Revista Sociedad
El sábado, al volver a casa por la noche, tomé mi ración nocturna de Twitter antes de dormir y fue tal el horror que vi en varios de los perfiles de los periodistas a los que sigo, que me acordé del cuadro de Goya en el que Saturno devoraba a sus hijos. La consecución del ERE de El País ha puesto finalmente en la calle a 129 periodistas. A medida que leía a muchos de esos 129 despedidos, me imaginaba la boca de Juan Luis Cebrián cada vez más grande para poder tragarse a los ejecutados por el ERE. El director general de Prisa, artífice de este disparate, se relamía con la sangre de las extremidades que engullía, pertenecientes en varios casos a profesionales con 30 años de servicio a sus espaldas.Saturno devorando a sus hijos, de Francisco de Goya.Muy tristes han sido algunas de las declaraciones realizadas en los últimos tiempos por este pésimo gestor, que ha llegado a renegar del producto y de los periodistas que hoy elaboran el diario de mayor tirada nacional. Alguien que dirige un medio al que califica de “muerto” y a sus redactores como “zombies” y que ni siquiera siente la más mínima responsabilidad en esa mala marcha del periódico no sé si puede definirse de cínico o si existe algún otro término en el catálogo de enfermedades mentales que defina el comportamiento del autor de esta sangría.La revista Mongolia publicaba el pasado mayo un reportaje sobre el personaje y su gestión, alguien que en 2011 cobró 8,3 millones de euros y que en ningún momento ha entonado el ‘mea culpa’; que achaca este brutal recorte a la irrupción de la era tecnológica y al bajo perfil digital de muchos de sus periodistas; que desprestigia constantemente a sus trabajadores y que no admite ningún atisbo de responsabilidad propia. Son los demás, como siempre, los que han ocasionado el mal; son los demás los que deben pagarlo.José Yoldi, Luis R. Aizpeolea, Ramón Lobo, Enric González son solo algunos ejemplos de esos 129. Muchos fueron parte, tal vez, de esas “tendencias libertarias” a las que la dirección de El País acusó en su tribuna abierta como provocadores de la situación de tensión de los últimos días. A ellos les tocó el sábado lo que a tantos periodistas en este país: pagar el precio que comporta la avaricia de otros y el no aceptar el pensamiento único. Alzar la voz, protestar, denunciar, defender sus derechos. Estos son hoy, por desgracia, términos que conducen al despido o a la boca sanguinolenta de Saturno. No sé qué es peor.