Revista Opinión

Cazador de Almas: La Profecía Capítulo 3

Publicado el 28 enero 2020 por Carlosgu82
Hola! Este es el capitulo 3. Para leer la historia desde el inicio, visiten mi perfil. Yellowknife,Canadá

Cuando salió de la terminal alquiló un auto, y mapa en mano se aventuró a conocer la ciudad. La autopista Mackenzie conectaba algunos pueblos, pero sin saber por qué no se detuvo.

La bruma cubría el lago Jackfish, en el aeropuerto le habían dicho que ofrecía una vista magnífica y era cierto, pues de pronto el paisaje melancólico comenzó a mostrarse en todo su esplendor, ante ella aparecieron unas imponentes montañas rocosas que lo rodeaban casi por completo.

Luego pasó junto a una especie de planta eléctrica, poco después encontró una desviación hacia la izquierda que llevaba a Villa Aurora, el corazón de Elena latía desbocado, ese era el nombre de su mamá: ¡¡la primera señal!!

Unos minutos después la vio, aquella casa en particular llamó su atención. Se asentaba sobre una pequeña colina, parecía estar oculta para todos más no para ella, era como un sueño hecho realidad, una mezcla de madera y ladrillos, en color gris. Cerca no se veían otras construcciones, lo que le sumaba más puntos. Notó en la puerta un rótulo de «SE VENDE», algo maltrecho, probablemente lo habían puesto ahí mucho tiempo atrás.

Aunque lucía abandonada y lúgubre, su fachada estaba bastante entera, todo en ella era extraño.

Se acercó a la puerta pues quizás había alguien adentro, algún cuidador tal vez. Tocó varias veces pero nadie contestó. Aumentando ese nuevo espíritu aventurero fue a caminar un poco. En el jardín trasero encontró colgando en un inmenso sauce, tanto o más antiguo que aquella casa, una vieja hamaca.

¡Era el árbol que aparecía en sus sueños!, pero ¿cómo era eso posible? ¿Sería esa la segunda señal de Charles?

La brisa movía cada hoja seca, formando pequeños remolinos que parecían danzar por todo el lugar. El jardín estaba bastante abandonado, las plantas completamente secas. Caminó un poco más hasta que llegó a un pequeño riachuelo, las ramas, que con los años lo habían cubierto, ocultaban su belleza, pero aún corría el agua por su cauce. La propiedad le gustaba muchísimo y estaba convencida de que con unos días de trabajo lograría restaurarla por completo.

Resignada ante la ausencia de un encargado, decidió ir a visitar al alcalde para indagar un poco sobre aquella casa, así como averiguar su precio.

Mientras ponía en orden sus pensamientos observó que a su lado se detenía un todoterreno, el conductor lucía como un hombre mayor pero le inspiraba bastante miedo…pánico.

Y la persona que se bajó del auto para abrirle la puerta al hombre, hizo una especie de reverencia en obvio respeto y aquello confirmó que ese sujeto era alguien de poder.

No iba de acompañante sino que conducía él mismo…podía ser un obseso del control o un tipo de los que no confía en nadie más que en sí mismo.

Elena tomó su celular y simuló estar revisando sus emails, mientras le miraba de reojo. El sujeto se acercó al portón de la casa y miró todo con detenimiento. Inhaló bastante aire y sonrió satisfecho.

Lo que Elena no sabía era que aquel sujeto era un guardián y que como ella estaba cerca de la casa, esta generaba un ambiente de paz, mismo que tenía años sin tener.

Pero pronto comprendería como aquella vieja estructura conectaba a Charles y su familia con el pueblo.

De pronto pensó que vivir ahí no era quizás la mejor idea, entonces Charles estuvo de nuevo en su mente.

Daba la sensación de que observaba a través de sus ojos y era una sensación rara.

—No dejaré que te dañe de ninguna forma. Ese hombre es inofensivo, solo actúa como si tuviera poder pero descuida, es solo eso. —le dijo con tal calma que Elena le creyó.

Aun así no podía evitar sentir pánico, escuchaba su corazón como si este estuviese en sus oídos, era difícil de evitar.

—Tranquila Elena, confía en mí.

—De acuerdo.

Los sujetos se fueron sin prestarle atención y ella empezó a conducir hacia el pueblo. Trataría de averiguar quiénes eran. Mientras se alejaba observó más autos llegar a la casa pero esa vez vio personas con cámaras de fotos.

Raro, muy raro.

Pasó junto al monumento Bristol e incluso por un viejo aeropuerto, aquella zona tenía su magia, eso había que reconocerlo. Una vez en el centro de la ciudad decidió dejar el auto cerca del supermercado y caminar, la gente la miraba con recelo,

«¡qué personas tan extrañas!», pensó Elena.

Sin darse cuenta se vio atrapada por una pequeña multitud que se aglomeraba en la acera para observar una caravana de al menos veinticinco vehículos que avanzaban lentamente, parecía como si estuviesen vigilando. Buscando y encabezando dicha situación estaba el hombre de la casa.

¿Lo más aterrador? Encontró la mirada de Elena entre la multitud y le sonrió con complicidad.

A los demás también los rodeaba cierto halo de misterio, infundían temor. Todos aquellos que observaban la caravana murmuraban pero su misión era otra. Continuó su búsqueda, era prioritario encontrar al alcalde para manifestarle su interés por la casa.

Una vez allí, fue sometida a una inmensa tortura, la oficina era bastante lúgubre, las paredes en tonos amarillos, algunos muebles de color café y las cortinas se encontraban cerradas, eso sin olvidar el olor a naftalina que la hacía sentir deprimida y mareada.

También pudo darse cuenta de que era bastante anticuada, tenía una vieja máquina de escribir y cientos de libros, ni rastros de una computadora.

La secretaria quien no medía más de 1.55 m, usaba su cabello recogido en un moño y tenía unos inmensos anteojos. Caminaba dando diminutos pasos, al principio le inspiró cierta lástima, pues quizás estaba enferma, pero luego notó que todo era culpa de sus microscópicos zapatos, probablemente una o dos tallas menos que la suya, pues a simple vista se veía el esfuerzo que necesitaba hacer para mantener sus pies dentro de ellos.

Al darse cuenta de su excesivo interés por su vestimenta, se aclaró la garganta y luego le indicó que el alcalde estaría con ella en pocos minutos. Ya cuando le estaba atendiendo, le comentó sus intenciones. No entendía por qué aquel hombrecillo parecía feliz, pero sobre todo aliviado.

Antes de hablar con ella recibió una llamada, atendió sin siquiera disculparse ante tal interrupción. Mantenía la cabeza baja y solo escuchaba. De pronto levantó la vista hacia ella y en sus ojos vio auténtica sorpresa. Elena solo alcanzó a escuchar parte de la conversación pues quien llamaba hablaba muy fuerte.

—Es ella, déjala vivir ahí sin cobrarle, la necesitamos.

Elena se movió incómoda y el alcalde terminó la llamada, luego siguió charlando como si nada.

—Mire…, ¿señorita?

—Smalls, Elena Smalls.

—Bien Elena, tal vez esta casa esperaba por usted, nunca se sabe. Puede quedarse el tiempo que desee y si al final le gusta puede comprarla. Es una estructura estilo victoriano, que data del periodo 1840-1900, de madera y ladrillo, se encuentra bien conservada a pesar de estar deshabitada desde hace quince años más o menos, pero se le ha dado mantenimiento.

Claro que lleva algún tiempo sin limpiarse, casi seis meses, nadie dura ahí dentro más de un minuto o dos. Tiene una cocina amplia, un comedor cuyos muebles son tan o más antiguos que el inmueble en sí.

— ¿Deshabitada hace más de quince años? ¿Nadie se queda ahí dentro más de dos minutos?

Elena sentía que estaba rayando en la histeria lo que fue obvio para el alcalde, quien observó alrededor como buscando agua para darle, pero como no tenía, le sirvió café. No está de más decir que el percolador estaba sucio y con algo ligeramente verdoso. Parecía que la última vez que lavaron el recipiente fue en el año que construyeron la casa.

—Alrededor de la casa giran historias fantasmales y tonterías así, es algo casi folclórico. Usted sabe que en cada lugar es común que la gente le tema a algo, pero no son más que absurdas ficciones.

—Algo ha de haberle sucedido a las personas, tanto tiempo sin habitarla y ese terror que los envuelve no es tan solo por leyendas, ¿verdad?

La cara del alcalde era como para reírse, la miraba con una mezcla de suspicacia ante su clara percepción de lo que sucedía y terror a que dejase de comprar la casa; si tan solo supiese lo que vivía en sueños estaría más tranquilo, incluso escogería con calma sus palabras.

—Mire Elena, la mente humana es capaz de engañarnos, si entran con miedo a la casa dé por hecho que van a asustarse.

«¿Lo decía para ella o tal vez solo intentaba convencerse de sus propias palabras?», — pensaba Elena.

—Bien, eso es lo de menos, la casa me dio solo buenas impresiones, nada misterioso o fantasmal.

—Ahí lo tiene, usted no tiene prejuicios contra la casa, la mayor parte del pueblo creció con las leyendas del lugar.

—Intentaré pasar por alto el alivio que le brindan mis palabras, no quisiera pensar que me está mintiendo.

—Eso jamás, Elena.

—Sabe, aparentemente no soy la primera en llegar.

—No la entiendo.

—Cuando me disponía a venir a buscarlo observé dos cosas, un hombre mayor y algunas personas con cámaras de fotos.

— ¿Las personas viajaban en un jeep?

—Sí, pero… ¿Cómo lo supo?

—Son turistas, vinieron preguntando por la casa, ese lugar le ha dado a nuestra ciudad un aire más pintoresco, al escuchar sobre ella los visitantes no pueden evitar ir hasta allá.

—Interesante…, bueno gracias por todo.

El viaje de regreso estuvo tranquilo, al llegar descubrió que aquellos turistas se habían marchado, podría conocer su nuevo hogar con calma. Cualquiera diría que comprar un lugar tan antiguo y abandonado desde hacía tantos años era una locura, pero debía hacerlo, no tenía muchas opciones.

El alcalde era un personaje curioso. Había evitado deliberadamente responder sobre el anciano. En cuanto a la casa, miedo no sentía, esos fantasmas locales jamás la asustarían tanto como los demonios de sus sueños.

Para muchos podía parecer que estaba loca<<cosa que ella misma sentía  a veces>> pues creía que de verdad podría estar embrujada, pero después de tantas pesadillas y encuentros con criaturas demoníacas, aquellos posibles fantasmas no podían molestarla.

El “problema” de lidiar con entes demoniacos era que nada  le daba tanto miedo. Podían aparecerle mil tipos de fantasmas que nada podía sucederle.

Un portón bastante herrumbrado daba acceso a una explanada en la que podría estacionar el automóvil.

Como nota mental tendría que pedir que lo arreglasen pues abrirlo fue un trabajo colosal, luego subió seis escalones de cemento y caminó unos veinte metros para detenerse frente a su nuevo hogar. La luz del sol estaba cada vez más cerca del horizonte, en el cielo abundaban los tonos naranja, acompañados de una suave pero helada brisa.

¡Estaba anocheciendo!

Un ruido aterrador sacudió todo el lugar, la ventana del ático se abría y cerraba al compás del viento, azotándose una y otra vez.

Las sombras la envolvían arrastrándola inevitablemente hasta su interior. Avanzó tan solo un par de pasos cuando escuchó un crujido, su corazón iba a mil kilómetros por hora, rápidamente se colocó contra la pared, quizás su invitado abandonaría la casa pronto.

Extendió los brazos, tratando de protegerse y entonces vio a su huésped: una pequeña gatita blanca con manchas negras. La pobre se veía más asustada que Elena. Olvidando el momento terrorífico tomó en brazos a aquella diminuta mota peluda.

— ¿Estás sola, amiguita? Sabes, también yo, por lo que no me caería mal una compañera de casa. Pero he de ponerte un nombre, Hummm déjame ver… quizás… April.

La pequeña gatita parecía sentirse a gusto en sus brazos, nunca había tenido mascotas, por lo que la idea la emocionaba. La puso en el piso y continuó su recorrido.

Para lograr limpiar aquella casa, debía armarse con paciencia y tal vez buscar algo de ayuda.

Las telarañas lo invadían todo, los muebles estaban cubiertos con sábanas blancas, pero eso no había evitado que fuesen presas del tiempo. ¿Seis meses? ¡¡Ese viejo truculento le había mentido!!

A pesar de eso, la casa la tenía fascinada, ya se las arreglaría después con él, quizás lograría reducir el precio original. Siguió analizando todo con ojos críticos, la madera se veía en buen estado, al menos en su mayoría la casa no parecía muy dañada. Pocos minutos después, el lugar se encontró sumido en la penumbra, los interruptores no trabajaban, otra sorpresa esperable.

Aquel hombrecillo le había mentido una vez más. Encontró una lámpara de canfín, ¡genial!, recorrería la casa del terror con aquella farola.

Mientras subía al segundo piso, pudo ver una hermosa colección de arte —cuadros y algunas esculturas—Aunque el autor resultaba desconocido, su obra le parecía impecable y cautivadora. Los hermosos paisajes de la campiña inglesa la  entretuvieron en su recorrido.

Pudo contar dos habitaciones en cada lado y la principal al final del pasillo. Se sentía cansada como para seguir caminando, por lo que decidió acostarse a dormir. Con sumo cuidado movió las sábanas esperando ver algún animal, pero nada, estaba bastante limpia si se consideraba el tiempo que tenía la casa sin limpiarse.

Esa noche tuvo otro sueño, estaba junto a Charles en la hamaca, esa vez parecía aliviado.

—Bien, al fin estás segura, por lo visto tus instintos funcionan a mi favor, ahora puedo estar tranquilo, descuida que pronto te buscaré.

Se despertó de ese sueño sintiéndose bastante agitada, necesitaba pasar el día tranquilamente, por eso fue al pueblo a buscar algunas cosas necesarias para empezar con los arreglos en casa. Luego visitó al estafador.

—Señor Jenkins, me preguntaba si sabe sobre alguien que pueda revisar la parte eléctrica, no hay luz en lo absoluto.

— ¿Y a pesar de la ausencia de luz usted sobrevivió su primera noche?

—Sí, al parecer la casa me ha aceptado —rio un poco—. Pero usted me mintió descaradamente.

—Lo sé, de verdad lo siento y entendería si no desea quedarse ahí.

—No es mi intención marcharme, pero necesito ayuda y un buen descuento en el precio de la casa. Igual saber si hay restaurantes que puedan prepararme el almuerzo. Aunque me toque venir por el.

—Yo me encargaré de todo. Una buena amiga regenta un restaurante, ella la llamara para que salga a recibir la comida.  No va a entrar pero al menos le ahorrará venir. En cuanto a la parte eléctrica, mañana a primera hora estará ahí quien la ayudará. Entonces, después de todo, piensa comprar el lugar.

—Aparentemente esa casa es la que buscaba, en fin esperaré por la persona encargada.

—Creo más bien que usted es por quien esperaba la casa, ella la ha escogido.

—Por el momento no quisiera hablar de ella como si estuviese viva. No es que no crea en cosas paranormales pero… el asunto es que el tema me angustia.

—La entiendo bien, Elena.

Después de comprar comida regresó a su nuevo hogar, bajó al sótano e inspeccionó nuevamente los fusibles, pero no se había equivocado, solo quedaba esperar por el electricista.

Se dedicó a revisar un poco las condiciones en las que se encontraba aquel lugar. No medía más de 60 m2, necesitaría una buena limpieza, pero sería perfecto para lavandería.

De pronto no estuvo sola, aunque era solamente una voz, sintió miedo.

—Caaat.

— ¿Quién está ahí?

—Caaat.

—Esta me parece una broma de mal gusto.

Miró alrededor esperando ver a su visitante, pero se encontraba sola. Salió tratando de no darle importancia a lo sucedido, quizás era presa del agotamiento.

Al día siguiente descubrió que lejos de mejorar, las cosas empeoraban más y más. La comida llegaba pero la mujer la dejaba sobre la acera de en frente. Había abierto una cuenta para Elena para evitar demorarse ahí mientras cobraba.

El famoso electricista del señor Jenkins no llegó, ni lo hizo los siguientes tres días, insistían en que nadie deseaba trabajar en la casa, razón por la cual se vio forzada a ir al pueblo vecino a contratar a alguien. Por supuesto, el hombre conocía las historias de terror y prometió llegar en la mañana porque siempre había deseado trabajar ahí, ¡menudo loco!

Aprovechó la visita y se abasteció de ropa, enseres de cuidado íntimo y algunas otras cosas que llamaron su atención.

Ahí estaba a gusto, quizás si hubiese pasado por ese lugar primero, hubiese conseguido una casa en buenas condiciones, pero no podía negar que ya empezaba a sentir cariño por aquel viejo inmueble.

Se dirigió a entregar el automóvil rentado en el aeropuerto, la empresa contaba con una sucursal local, luego compró un hermoso 4×4, también sábanas, cortinas nuevas, una computadora portátil y lo necesario para la cocina. Aunque no podía usar nada, por lo menos la iría equipando.

Una cocina de gas como de campamento, galletas y cosas que no necesitaban ser cocinadas. Ya no quería comprarle a la amiga de Jenkins.

Fue un alivio descubrir que su tío había realizado los depósitos. El dueño del camión de transporte estaba un poco apático ante la idea de llevar lo que compró a su casa, pero una jugosa propina fue suficiente. Claro que tanto él como sus empleados lo descargaron todo en tiempo récord. Mientras ordenaba el comedor las vecinas se acercaron temerosas, eso le daba mayor credibilidad a la historia del alcalde. Le llevaron productos de limpieza e incluso la cena y, como llegaron sin previo aviso, no tuvo otra opción que dejarlas entrar.

Por lo visto ese lugar resultaba más pintoresco de lo que había imaginado.

Cuando llevaba algunas cosas a la cocina pudo escuchar a las señoras chismosas hablando sobre sus ojos amarillos.

—Ella es como los otros.

— ¡Shhhh! Que te va a oír.

—Aunque ella es amable, ellos eran…

—Raros… odiosos.

—Exactamente.

—Tantos años después y aún están bien presentes.

—Pero no son solo los ojos…

—Yo también lo noté, ¿vieron sus mejillas?

—Demasiado pálidas… verdosas.

— ¿Serán familia?

—Y el físico… es hermosa. No parece de este mundo.

— ¿Recuerdan a Charles?

—Cómo olvidarlo, ella debe ser parte de esa familia.

— ¿No exageras, Margareth?

—Quizás, Eloise, pero por si acaso me mantendré alerta. Sabes que tengo buen olfato y no me parece de fiar.

—Para mí, dramatizas. Lo que si debes tener presente Maggie querida, es que es muy atractiva y todas sabemos sobre los gustos de tu esposo.

—Esos son solo rumores.

—Eso no es lo que piensa Tabita Meyer, quien tuvo que dejar este pueblo debido al interés, nada sucinto de tu esposo en su hija de veinte años.

— ¿Cómo te atreves a mencionar tan desagradable tema?

—No te hagas la ofendida. Pero por si acaso deberíamos advertirle a la nueva dueña. No va a querer encontrar a Jenkins dentro de su habitación.

—Basta ya, señoras. —Intervino otra de las damas—estamos aquí por otra cosa. Nunca me había atrevido a entrar, es tan lúgubre como la imaginaba.

—Ven, ella es rara, no entiendo cómo le gusta este lugar.

Elena se sentía molesta, se habían presentado sin aviso y se atrevían a llamar lúgubre a su hermosa casa cuando para ella era acogedora.

¿Y qué fue eso de decir que era como ellos? ¡Suficiente!, ya estaban yendo demasiado lejos. La preocupaba el asunto sobre Jenkins, intentaría no estar a solas con él.

Para su «buena suerte», todo empezó a sentirse más tétrico, era algo en el ambiente, no lo podía explicar con exactitud pero era como una mezcla de elementos paranormales.

El aire se sentía denso y la piel se ponía de gallina, las paredes crujían como si se abriera una puerta antigua, razón por la cual sus «maravillosas» visitas decidieron irse inmediatamente.

Era capaz de entender cuánto deseaban que alguien ocupara la vieja residencia de los temibles Evenwood, los dueños originales.

Claro que después de semejante muestra de “poder” por parte de la casa se sentía segura pues parecía como si la casa la hubiese protegido, quizás por eso Charles la quería en ella.

Cuando terminó la visita de las chismosas, se dedicó a analizar lo sucedido durante los últimos meses. En ese momento sus temores aumentaron, porque todo parecía más real.

Previamente a su  llegada a Yellowknife, tanto Charles como los demonios aparecían la mayor parte del tiempo en sus sueños, por eso sus miedos eran «manejables» hasta cierto punto.

Pero sabía que si las cosas paranormales empezaban a manifestarse «como reales» con mayor frecuencia  la posibilidad de que no pudiera ganarles se elevaba pues les tenía demasiado miedo.

Esa noche no tenía ganas de tener pesadillas, tampoco la paz y serenidad para enfrentarlas.Acabó de instalar el calefactor portátil a gas que había conseguido en el pueblo vecino. De alguna forma la casa le daba calor y no había pasado molestias pese a no tener electricidad y por ende la calefacción. Pero sentarse junto al calefactor sonaba reconfortante, al no tener otra persona cerca, esa parecía una buena forma de sentir que alguien le daba calor.

A la mañana siguiente fue al pueblo. Después de conseguir todo lo que necesitaba, decidió volver a casa, pero se encontró con el alcalde que la miraba sorprendido, llevaba poco más de una semana en aquel lugar y lucía muy tranquila. Lo que había escuchado el día anterior la preocupaba.

Su amigo apareció en su mente, asegurándole que estaría segura.

—Tranquila Elena, si te pone aunque sea un dedo encima, me encargaré de él.

— ¿Encargarte tipo…eliminarlo?

—Nada tan radical. Quédate tranquila.

Jenkins la miraba de forma extraña, aparentemente esperaba su respuesta a una pregunta que obviamente no había escuchado.

—Lo lamento alcalde. A veces me quedo perdida en mis pensamientos. Dígame en que puedo ayudarlo. —

— ¿Puedo acompañarla a su casa? Quisiera conversar sobre algunos detalles de la casa.

—Claro, solo déjeme comprar café y algo de comer, aún no hay electricidad, por lo que beberemos el que venden aquí.

—Muy amable, Elena.

Mientras caminaban hacia el vehículo, intentó obtener algo más de información.

Elena debía recordar mantener una actitud despreocupada pero al estar junto a Jenkins se sentía sombría. Llena de ira. Quizás debido a las mentiras sobre la casa, o su miedo ante un posible acoso.

El la observaba de reojo, tratando de descifrar a la joven mujer. Tenía miedo pero jamás lo admitiría. Los ancianos que estaban cerca del pueblo estaban ansiosos. Ellos tenían poder, de la clase de poder capaz de paralizar a una persona.

Esas cosas como demonios eran reales, las había visto y la joven que caminaba a su lado sin saberlo, era quien estaba manteniéndoles a raya. Margaret su esposa la quería fuera.

Pero debía lograr que dejara a Elena en paz, porque si ella se marchaba del pueblo acabaría muerto. Su vida y la de los suyos estaban en manos de Elena. Además le gustaba, era una mujer guapa, de esas que no podía sacarse de la cabeza.

—Me gustaría conocer un poco más sobre los antiguos dueños, los originales, quiero decir.

La pregunta le dejó confundido. Lo último que necesitaban era que los que les habían conocido escucharan a Elena hablar de ellos.

— ¿Y por qué ese interés repentino, si se puede saber?

—Bueno, es pura curiosidad pues las vecinas y su esposa han estado hablando sobre mi parecido con ellos, entre otras cosas.

—Al principio también pensé que pertenecía a la famosísima familia Evenwood, pero resultó ser una mera coincidencia. La gente del pueblo es especial, ellos no creen en las casualidades y todo lo relacionado con «los Evenwood» les mantiene alertas.

Le pido que no las juzgue, al fin y al cabo han vivido con miedo. Y hablando de los ojos de los Evenwood, los suyos son impresionantes…

—Bueno, la gente siempre me ha preguntado si uso lentes de contacto. Los médicos de Carolina del Sur me diagnosticaron una malformación genética. Con el paso de los años el amarillo se hace más intenso. Ahora, dígame algo, a los antiguos dueños… ¿Los querían aquí? Porque me parece que les temían.

—Ellos eran especiales, al menos lo eran para mí, los demás no pensaban ni piensan igual. Quizás los Evenwood eran culpables en cierto modo, no tenían gran relación con la comunidad, se dedicaban a convivir en el día a día obligatorio, pero nunca iban a las actividades sociales.

Al poco tiempo de instalarse aquí, una de las jóvenes de nuestro pueblo se acercó a ellos. Se llamaba… Lucianna. Charles, el más joven, se enamoró y se casaron. Se fueron a vivir lejos de Yellowknife.

Meses después de marcharse, Joseph, el padre, volvió aquí. Me dijo que podía vender la casa y usar el dinero para ayudar a obras sociales.

Se quedó en el hotel unos cuantos días, cada mañana iba a recorrer la ciudad, entraba y salía de cada tienda, al final del día suspiraba resignado.

Seis meses después dejó de hacerlo, su único pedido fue que no demoliéramos la casa, pues era un lugar especial y por el cariño hacia Isabelle, su esposa, la conservé tal cual estaba. En fin, mi idea no es aburrirla con viejas historias, me voy para que continúe instalándose, si necesita algo no dude en llamarme, a cualquier hora.

Elena estaba tan absorta en lo que le decía que ni siquiera se dio cuenta de que habían llegado.

— ¿Cómo va a regresar?

— He hecho este recorrido muchas veces, y ahora que todo se siente más en paz será agradable.

—Bueno… gracias por todo.

—Por cierto, espero que mi esposa no haya sido una molestia, es alguien «especial», ¿me comprende? Y puede ser algo incómodo lidiar con ella…

«¿Especial? Más bien chismosa», quiso decirle. Pero prefirió callarse. No parecía buena idea decir algo malo de la susodicha.

—No se preocupe, pero gracias por preguntar. Casi lo olvido ¿Puedo saber a qué se debe la enorme cantidad de vehículos que vi hace algunos días?

—Ellos son los ancianos del pueblo, aquellos que llegaron primero… los fundadores. Aunque se habían mantenido lejos, han decidido regresar para alejar el mal. La situación lo amerita.

— ¿Qué situación…?

—Gracias a su presencia aquí, el mal no reinará de nuevo en nuestro pueblo.

— ¿El mal? Ya veo, bueno… eh… gracias por la compañía.

—Espere un momento… ese medallón que tiene en el cuello… parece antiguo.

—Algo así, me lo regalaron en uno de mis cumpleaños cuando era más joven.

— ¿Podría tomarlo… para verlo mejor?

«Le dijo el lobo a caperucita…», pensaba Elena.

—No es nada personal, pero nunca me lo quito. Sobre todo ahora que han muerto mis padres.

— ¿Sabe usted algo sobre magia negra?

—No, pero si piensa que mi medallón está asociado a ella se equivoca.

—Jamás insinuaría algo así.

Ella pensó que se iba a marchar, pero Jenkins hizo su movida. Colocó una mano en el codo de Elena y la atrajo a su lado, con la otra acarició su mejilla. Elena trató de alejarse pero el agarre del alcalde se intensificó.

De pronto un inmenso lobo blanco apareció frente a ellos. Avanzó hasta situarse junto a Elena. Miraba fijamente a Jenkins mientras le rugía causando que este diera un paso atrás soltándola.

El lobo era su amigo. Lo tenía claro y no sabía cómo podía manifestarse de esa forma pero la prueba estaba ante ella.

—Hola Elena, lamento haber llegado tarde. Si necesito protegerte tomaré posesión de la mente de este lobo. Llámale Custos.

—.El Guardián en latín. Me gusta. Es un lobo hermoso e imponente.

—Lo es, era el alfa de una pequeña manada que fue asesinada por cazadores. Ahora es un lobo solitario que ha accedido no solo a quedarse en tus tierras sino a prestarme su mente en caso de que lo necesite.

Jenkins observaba al lobo con temor.

—Elena, ese animal es…es…

—Un lobo. Desde que llegué a vivir aquí se acercó a la casa y parece sentirse cómodo protegiéndome.

—Bueno, debo irme. Que pase buen día.

Aquel pueblo tenía dos apariencias, meditaba Elena unas horas después mientras observaba a Custos alejarse de la casa.

No era tonta y sabía que Charles y su familia habían vivido ahí, entonces de alguna manera en el pueblo sabían que poseían dones y eso los asustaba. Pero debido a que sabían eso, el pueblo tenía dos caras. La que mostraban a los turistas, esa de pueblo elegante, de calles limpias y gente amable.

La otra cara era la que percibía Elena, una de pueblo sombrío, oscuro. De gente temerosa y hasta vengativa, si no se equivocaba. Quiso pedirle explicaciones a Charles, pero no funcionaba así. No podía llamarlo y ya, pero de haber podido le hubiese dicho un par de cosas, por ejemplo….

Charles, dime por favor que no me enviaste a uno de esos pueblos donde copian a los habitantes de Salem y queman brujas. Porque todos me miran raro y casi esperan que les haga algo.

No es que no disfrutara de vivir allí, claro estaba, pero no dejaba de ser incómodo que siempre la estuvieran mirando y aunque las pesadillas se habían detenido al llegar a la casa, siempre temía que se le aparecieran.  Así que volvía a ser la tímida y asustadiza adolescente.

Cansada de estar dentro de la casa pero con la noche cerca, decidió sentarse en la hamaca que colgaba del Sauce. Contemplaba algunos pajarillos que descendían a beber agua del río.

Ese era su sitio para pensar, sin embargo parecía no funcionar. Jenkins era en definitiva  un viejo loco, aunque aparentemente parecía inofensivo. Tenía cariño hacia Isabelle, pero no le daba buena espina.

Aquel lugar se suponía que la relajaría pero no fue así. Se sentía como un paquete, la habían dejado ahí “tirada” pero no había ninguna explicación, o en su defecto para comparar…nadie para recibirla.  Decidió probar con suerte y pensar en Custos. Sabía que él debía cazar, pues al tomar la forma del Lobo, debía alimentarse. Pero se sentía sola y lo necesitaba.

— ¿Estás ahí?

Durante algunos minutos nada sucedió. Elena triste y decepcionada, emprendió su regreso a casa. Tenía trabajo por hacer en el ático. Pero entonces él apareció.

—Elena no estés triste. Me acerqué para alejar a Jenkins pero no puedo estar muy cerca.

—Me siento abandonada, dejada aquí para no estorbar en otro sitio.

—Lo lamento. De verdad que no quería que te sintieras así. No podía permitir que Jenkins siguiera con lo que tenía en mente y espero que después de hoy, se lo piense dos veces antes de ponerte una mano encima. Estoy a un pensamiento de distancia, si estás en problemas podré ayudarte.

—Gracias por eso. Imagino que tienes deberes y obligaciones. De alguna forma sé que eres poderoso…

—Lo soy entre los de mi gente. Me temen y obedecen pero gracias a Dios, tú no lo haces.

—Tienes razón, te tengo una especie de afecto. Sin embargo no del tipo amoroso… no sé si esperabas que te quisiera de esa forma.

— ¡No!

Su “amigo” dijo esto escuchándose entre divertido y aliviado. Elena encontró aquello divertido también y le siguió el tono jocoso a la conversación.

—No suenes tan feliz que me ofendes.

—Elena, mi cariño va más allá de un sentimiento de pareja. Nos une algo fuerte pero no es tiempo aún. Debo irme…

Elena pasó de la alegría a la desolación. Volvía a quedarse sola. Se fue a la casa ignorando a su “amigo”

— ¿No vas a hablarme más, Elena?

—No. —continuó su avance a casa, decidida a no dejarse abrumar por ese sentimiento de desolación.

—Siento que de nuevo soy dejada en la soledad. Como si hubiese hecho algo mal.

—No es eso, Elena. Pero este lugar es seguro pues muchos trabajamos en que sea así. Tener mucho contacto sería poner luces brillantes y un rótulo de Aquí Estoy.

—De acuerdo. Me quedaré tranquila.

Una vez a solas decidió fisgonear un poco por el ático.


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