Cada vez es más frecuente en mi trabajo ver a chavales cansados de todo. No sólo de las clases aparentemente más pesadas sino también de aquellas que por su idiosincrasia se presentan – en principio – más motivadoras. ¡Nos estamos cargando la infancia de los chavales! Se escuchan desde los altares alejados a la realidad social donde estos pequeños seres indefensos viven. La culpa, como viene siendo habitual, son esas “dichosas” maquinitas.
Lo que para mí no supone un problema en realidad sí lo es. Me explico, buscar la fórmula mágica entre que los padres aprendan de una vez por todas que existe algo llamado Pan European Game Information (PEGI) que les guiará hacia la luz de cual es el juego que debe ser comprado a cada edad. Al igual que esos docentes deben entender que jugar un par de horas a la semana no es tan malo, ya que ellos mismos pasan muchas otras – de fiesta o no – injiriendo sustancias como el alcohol o el tabaco sin que tengan ningún tipo de atadura moral.
- El auténtico Tiranosaurus Rex
A pesar de todo esto si que existe un cierto riesgo que a mi modo de ver se debería evitar. De hecho mucho de los problemas de los hijos con el Síndrome del Pequeño Tirano empiezan por el siguiente y aparentemente inofensivo factor. Hoy se ceba a los chavales a tener materiales, se les insta a entrar en una rueda de consumo extremo sin tener porqué. Pero preferiría ir por partes antes de ir a atacar a la raíz del asunto. Por lo que si nos fijamos años atrás mucho de nosotros teníamos pocos juegos. De hecho algunos tenían tan pocos que hoy en día se conforman con tener un juego de fútbol, otro de plataformas y el típico “party” para echar las risas con los amigos.
Éstos últimos son una minoría – pero existente – y el resto somos aquellos que recordamos hasta el color del píxel de lo que parecía ser un trozo de las bragas de la Princesa Peach. Ya que teníamos los juegos tan sobados que hasta en clase de música sólo sabíamos la cancionela que acompañaba al título. Pocos juegos, intensos y con una relación horas jugadas / precio que cualquier economista se asustaría al ver la gráfica. Pero hoy ya no, hoy salen juegos por doquier y lo peor es que al poco tiempo son tan accesibles que como “asnos” buscamos el mejor sitio para rebuznar.
Puedo que esta teoría se exacerbe en demasía, pero las consecuencias las pagas los más pequeños. Les acostumbramos a la novedad, a lo irremediablemente actual casi sin darnos cuenta pasamos de jugar a un shooter para empezar otro y otro “ad infinitum”. Cebados como los gansos vamos engullendo un título tras otro sin pararnos a pensar realmente que es lo que estamos haciendo. ¿Lo disfrutamos? Puede que algunos sí, pero existe una diferencia entre comerte una hamburguesa en 10 minutos que en una hora. El sabor no varía, la textura no cambia, pero sin duda tu estómago lo agradece al no tener que estar generando un sobre esfuerzo para gestionar tal cantidad de material.
¿Qué pasa con los peques? Éstos ha pasado del ilusionarse hasta con un par de calcetines a no valorar ni tan siquiera un buen gesto realizado por alguien afín. Está todo de más, todo les da igual y el “me da igual si se rompe tengo más” parece ser su coletilla favorita. Asusta sinceramente pasar cursos y comprobar como el desapego hacia las cosas va creciendo exponencialmente y asusta más cuando vemos que pasa de lo material a lo emocional. ¿Nos tirarán a la basura cuando seamos mayores para comprar otros?
Llamadme exagerado, pero no creo que dentro de 20 años ninguno de éstos pequeños recuerde con apego ningún Call of Duty mientras yo aún me empalmo (con perdón) con el primer Doom. Dudo mucho que estos seres diminutos sientan lo mismo que yo cuando de mayores se nombre a Heavy Rain y se haga lo propio con Day of the Tentacle por buscar un parangón. No es que lo de antes fuese mejor, sino que tampoco hoy existe una cultura del valor hacia lo que cuesta de conseguir.
- Tantos juegos como huevos
Las desarrolladoras tienen en mente sacar títulos, sin importar a veces la calidad de éstos ya que las productoras aprietan o los recursos son escasos. No, no es sólo su culpa, el público – cada vez más mayoritario – exige que al poco de pasarse un juego saquen la secuela. Pocas IPs se esperan más de dos años para ser lanzadas con nuevas aportaciones reales y no unos cuantos añadidos que ya estaban pensados para el anterior.
La cultura del consumismo nos lleva a provocar un cáncer de hígado a los gansos para generar paté y comercializarlo rápidamente. Sin importar el sufrimiento del pobre animal, pero en este caso los gansos son nuestros hijos que poco a poco pierden los valores importantes de la vida, como la capacidad de esfuerzo, el valor de las cosas como recompensa o la responsabilidad de uso. Todo ésto quizás lo vean muy exagerado pero cada vez es más frecuente ver perder algún objeto a cualquier niño o niña (ellas no se escapan tampoco) y no enfadarse por ello.
Nota: Si yo perdía algo me sabía tan mal que hasta me subía la fiebre, puede que fuese algo exagerado (que lo es) pero tenía muy claro que aquello que poseía era fruto de muchos esfuerzos.