A base de audacia y biceps
El 26 de junio de 2015 fue uno de esos días que parecen salidos de una novela de Manchette: a las once de la mañana, un individuo armado con un kalashnikoff se abría paso en una playa y segaba la vida de decenas de turistas europeos alargados sobre sus tumbonas bajo el sol de Túnez; a la misma hora, explotaba una bomba en una mezquita en Kuwait provocando decenas de muertos, y pocos minutos después, el director de una empresa de productos químicos en Saint Etienne, una localidad cercana a Lyon, era decapitado. El tridente tricontinental del terrorismo aún envolvía de perplejidad la jornada cuando, a primeras de la tarde, se estrenaba en una cine de esta localidad The Gunman, en español Caza al asesino, de Pierre Morel, inspirada en una novela de Manchette, La position du tireur couché. Manchette, con su rizosa melena, era la viva imagen en 1979 de un jugador del Saint Etienne y, de seguir vivo hoy, hubiera imaginado en alguna novela una escena similar a la que acababa de ocurrir en Saint Etienne. algo hay de Shakespeare en este triángulo fatalA España había llegado su literatura en 1988, de la mano de las traducciones de Lourdes Ortiz, para Júcar, de El pequeño blues de la costa oeste, El caso N´Gustro y Nada, cuya versión cinematográfica, bajo la perspectiva de Chabrol, rondaba las pantallas de la televisión de Pilar Miró hacia finales de los 80. El eco de Manchette se hizo fuerte, fue bautizado como padre del “neopolar” y hoy se escucha con especial intensidad del otro lado del Atlántico. Como germen y origen de Caza al asesino es quizá importante señalar que Manchette ha pasado a la prestigiosa colección de New York Review of Books, donde una última edición de Fatal aparecía hace dos años precedida de un esclarecedor prólogo de James Sallis. Quizás sean esas las circunstancias propiciatorias del encuentro entre Manchette y Sean Penn, cuyo empeño como productor, guionista y actor principal de la película hablan de una fascinación profunda por el universo de Manchette. Y de un empeño, a base de audacia y biceps (biceps generosamente mostrados en la película y que de algún modo hablan de su implicación en el proyecto), que no desmerece en nada de su afán por transponer el universo de Dennis Lehanne en Mystic River. Es imposible distanciarse de Manchette en la adaptación y recreación de Pierre Morel (en cuyas competentes manos ha dejado Sean Penn la dirección) porque la película ofrece una síntesis de todos los Manchette posible, a base de distorsionar mucho el planteamiento de La position du tireur couché hasta llevarlo a un paradigma universal, en una historia que podría ser muy de Manchette, y a la vez es una fantasmagoría constante sobre el mundo de Manchette. Bardem se siente a gusto y da un excelente contrapunto a un Sean Penn que encarna, con perfecta intensidad dramática, a uno de sus irredentos personajes. Las historias de Manchette son fábulas que iluminan las estructuras del mundo actual, y es sobre la fibra misma del mundo actual sobre la que transita una película que aborda el universo de la explotación neocolonial minera de tierras raras por parte de grandes multinacionales en África Austral, y la deriva de los ingresos generados por esa explotación a través de paraísos fiscales ligados a lo que sobrevive del Imperio Británico, que es mucho, y se plasma en Gibraltar en este caso. Cuando hablamos del asesino en esta película, hablamos del hombre que mata, sin saber a quién, solo por los intereses de la empresa para la que trabaja, al presidente de la República del Congo cuando éste se disponía a firmar la rescisión de determinados contratos que limitan las prerrogativas de determinadas empresas mineras. La violencia en Manchette llega siempre como una sorpresa incantatoria, es brutal, descarnada y minuciosa como una descripción de nouveau roman; la escena no le traiciona, es puro Manchette, el disparo rompe los cristales de la puerta trasera del vehículo que transporta al Presidente del Congo, destroza en un vértigo extraño el compartimento, se mezcla el brutal choque de energía cinética con el sabor de la muerte, y de alguna manera pensamos en Patricio Lumumba, Kenyata, en las víctimas de la agresión colonial que mantiene a una parte del mundo supeditada y esclavizada a la otra. Lo que sigue es una historia de redención y castigo que transita por Londres (magistralmente, Don McPherson, coguionista junto a Penn y Peter Travis, es autor de la distante Absolute Beginners y transmite con un par de pinceladas y el saber hacer de Ray Winston el sabor de un Londres tabernario e inquietante), se amplia a Gibraltar y cierra su anillo trágico alrededor de una Barcelona convertida en escenario para una némesis cuyo pathos final tiene lugar en las arenas de una ciudad que ya no es taurina pero lo es aquí simbólicamente, trágicamente, por última vez. En Barcelona, una Barcelona a muchos niveles y subterráneamente plagada de empresarios sin escrúpulos, o ex legionarios que aún siguen aunados en redes protectoras y cooperación en chapacillas, una Barcelona de habitaciones de hotel un tanto góticas, restaurantes presuntuosos, edificios reventados, intenta descubrir Penn quién quiere eliminarle, pero también recuperar el mundo que quedó atrás tras huir del Congo. Para descubrirlo, un hombre que ya no quiere matar, tan solo expiar un crimen, deberá volver a matar, muchas veces, para huir de la muerte. Se saborea la escena del ataque a la finca de las afueras de Barcelona como un emocionado homenaje a la escena del ataque final en Nada, de Chabrol, película de la que está impregnada la dirección de Morell. Javier Bardem entra en la secuencia de la masía a las afueras de Barcelona con un memorable “Romeo, Romeo”, está genial Bardem en esta secuencia, deseando trágicamente la muerte, y deseando sin esperanza, como en los desgarros de su Detective y la muerte aferrarse a un último hilo de vida. Para Penn, recuperar ese mundo perdido pasa por una mujer, encarnada por una Jasmina Trinca que se inscribe obsesiva y evanescente en la pantalla, siguiendo de algún modo el hilo de la introvertida y reconcentrada dispensadora de muerte a la que había dado vida en su película anterior, la extraordinaria Miele de Valeria Godino. Una mujer repartida entre dos hombres, deseada por ambos, pero físicamente abocada a uno de ellos por los abismos de la pasión física: no es brutalmente sensual, es simplemente la mujer por la que uno daría la vida. Los tres actores están soberbios: consiguen comunicar algo de Shakespeare en este triángulo fatal. Si la redención de un asesino es la que puede iluminar los mecanismos de explotación neocolonial implantados en el corazón del sistema, delatar la identidad de sus beneficiarios y el desamparo de sus víctimas, Caza al asesino es la película que atrapa desde esa perspectiva situacionista la luz exacta. Manchette no hubiera quedado insatisfecho.Ramón GarcíaRevista Cultura y Ocio
Penn frente a Manchette