Si Dorothy siguió el camino de baldosas amarillas para llegar hasta el mago de Oz, Cecilia Gómez ha seguido el camino de baldosas rosas para subir al escenario su espectáculo «Cayetana, su pasión», que se acaba de estrenar en el teatro Lope de Vega de Madrid. Es un camino engañoso, porque parece que está lleno de atajos que no son en realidad más que espejismos que confunden, desorientan y alejan al caminante de su verdadero objetivo: la excelencia artística.
Para su camino recién empezado, Cecilia ha elegido buenos compañeros de viaje, nada que ver con el león asustado, el espantapájaros o el destartalado hombre de lata que flanqueaban a Dorothy. La bailaora está muy bien acompañada por Antonio Canales, que destila impagables gotas de arte; por Victorio y Lucchino, autores de un lucido vestuario, donde destaca una preciosa bata de cola que luce al principo del espectáculo; por cantaores de fuste como Guadiana, Miguel de la Tolea o Juañares, que brindan algunos de los momentos musicalmente más bellos de la función; por el baile excelente, generoso y ajustado de Pol Vaquero; por las luces precisas de Nicolás Fischtel. Todo ello ayuda a que la envoltura y la factura general del espectáculo obtengan una buena nota.
Cecilia Gómez lleva varios años al lado de una de las grandes estrellas del flamenco de hoy, Sara Baras, y se le nota —incluso demasiado— en su baile, cosido al recuerdo de la que sin duda ha sido su ejemplo sobre el escenario. Ha encontrado la oportunidad de salir de aquel nido y lo ha hecho con valentía, entusiasmo y empeño, patentes en el digno espectáculo, pero ella tiene aún las alas tiernas y el vuelo tembloroso.