No tengo ni una sola receta apuntada en un papel. No se que cantidad de gramos de alimentos hay que ponerle a cada plato. He caminado, volado y navegado por todo el mundo. Desde aquí hasta las antípodas, ida y vuelta, varias veces, con el único objetivo de descubrir platos que me subyuguen. Soy rico, a mi pesar, me acompaña un sirviente fiel para quien cocino y un mono tití que me regalaron, creo, en algún lugar del pacífico. Yo les dejé medio kilo de gofio a cambio. Cuando me iba de allí vi como lo amasaban para utilizarlo como engodo para pescar.
Cierto día, mientras visitaba Perú encontré a unos amigos desconocidos y anduve con ellos por las calles de la ciudad (¿ciudad?) de Chiclayo, en el norte, riendo y bebiendo todo tipo de licores, que ellos me aseguraron inocuos.
A la mañana siguiente, cuando desperté, el mundo giraba en sentido contrario, abruptamente y a gran velocidad. Mis amigos me llevaron a comer un plato de pescado que acabó inmediatamente con la brutal resaca y que luego, años después yo he preparado en mi casa para ardientes resacosos.
Compré un kilo (o dos no recuerdo) del pescado más blanco que encontré en el mercado, rape me parece que era. Lo limpié detenidamente de pieles y no de espinas, pues ya se sabe que el rape no tiene espinas, y lo sumergí en agua fría, lo más fría posible, para limpiar bien cualquier resto que quedara sobre la bella carne blanca del horrible pez sapo. Entonces desenvainé un cuchillo japonés que tengo y procedí a cortar rodajitas de pescado en trocitos no muy pequeños pero tampoco muy grandes.
Los puse en una fuente de cerámica, no los ponga sobre metal (nunca), habiendo antes exprimido dos limones en ella, limones de verdad, de los que son un poco feos pero de los que huelen a la infancia de Machado, desconfíe de los de Alcampo o Carrefour. Puse el pescado encima de líquido y lo sazoné con sal, claro, y con un poquito de pimienta blanca. Otra vez limón, y así capa a capa. Cuando tuve la fuente llena lo metí a la nevera.
Para acompañar lo habitual es poner algunas rodajas de batatas guisadas y unos granos de millo dulce. No se olvide que el pescado se tiene que macerar, no cocinar, por lo que le recomiendo que no lo tenga más de tres horas en la nevera. Sirva con una espumadera para separar el caldo del pescado. Y ataque una botella de vino blanco, podría decir algún nombre en francés, pero optaré por recomendar alguno de Ycoden Daute, o lo que es lo mismo de la isla baja, cualquiera es bueno. Les juro que si les gusta el pescado sentirán con este plato cómo le dan bocados al océano.
Buen apetito, y a mejorarse la resaca.