Revista Opinión

CDC y ERC: Análisis electoral de un desencuentro

Publicado el 25 junio 2016 por Polikracia @polikracia

Cataluña, el territorio con más representantes en las Cortes después de Andalucía, es ahora mismo el tablero en que se disputa la escaramuza más compleja de estas elecciones generales. El Reino de España tiene también su propia Invernalia, y de ésta dependen 47 diputados que serán cruciales para decidir el futuro de nuestro país a partir del 27 de junio. Pérfida oposición al trono del PP, añorada muleta del poder del PSOE y, en la actualidad, codiciada perla de un Podemos plurinacionalista que ha querido hacer de las tres comunidades singulares sus tres dragones electorales (aunque, al igual que a Daenerys, los tres se le han descontrolado en mayor o menor medida). A esto se suma que, como es evidente, al tiempo que es señalada estratégicamente por los actores estatales, también pugnan en ella los representantes de la masa soberanista, aquejada internamente de la inestabilidad provocada por las disputas entre supuestos aliados que se creen auténticos Stark.

Ahora me centraré precisamente en el retrato de esta pugna electoral de cara al 26-J: la de los dos rostros del bicéfalo independentismo: CDC y ERC, derecha conservadora e izquierda casi socialdemócrata, socios circunstanciales de gobierno y, al mismo tiempo, adversarios electorales con una fuerza electoral cada vez más pareja; unos procurando reinstaurarse en la representación hegemónica de un nacionalismo conservador que se les ha alejado después de décadas de pujolismo incontestable, otros acariciando el anhelo freudiano de matar al padre y ocupar un puesto para el que creen estar preparados.

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Si hacemos una comparativa preliminar, los sondeos corroboran la tendencia marcada por las elecciones pasadas, al agrandarse aún más la diferencia entre ambos partidos. Según el más reciente, de GAD3, CDC obtendría ahora alrededor de un 12% de los votos (un 15,1% en 2015) y ERC, un 15,7% (manteniéndose en el entorno del 16% que obtuvo en 2015, un descenso tan leve que sabe a victoria teniendo en cuenta dos factores conjuntos: el continuado ascenso de Podemos y el estancamiento del voto netamente independentista). Pero hay otros estudios anteriores que incluso señalan un alza continuado en el voto de ERC. Como se puede observar en el gráfico, las generales del 2015 fueron las primeras en que ERC superó a CDC en número de representantes, un hecho sin precedentes (en las europeas de 2014 ya les superaron en número de votos, pero no de representantes, pues la coalición de ERC obtuvo a nivel nacional menos votos y dos representantes, y la de CDC, al estar aliada con otros partido nacionalistas, obtuvo más votos y tres representantes). Y esto no hace más que confirmar una tendencia que lastra al nacionalismo catalán tradicional desde los años noventa, marcados por el progresivo ascenso en popularidad de la izquierda nacionalista de ERC, aunque lo de izquierda y nacionalista (aun siendo un duo justificable ideológicamente) son dos términos que no suelen casar bien, y se trata de una fisura ideológica que siempre ha acomplejado a esta formación (un giro astuto por su parte ha sido evitar el uso del término nacionalismo, al consagrarse el uso de otro de tono más progresista: soberanismo).

Empecemos por Convergència. Sus perspectivas de cara al 26-J son claramente pesimistas. Su decaída en términos generales, a todos los niveles electorales, es debida en mi opinión a dos factores. Por un lado, el rechazo hacia el excesivo apalancamiento de la identidad de CDC en un pujolismo que se ha vuelto en su contra por un compendio de casos de corrupción (la gran mayoría son achacados a Pujol o al entorno político de sus años de President). Por otro lado, un viraje sociológico que trastornó las predicciones de Artur Mas: adelantando elecciones en 2012 con objeto de impulsarse con la espuma del incipiente independentismo, no supo advertir que el eje sobre el que pensaba centrar la política catalana para aupar a su partido (el tradicional nacionalismo-unionismo) estaba siendo ya desplazado lentamente desde la crisis financiera por la irrupción de nuevas conciencias que alumbrarían nuevas fuerzas políticas, desviando el debate hacia el eje socioeconómico. Hablamos de la nueva izquierda podemita, cuyo discurso ha sabido aprovechar astutamente el debate independentista para abrazar el plurinacionalismo, casando así ambos ejes: soberanismo y reformismo socioeconómico, además de regeneración generacional. El primer síntoma fue el imprevisto éxito de fuerzas soberanistas de izquierdas en 2012 (ERC y CUP), pero el fenómeno no encontraría su plena identificación parlamentaria hasta la llegada de los comunes de Ada Colau (que no paran de subir en los sondeos). Justo cuando pensaban haber allanado la partida de las generales al hundirse el PSC, Podemos los ha sustituido como esperanza de voto nacional (y tal vez incluso empiecen a ser una amenaza también en el Parlament en breve).

De repente, lo inimaginable: un partido estatal que promete (aunque no garantiza) encajar los anhelos soberanistas en el marco legal español, asegurándose ese doble empujón electoral: el soberanista y el socioeconómico; el primero canaliza los votos que perdía CDC hacia la izquierda, y el segundo canaliza el hartazgo que estigmatiza a CDC (por tanto, esta segunda causa también está relacionada en parte con la primera). Y lo más curioso es cómo la subversiva creación del artificial concepto del derecho a decidir, pensado como ariete de CDC ante el Estado, ha dado frutos que ahora cosecha la izquierda plurinacionalista. Y por si fuera poco, un último guiño del karma: la desaparición de Unió, único consuelo fratricida en la noche del 20-D, se ha vuelto en contra de CDC al canalizar esos 64.726 votos moderados hacia lares menos nacionalistas (principalmente el PP, que casualmente experimenta según la gran mayoría de sondeos un repunte de entre el 0,4% y el 0,7% aproximadamente). En definitiva, van a ser unas elecciones en que CDC va a a procurar, a todas luces, minimizar los daños y aguantar el tipo.

En lo que respecta a ERC, las perspectivas son mucho más esperanzadoras, pero se enfrenta a un enemigo desconocido hasta ahora que podría representar una amenaza seria a largo plazo. Lo que en 2012 se antojó una sentencia arriesgada por parte de Junqueras, su promesa de ser el líder de la oposición en el Parlament, ha dado paso en pocos años a horizontes aún más ambiciosos, que llegan concretamente hasta el despacho de la Presidencia. Pero en el momento álgido del proceso de extinción del novecentismo de Convergència ha aparecido un escollo inesperado, ese partido estatal extrañamente confraternizado con los anhelos del nacionalismo catalán (de hecho, ya tiene más militantes en Cataluña que ERC). Y éste es un factor claramente más perjudicial para ERC, y lo es doblemente: para los votantes circunstanciales de ERC que se identifican más con Podemos, y (aún peor) para aquellos votantes convencidos pero que ven en un aliado estatal un actor mucho más eficiente para conseguir el referéndum que el habitual revolucionario arrinconado (algo tendrá que ver con que Joan Tardà vaya de número dos). En las pesadillas de los republicans se aparece la sombra del empequeñecido Bildu. Es fácil aglutinar el voto de la izquierda desplazada al independentismo instrumental, pero aún más fácil es perderlo al surgir una alternativa prometedora. Su consuelo: el probable apoyo de muchos votantes de la CUP, que no se presenta a las generales.

La rivalidad entre CDC y ERC no es lo que aparenta a primera vista: aun siendo las dos formaciones que copan el espacio independentista (con permiso de la CUP), no compiten por un espectro poblacional conjunto que sea excesivamente amplio. No es ningún misterio que la gran mayoría de votantes perdidos por CDC se deben al aspecto radicalizador de su apuesta independentista (seguramente más de lo que Mas hubiese querido, al verse arrastrado más de lo esperado por el ímpetu de la izquierda soberanista y su retórica rupturista), mientras que por la misma razón es lógico que la mayoría del superávit de ERC sean nuevos independentistas, pescados principalmente de las aguas del PSC y de ICV. Una dinámica histórica clásica: el alejamiento de los votantes moderados y la esperanza de compensar su pérdida con los votantes más progresistas ante la radicalización ideológica (y así ha ocurrido, pero no de forma homogénea, pues la mayoría de moderados los ha perdido CDC y la mayoría de progresistas los ha absorbido ERC, desequilibrando el tablero a su favor).

A continuación adjunto cuatro gráficos que recogen el porcentaje de voto a nivel nacional, para ambos partidos, en función de la edad y del nivel de estudios. Los datos del 20-D han sido extraídos del Barómetro de mayo de 2016 y han sido recalculados omitiendo el porcentaje de quienes no contestan o no recuerdan. Los datos del 26-J han sido extraídos del Estudio Preelectoral de 2016 y han sido recalculados omitiendo el porcentaje de quienes no desean emitir voto. La comparativa, aunque poco extendida en el tiempo, revela coherencia con las dinámicas electorales analizadas antes: mientras que CDC registra fugas continuadas, ERC mantiene su buen talante y aguanta casi intacta la embestida de Podemos. Dos datos a destacar: los descensos pronunciados de votantes de ambos partidos en las franjas por encima de los 55 años (tanto la moderación del independentista hastiado que se refugia en Podemos como la identificación del unionista hastiado que se refugió en el independentismo cuando aún no existía Podemos) y un ascenso del voto independentista que se concentra exclusivamente en las franjas de bajo nivel educativo (concretamente, de nivel de estudios secundarios), decayendo especialmente entre las esferas más formadas.

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Para acabar, me gustaría hacer una comparativa entre las expectativas de cara a la actuación de ambos partidos como abanderados del soberanismo en las Cortes: el papel que la coyuntura les ha reservado es mucho más cómodo para ERC que para CDC, acostumbrado como estaba el grupo parlamentario a cooperar con la derecha nacional, a hacerse oír cobrándose favores e incluso a negociar la estabilidad ejecutiva (su momento álgido: el ominoso pacto con Aznar en 1996). Nada de ello es experiencia útil para el papel que les espera de arrinconados pancartistas, que tanto ha agradado siempre a Tardà. Habrá que ver cómo se desenvuelve, una vez entrado en la dinámica parlamentaria, el grupo convergente: una cosa era reivindicar un derecho a la independencia, otra muy diferente es presentarse en las Cortes con una sentencia de ruptura con la legalidad estatal como credenciales políticos, aprobada en el Parlamento autonómico con apoyo de la CUP. Y esto no hace más que remontarse a la habilidad de ERC para imponer su versión de los hechos y su terminología de izquierdas y unilateralista en el dueto menguante.

Es evidente que todo este análisis hay que leerlo en clave multidimensional: mientras ERC y CDC unieron fuerzas irrevocablemente en una lista conjunta para ganar la Generalitat, a cada proceso electoral que pasan por separado se desacredita más la sobrerrepresentación de la derecha nacionalista, cuestionándose la legitimidad de la estela política de Artur Mas (más que de CDC) no tanto como fuerza de gobierno sino como fuerza directiva del proceso independentista. Los sondeos autonómicos lo reflejan, coincidiendo todos en que ERC ganaría las elecciones con una diferencia notable sobre CDC. No obstante, la amenaza de Podemos es real para ambos, y perder la mayoría independentista en Cataluña podría depender de un puñado de soberanistas ambiguos para los que ERC sería la única alternativa ideológicamente factible, máxime después del valle de penurias que ha vivido el independentismo desde enero, justo tras el 20-D; por ello las elecciones generales han cobrado, súbitamente, tanta importancia como prueba de fuego para ver cuánto estarán dispuestos a tensar los electores la confianza en el supuesto apoyo de Podemos al derecho a decidir.


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