poco a poco, se deja llevar por el agua; es única. La estás lanzando a la vida, con todos los peligros que eso implica; entonces quieres abrazarla y decirle que se cuide mucho, que nade bien. Uno se va de Dos Mosquises sonriendo como tonto, con la ternura ligerita.
“My”, la tortuga verde
Entonces, seguimos. La próxima parada sería Cayo de Agua y aunque ya lo había visto en fotos, nunca me esperé que fuera tan hermoso. Una mezcla de azules insólita y dos orillas que se encuentran para darnos un espectáculo, con los guanaguanares, los pelícanos y el cielo como fondo perfecto. Aquí se nos va el día, de una orilla a otra, de una punta a otra; hasta que el sol se enfurece y nos hace estar bajo la sombrilla agazapados, solo por un rato. En Cayo de Agua, al contrario de otras islas de Los Roques, el agua es un poco más caliente. Una maravilla.
A mitad de tarde, emprendimos camino hasta Sarquí. Pequeño y tranquilo, ideal para hacer snorkeling y ver, además de peces, muchas tortugas haciendo de las suyas. Estar aquí es como un respiro y ya todos nos conocemos: los dos argentinos preguntan qué significan ciertas cosas que decimos los venezolanos; los brasileños se ríen porque bailamos y nos sabemos todas las canciones; los chilenos nos siguen el juego y José, el lanchero, funge como Dj y baila al mismo tiempo que pone a arrancar la lancha para ya ir de regreso al Gran Roque, justo al borde del atardecer.
Cayo de Agua
Atardecer en el Gran Roque