(Línea 57)
Al contrario de lo que quiere la gente,
yo ruego que el colectivovenga lleno cada vez que viajamos juntos.
Nosotros no tenemos nada en común.
Jamás nos hubiésemos conocido viajando.Él vive hacia el norte; yo más al centro.
Ni siquiera nos coinciden los horarios. Damos
dos pasos atrás. Se agarra del pasamano. Yo
me agarro de él -no puedo hacer más: con suerte
le llego al pecho-. Nos presionan de todos lados:
entregar un libro en dos días; sus clases
de los viernes, y veinte albañiles que intentan
llegar temprano a casa. ¡Un pasito más!, grita el chofer.
Lo miran con mala cara, en cambio, su cara
es inconfundible: no está enojado, no está triste.
Quiere pedirme lo que no podría darle. Vení,
me dice con esa voz grave que usa a veces, y yo
me interno como una adolescente en el hueco
que hay entre su abrigo y la camisa verde musgo.
Lo abrazo. Él y yo no tenemos nada en común,
pero su corazón está en la punta de mi boca -lo
siento latir-, el colectivo va lleno, un bebé
llora adelante y nos quedan quince minutos
de algo demasiado parecido al amor.
Museo de Arte Moderno
Llueve, la vereda está resbalosa, pero si hay que sacar entrada,
el horno y la cuadra se llene de olor a gas y pizza. Mañana
será otro día. Hoy me acuerdo de cuando estudiaba en el edificio
de Bolívar: íbamos con Lorena, Margó y Gabriel a comprar
cerveza para no entrar a la clase de Rubin. Diez años después,
en Carlos Calvo esquina Perú, leí esos poemas tristes
sobre Chile que hicieron llorar a todos, pero la verdad es que habíamos
tomado un vino muy oscuro. Mañana será otro día:
me dolerá la cabeza por el whisky, la espalda por las horas
que paso frente al monitor, los dedos por comérmelos
y el ego porque no va a escribir, no va a llamar, no le va a importar
en absoluto lo que sentí cada noche que hojeé a Rosa o Carretero
para olvidarme, lo que caminé buscando un Kálnay, un Gestarelli,
el Williams de Parera. Pero hoy Prati está en el subsuelo,
llueve, la vereda se mojó, el edificio del Museo
fue una tabacalera y yo la estudiante de pelo largo cuyo novio,
alto y rubio, era campeón mundial de taekwondo, no una, sino dos veces.