Sin rescate, recuperamos el timón de nuestra moneda y las riendas de las ideologías. Ahora bien, perdemos valor en los mercados y el éxodo de capitales hacia terrenos más apreciados.
a convalidación de los recortes por parte del Ejecutivo no ha servido para acallar los ruidos agudos de los mercados. Las medidas de austeridad, o dicho de otro modo, los saqueos continuos al Estado del Bienestar no han sido bien acogidos por los indicadores de la Economía. Con 610 puntos de Prima y una caída correlativa del 5.8% de eso que llaman acciones, las orejas del lobo son más nítidas que las plumas de la gaviota. La Integración Monetaria de los tiempos de Maastricht no ha pasado del aprobado raspado en los momentos cruciales. En días como hoy, los desequilibrios entre fuertes y débiles en las selvas del Capital ha transformado el pacto de los iguales en un escenario de Sanchos y Quijotes donde las sedas del Hidalgo se han convertido en los harapos del escudero. En esta curvatura de difícil cuadratura, los palos de ciego se han convertido en la carga de Rocinante contra los gigantes desfavorecidos.
Delors tenía razón, los puntos flacos de la integración residen en las vacas anémicas de la recesión. En tiempos de bonanza, decía Jacques, todos los gastos son frívolos. La alegría del dinero producida por los superávits presupuestarios no necesita motores para mover los veleros arrastrados por los euros – dioses de los vientos en la mitología griega – orientales. En momentos de recesión -apuntaba el Presidente de la Comisión Europea allá por el 1985 – los euros a favor de los veleros de antaño, se convierten en ráfagas asesinas que terminan por hundir a los endebles de los mares. Solamente, las señales de socorro y el remolque de los grandes consiguen salvar a los corchos del océano de sus peores pesadillas.
En días como hoy, los astros de Europa han posicionado sus vectores en las órbitas negativas de los probables. Los malos augurios del Comisionario se han convertido en las realidades del presente. Hoy somos esos barquitos de vela indefensos de Delors intentando salir airosos de las aguas embravecidas de la Prima. El precio de nuestro rescate – el remolque de nuestro cayuco por los buques de merkelianos – lleva implícito el sacrificio de los tripulantes. Sin sacrificio no hay rescate y sin rescate nos hundimos. Esta pescadilla que, día tras día, se muerde la cola de los cayucos es la que enciende las calles de Hispania de pancartas y gritos por querer salir a flote sin los costes del rescate.
Los desequilibrios entre fuertes y débiles en las selvas del Capital ha transformado en pacto de los iguales en un escenario de Sanchos y Quijotes
El hundimiento del cayuco por no asumir las condicionalidades del salvavidas traerá consigo nuestro nado a la deriva y la recuperación de las ideologías. Es precisamente, la oportunidad por seguir sentados en la canoa -defendiendo nuestros principios- o tragarnos el orgullo, y pisar de nuevo las tierras europeas, la tesitura que rompe la cabeza a los "patrones" que nos gobiernan. Sin rescate, recuperamos el timón de nuestra moneda y las riendas de las ideologías. Ahora bien, perdemos valor en los mercados y el éxodo de capitales hacia terrenos más apreciados.
Con rescate, salimos tocados de la tormenta pero tenemos que pagar con sacrificios el favor merkeliano por la tierra que nos mantiene. El patrón del barco es quien decide qué y cuántos tripulantes deben ser sacrificados. En este caso, Rajoy – el patrón del cayuco – ha decidido que los parados, jubilados y funcionarios sean los que paguen el precio del rescate. Crudo.
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