Tal y como estaba previsto, un nutrido grupo de defensores de los animales, entre los que me contaba, madrugamos con la intención de boicotear la celebración de la IX Copa de España de Caza del Zorro, prevista para el día 3 en algún punto no revelado entre los Ayuntamientos de Cerdedo-Cotobade, Campo Lameiro, A Estrada y Forcarei. Finalmente, fue este último el elegido por los organizadores para acoger la prueba cinegética.
Eran las 4:00 h. de la madrugada del sábado cuando decidí ponerme en marcha. Casi sin dormir, yo y mis compañeros nos echamos a la carretera en mitad de la noche con una clara misión: seguir a los cazadores hasta el lugar donde se llevaría a cabo la gran matanza. No fue tarea fácil... Era como buscar una aguja en un pajar. Tendríamos que confiar en la suerte para cruzarnos en el camino con algún todoterreno o cualquier otro coche con remolque para perros de caza.
A las 7:15 h. de la mañana, recibo una llamada. Al otro lado del teléfono mi compañero y amigo Miguel Lourido me comunica que varios vehículos fueron vistos circulando en dirección noroeste, hacia Forcarei. Sin perder un segundo, fuimos tras ellos...
Cazador seguido a poca distancia por uno de los activistas. //Agencia ATLAS
Diez minutos antes de entrar en el pueblo, a las 8:00 h, me vi sorprendido por un importante despliegue policial. A ambos lados de la calzada, varias patrullas de la guardia civil, acompañadas de cazadores y sus perros, charlaban animadamente en torno a un bar de la zona. Desde el primer momento me llamó poderosamente la atención la buena camaradería que había entre agentes de policía y cazadores. Resultaba cuanto menos sintomático... Sin darle mayor importancia, después de echar un vistazo, continué avanzando.
A las 8:30 h. pude reunirme por fin con mis compañeros. Un total de entre 30 y 40 activistas, aproximadamente. Personas a título individual ―como en mi caso― y representantes de diversos colectivos de defensa de los animales (no sólo de PACMA, como nos han querido vender desde la inmensa mayoría de los medios de comunicación). Un puñado de personas frente a más de 200 cazadores repartidos en una veintena de cuadrillas. Las escopetas y la ley que las ampara contra los petardos, las vocinas y los silbatos. Una batalla desigual... Yo mismo pude ver alguna de las "armas" que portaban mis amigos en los instantes previos a la batida. No pude evitar esbozar una sonrisa al ver a uno de ellos ataviado con una pandereta...
Había una calma tensa, un silencio extraño, sólo roto por los ladridos de las rehalas de beagles, grifones y sabuesos. Eran momentos de preparativos, de las últimas instrucciones en ambos bandos antes de echarse al monte. Los periodistas, mientras tanto, documentaban todo lo que iba ocurriendo. Minutos después. sobre las nueve menos cuarto de la mañana, las calles se quedaron desiertas. Las cuadrillas se dispersaron, y los activistas tras ellos...
Ante la imposibilidad de acompañarles, yo me quedé esperando su regreso dentro de mi coche. Caía una lluvia fina pero persistente. La visibilidad no era buena. Me preguntaba hasta que punto esta circunstancia reduciría el éxito de la caza. Es más... ¿Estaría permitido cazar en esas condiciones?
Bolsas opacas ocultaban los cadáveres de los zorros. //ROBER AMADO
Pero mi cabeza estaba puesta en ellos... En los pobres zorros que en ese mismo instante estaban siendo asesinados. En los raposos que iban a morir o en los que huían aterrorizados del ruido y los perros. No podía dejar de pensar en las horribles escenas que se estaban viviendo a pocos kilómetros de donde me encontraba.
Tratando de evadirme de todo aquello, me entretuve observando y fotografiando la increíble variedad de pajarillos que correteaban entre los viejos robles de las calle principal: trepador azul, carbonero garrapinos, carbonero común, herrerillo capuchino, herrerillo común, agateador, arrendajo, petirrojo, mirlo... Sin duda imágenes mucho más amables que las que todos hemos visto en los últimos días en Dozón y Forcarei.
A pocos metros de allí, la policía parecía estar tomando posiciones en previsión de lo pudiera suceder a la vuelta de cazadores y animalistas... Varios agentes pasaron cerca de mi. Bajé la ventanilla del coche y les pregunté si sabían donde tendría lugar la entrega de premios a los participantes. Uno de ellos me respondió literalmente, "non teño nin idea"... Sabía que no era así, que me estaba mintiendo. Que estaban jugando al despiste conmigo. Quiero pensar que tendrían órdenes de hacerlo para evitar confrontaciones y garantizar la seguridad de todos. Pero es evidente que no decía la verdad.
12:15 del mediodía. Los primeros coches empiezan a llegar. El primero en hacerlo es precisamente Miguel Lourido con dos compañeros más. Sonrientes, saludan y me cuentan sus impresiones. Están agotados pero contentos. La cuadrilla que seguían no ha conseguido abatir ningún zorro. No ha sido la única... Otro grupo me cuenta que varios equipos se han ido con las manos vacías ante el acoso pacífico de los voluntarios. Me tranquiliza escucharlo. Quizá no hayan logrado matar ni un sólo raposo en toda la jornada... Una jornada que se han desarrollado sin incidentes, e incluso entre bromas y vaciles sanos entre unos y otros, como me enseña otro de los jóvenes activistas a través de vídeos grabados con su propio teléfono móvil durante la acción de boicot.
Defensores de los animales protestan ante la prueba. //CRIS. M. V.
Pero era el momento de enfrentarse a la realidad más cruda. Se nos echaba el tiempo encima. Eran las 14:30 h, así que decidimos bajar al pabellón en el que iban a ser exhibidos los cadáveres de los animales y entregados los premios a sus verdugos. Un amplio dispositivo policial custodiaba la entrada al recinto deportivo ―restringida para nosotros, por cierto― mientras otros contenían a los primeros animalistas que se habían acercado a protestar. Nada más llegar, pudimos ver a cierta distancia como los cazadores iban metiendo bolsas negras con los cadáveres de los zorros en el interior del pabellón. Imagen que, evidentemente, querían ocultar a toda costa.
Miguel y yo pasamos entre la multitud agolpada en aquella zona. Nos sentimos observados con desprecio, como por encima del hombro, entre risas y comentarios seguramente no muy cariñosos. Una sensación que nos acompañó desde el mismo instante en que pisamos Forcarei. Aquí no somos bienvenidos... A pesar de todo, llegamos hasta donde estaban situados nuestros compañeros, detrás de una cinta de balizamiento y separados un centenar de metros del puesto de control. Juntos tratamos de mostrar nuestra más enérgica repulsa hacia un campeonato que no tiene nada de limpio y deportivo.
Una masacre disfrazada de control de población y pagada con dinero público... Lo cierto es que no hay ni un sólo estudio científico que avale y justifique esta locura. No lo necesitamos... No hay que ser muy listo para darse cuenta de que lo único que mueve a los impulsores de estos campeonatos de caza es el placer de matar. Cuantos más zorros, mejor. Al fin y al cabo, en eso consiste un campeonato, ¿no? Todos quieren la copa manchada con la sangre de animales inocentes...