Revista Comunicación

Cecilia Valdés

Publicado el 25 enero 2020 por Universo De A @UniversodeA

La victoria hispana

Cecilia Valdés

Sinopsis y ficha técnica

Comedia lírica en un prólogo, dos actos, un epílogo y una apoteosis
Duración aproximada: 1 hora y 45 minutos (sin pausa).

Música de GONZALO ROIG
Libreto de Agustín Rodríguez y José Sánchez-Arcilla,
basado en la novela Cecilia Valdés o la Loma del Ángel, de Cirilo Villaverde
Estrenada en el Teatro Martí de La Habana, el 26 de marzo de 1932
Nueva producción del Teatro de la Zarzuela
Edición de Evan Hause

Llega por primera vez Cecilia Valdés a Madrid. El director de escena de esta nueva producción, Carlos Wagner, nos recuerda que ahora todo es un estreno en el Teatro de la Zarzuela: ¡primera obra cubana y primera vez de Cecilia Valdés! Para Wagner la obra tiene «una parte muy divertida y entrañable» porque aquí están presentes «las fiestas, y también la vida cotidiana, tanto de la clase alta como la de la gente humilde en La Habana». Y, además, «abarca temas más serios, como el machismo de esa clase alta» y su actitud «ante el tema de la raza».
También es la primera vez que en este escenario se combina la escenografía de Rifail Ajdarpasic, el vestuario de Christophe Ouvrard, la iluminación de Fabrice Kebour o la coreografía de Nuria Castejón, lo que permitirá recrear una historia llena de fiesta, azúcar y esclavitud en la Cuba de los años 50.
Y esta heterogeneidad de temas y emociones se plasma también en la música: el director musical, Óliver Díaz, afirma que «Cecilia Valdés es una perfecta amalgama entre la gran tradición operística centroeuropea, la zarzuela y la música afrocubana. Gonzalo Roig es capaz de colorear e iluminar cada una de las acciones de la forma más sutil evidenciando los aspectos psicológicos de cada personaje con una maestría absoluta. Estamos ante una obra con un absoluto protagonismo musical, donde el arte denuncia, una vez más, las injusticias sociales arraigadas en lo más profundo de las civilizaciones».

Dirección musical
Óliver Díaz
Dirección de escena
Carlos Wagner
Escenografía
Rifail Ajdarpasic
Vestuario
Christophe Ouvrard
Iluminación
Fabrice Kebour
Coreografía
Nuria Castejón
Reparto
Cecilia Valdés ELIZABETH CABALLERO (días 24, 26, 30, 1, 5, 7 y 9) / ELAINE ÁLVAREZ (días 25, 29, 31, 2, 6 y 8); Leonardo Gamboa MARTÍN NUSSPAUMER (días 24, 26, 30, 1, 5, 7 y 9) / ENRIQUE FERRER (días 25, 29, 31, 2, 6 y 8); José Dolores Pimenta HOMERO PÉREZ-MIRANDA (días 24, 26, 30, 1, 5, 7 y 9) / ELEOMAR CUELLO (días 25, 29, 31, 2, 6 y 8); Dolores Santa Cruz LINDA MIRABAL; Isabel CRISTINA FAUS; Un negro/esclavo YUSNIEL ESTRADA; LILIÁN PALLARES, AMPARO DEPESTRE, PALOMA CÓRDOBA, ROSARIO BEHOLI, OLGA MORENO, ALBERTO VÁZQUEZ, EDUARDO CARRANZA, ISABEL CÁMARA, JUAN MATUTE, ILEANA WILSON, NACHO ALMEIDA, DAYANA CONTRERAS, GIRALDO MOISÉS DE CÁRDENAS, GEORBIS MARTÍNEZ.
Bailarines
Dairi Brown, Amara Carmona, Alejandro Colás, Malvin Montero, Olga Moreno, Karel H. Neninger, Diana María Nkogo, Nelson Pará, Eunate Quesague, Michel Regueira, Carla Rodoli
Orquesta de la Comunidad de Madrid
Titular del Teatro de La Zarzuela
Coro Titular del Teatro de La Zarzuela
Director:
Antonio Fauró

24, 25, 26, 29, 30 y 31 de enero; 1, 2, 5, 6, 7, 8 y 9 de febrero de 2020
20:00 horas (domingos, a las 18:00 horas)

Comentario previo

Aunque no me considero nacionalista de nada en absoluto, o al menos no en el sentido habitual que suele dársele a la palabra (los nacionalistas de cualquier bando siempre tienden a crear diferencias, barreras, muros; gustan de recalcar -aunque sea disimuladamente- aquello que les hace mejores o incluso superiores a los demás, lo que les da, por tanto, derecho a rechazarlos o, como mínimo, a orillarlos o discriminarlos), una de las cosas que más me gusta de ser español, es todos los lazos y relaciones históricas que hemos creado (acerca de estas cuestiones, y mi opinión sobre ellas, recomiendo la lectura de este artículo), con los más variados lugares del planeta tierra, lo que, al menos a mí, me produce un gran sentido de hermanamiento con otros pueblos (durante un tiempo viví en Nápoles, y siempre destaco lo en casa que me sentía allí, debido a nuestra historia y cultura común, pero, sin embargo, pues no es en absoluto incompatible, respetando, valorando y apreciando nuestras diferencias y particularidades)… sin embargo, la realidad me demuestra, que esto no es siempre compartido.

Así pues, si yo abogase por algún tipo de nacionalismo (o si yo me puedo calificar de algún modo como tal), sólo sería por aquel que se centrase en aquello que nos une, en aquel que nos hermana, traza similitudes, en aquel que valora la riqueza cultural como parte de un todo, el que crea paralelismos, el que recuerda motivos, razones, hechos o personajes históricos por los cuales una vez fuimos uno, estuvimos unidos, no existían diferencias entre nosotros… por un nacionalismo que hablaría, no de grandes imperios en el sentido de potencias dominadoras en plan yo mando y tu obedeces, yo tengo todo esto y tú no, que celebran guerras, batallas y muerte, sino de imperios humanos en los que todos teníamos, o tenemos, en común el saber que pertenecemos a un todo, que no existen fronteras, que uno puede ir a cualquier otro sitio y que, aunque no necesariamente reconozca o entienda todo lo que ve a primera vista (ni siquiera la lengua) pueda sentirse como en casa… quizás eso sea ser ciudadano del mundo, o nacionalista terraqueo, plus ultra… o vete tú a saber. No sé, lo que sí tengo claro, es que yo cuando veo en las versiones ampliadas del blasón real, y veo incluido el escudo del Reino de las dos Sicilias, no pienso en que España poseía, era dueña de media Italia, muy por el contrario, pienso en toda la influencia mutua que ejercimos: en el idioma, el arte… y sobre todo, pienso en todo lo que aún queda de eso… puede que el Reino de Nápoles ya no pertenezca a la Corona española, pero España aún está allí muy presente (caminad sino por la principal Via Toledo), y Nápoles, también sigue estando en España (vamos a ver, sino, el Palacio Real de Madrid)… y lo mismo se puede decir del resto de los lugares dónde la Corona española dejó su rastro como potencia (no me extenderé en hablar de lo que estuvo mejor o peor, pues ya dediqué un artículo a ese tema en su momento).

Por eso, me apena (en el sentido ibérico y también el americano de la palabra) mucho, me da rabia, cuando hay tantas personas que no lo ven así y prefieren quedarse con una visión fanática y trasnochada de otras épocas, otros siglos (pues lo símbolos están para ser reinterpretados)… al fin y al cabo, no debemos olvidarnos que la base de todos los nacionalismos iberoamericanos está en el odio a la que antes fue la Madre Patria, y es lógico, era necesario crear tal cosa para legitimar y hacer creíble, o siquiera necesaria, una independencia: utilizaron el truco más viejo, habitual y rancio de todos los nacionalismos (la letra de sus himnos nacionales no deja lugar a dudas), sin embargo, para bien y para mal, ¿no son lo que son gracias a España?, y cuando deciden emigrar, ¿a dónde, con lógica, deciden hacerlo, aunque, desgraciadamente, y no necesariamente, la Madre Patria tenga siempre los recursos que esperan y necesitan?. Sí, puede que Iberoamérica sea independiente de la metropoli (aunque puede que no falte quien se cuestione si ello ha sido para mejor), pero está tan claro que España se ha quedado allí, como que América también permanece aquí, nunca hemos dejado, y posiblemente no dejaremos, de ser uno; porque “Cecilia Valdés” se publicó en la Capitanía general de Cuba, parte de la Corona española; pero se sigue representando en la Cuba independiente de hoy, y ahora, también en España; demostrando que las palabras “iberoamérica” o “hispanoamérica” (directamente ligadas con España) ni son palabras genéricas, ni han perdido en absoluto su significado real y original.

En definitiva, y estableciendo una comparación histórica (tal vez algo lejana) puede que Grecia sucumbiera ante la fuerza militar de Roma, pero los bárbaros y barbudos romanos, volvieron a su capital como civilizados y afeitados helenos, y además difundieron esta cultura… así pues, ¿quién venció a quién al final?, ¿de quién fue la auténtica victoria final? (muy especialmente cuando estudiamos la cultura romana)… y dejándose de analogías, para volver al tema que trataba: ¿qué estilo de vida adoptaron rápidamente en los países que quedaron bajo la influencia de la Corona española, renunciando con asombrosa facilidad a lo anterior?, ¿cuánto tiempo (que hay que contar siempre, como mínimo, en siglos) permanecieron, fielmente, con una potencia lejanísima, extenuada, con frentes abiertos por doquier, y sin fuerzas para mantener un territorio tan extenso y disperso como imposible y utópico? (sólo en América, casi un continente al completo); y si vamos al hoy, ¿qué lengua siguen hablando?, ¿si contemplamos sus monumentos, de qué época proceden mayoritariamente?, ¿de quién descienden, cuáles son sus apellidos?, o, tal y como los romanos acabaron combinando dioses griegos y de otras naciones (pues la historia ha demostrado que los imperios más permeables son los que mejor subsisten, o al menos durante más tiempo… y en eso la Monarquía española puede dar una lección maestra), ¿no es igualmente cierto que la cultura americana originaria se ha combinado, mezclado, creado un mestizaje propio, del que la cultura española es una parte muy importante? (básicamente porque esta misma lo permitió y fomentó), y por tanto, llegados a este punto, ¿no es cierto, por tanto, que sus nacionalismos se basan, indirectamente, en una falsedad, pues lo español es intrínseco e inevitable a la cultura que acabaron por crear, y que por tanto, las razones que nos separan no son culturales sino políticas? (como desgraciadamente suele suceder en el caso de los nacionalismos radicales, que sólo utilizan la cultura como instrumento y no como aprendizaje).

Quiero creer, además, que el Teatro de la Zarzuela, me da la razón en lo anteriormente dicho; pues, nuevamente, su acertada apuesta, en esta ocasión, por el diálogo ultramarino, es todo un hallazgo. Dice el tópico que la zarzuela es un género madrileño; sin embargo, pocos o ningún otro género nacional de todo el mundo ha conseguido sincretizar tan maestramente la variedad regional de un país; también dice el tópico que es el género español por excelencia… bueno, pues tal vez haga falta que un americano (el director de la institución, Daniel Bianco, argentino de nacimiento pero cuya carrera profesional se ha desarrollado mayoritariamente en España) venga a descubrirnos (al igual que los españoles descubrimos el nuevo mundo), que tal vez el género ya no necesariamente sea español (aunque naciera como tal, en el Palacio de la Zarzuela, y como el propio descubrimiento de América, patrocinado por la monarquía española), sino hispano, y que, nuevamente, se reentable el diálogo ultramarino (un diálogo, como siempre fue, en pie de igualdad, pues España jamás habló de colonias, sus territorios eran tan parte del país, de la Corona, como lo podía ser Galicia, Andalucía o Nápoles), y que, además esto se haga, de la manera más hermosa posible, mediante la cultura, mediante el arte.

En definitiva, el Teatro de la Zarzuela ya ha demostrado en más de una ocasión ser una institución utilísima, pleno ejemplo paradigmático del porqué es necesario un teatro público (a pesar de que, efectivamente, a veces tenga sus tropiezos y sus escándalos, no podemos negarlo ni vamos a hacer aquí una hagiografía… ¿pero quién, que sea humano, no los tiene?), lugar que combina instrucción y entretenimiento a partes iguales; y ahora, se entrega, o al menos abre la puerta, a un nuevo proyecto igualmente interesante y que va en plena sintonia con su esencia… ánimo con ello, desde luego desde “Universo de A”, se le expresa el máximo apoyo.

Por su parte, el programa de mano es genial, verdaderamente una adquisición que merece la pena, sobre todo gracias al excelentísimo artículo de Enrique Mejías García, que trata, de forma rigurosa pero a la vez sencilla, prácticamente toda la historia del género de la zarzuela, creando los correspondientes paralelismos entre lo que pasaba en la España peninsular y en la de ultramar, y dándonos una visión completísima de esta obra y del propio género prácticamente a nivel mundial… en definitiva, verdaderamente un artículo maestro, brillante y digno de aplauso. El resto, pues lo habitual, discursetes de los típicos miembros del reparto técnico, más bien torpes y vacuos que, no dejan de demostrar, que quizás con demasiada frecuencia, las cosas las llevan a la práctica aquellos que ni siquiera dominan la teoría… y luego el resultado es el que es, claro está, como iba a ser de otro modo si ya sabíamos lo que había.

Respecto a la atención al público, es tan excelente, encantadora y familiar como siempre cabe esperar… un gustazo vamos, ¡es como salir de casa para entrar en tu otra casa! (o al menos en la de un familiar cercano).

Y dicho todo esto, ya sólo queda ponerse con la, propiamente dicha…

Crítica

Lo primero que debe tener en cuenta el público español a la hora de ver esta zarzuela, más que nada para evitar sustos y disgustos innecesarios, es que la obra original en la que se basa fue escrita por un independentista cubano (hay quien podría pensar, teniendo en cuenta lo que sucede en Cataluña, si es el momento de estrenarla) , y por tanto, parte de, y usa, determinados tópicos, estereotipos y exageraciones, además de tener cierto toque propagandista (sobre todas estas cuestiones, y para suavizar la aversión que pueda dar, ruego leer el comentario previo anterior a esta crítica)… no obstante, a la obra final que vemos, no se le pueden negar unos valores universales, que la convierten en una muy posible obra maestra. Tampoco está de más avisar, lo que casi seguro acabará por producir abucheos y silbidos (como no es la primera vez que pasa en estos casos), que en determinado momento del espectáculo, el director de escena ha decidido el intercambio/combinación/alternancia de una famosa Virgen de la isla (icono cristiano) con un dios de origen africano (icono pagano), con su consecuente interpretación en la que prefiero no entrar y que, en todo caso, me parece innecesaria existiendo tantos otros símbolos posibles para hablar de simbiosis y sincretismo cultural (del cual hablo con detalle en el comentario previo).

Por lo demás, y aunque el argumento original no se pueda calificar, en general y en su desarrollo, como el colmo de la originalidad, además de que está más que claro que ha sido elevada a obra maestra nacional por ser una de las primeras obras que describe con detalle Cuba, sus gentes y modo de vida; también es cierto que sí aporta cosas y temáticas muy interesantes, y que sin duda nos da un reflejo de aquella américa española de otros tiempos, más o menos desvaído y desde una perspectiva muy enfocada, cierto, pero, no obstante, un reflejo fascinante.

En cualquier caso, al texto teatral que finalmente contemplamos no se le puede negar efectividad, fuerza y dramatismo; reúne todo lo que necesita: te cuenta una historia interesante y además te la sabe contar bien… no se necesita más. Qué tiene un punto, muy buscado, de gran drama y epopeya-espejo nacional, sí, es verdad, ¿pero a quién le importa mientras funcione teatralmente? (además, el material de partida es el que es).

A esto se le suma una maravillosa música, pues si bien, la zarzuela peninsular nunca ha sido ajena a los ritmos americanos, la música de Roig, aunque guarda un indudable peso europeo, también consigue dar la vuelta a todo esto e introducir todo el punto latino, de pleno y sin disimulo, en esta maravillosa zarzuela hispanoamericana (palabra que se puede usar con toda razón, pues suena tan española como cubana); así, si en España se interpretaban los ritmos latinos y se europeizaban para hacerlos más accesibles; ahora Cuba hace lo contrario, latiniza lo europeo y crea otro ritmo nuevo… lo dicho, esta música es un magnífico ejemplo de diálogo ultramarino hispanoamericano.

Con todo, es incuestionable que la fuerza de los ritmos de esta zarzuela, su toque fuertemente latino, provoca algo muy poco habitual en la música europea, y es que, durante la función, la música, alternativamente, habla al cuerpo y al espíritu, de modo que, en el primer caso, te entran ganas de levantarte de la butaca y ponerte a bailar, y en el segundo (lo habitual, aquello a lo que estamos acostumbrados) de deleitarte con el oído por la belleza de la melodía.

En definitiva “Cecilia Valdés”, se tenga la oportunidad de ver esta producción concreta o no, es una obra que se debe tener muy en cuenta y que todo amante del género zarzuelístico (y si me apuras, la mayor parte de los melómanos también) debería degustar alguna vez en su vida.

Respecto al apartado técnico de esta producción, la dirección de escena de Carlos Wagner es sumamente torpe (y con todo, no consigue hundir la obra debido a su calidad), y aunque consigue mantener una cierta belleza estética y aires exóticos, lo cierto es que todas esas virtudes se caen en poco tiempo: los homenajes al cine mudo, aunque pretenden poner en claro la historia, la desvelan demasiado, no permitiendo la sorpresa y sacudida emocional del público al realizar determinados descubrimientos dramáticos; los movimientos en escena son en su mayoría falsos, liosos o poco afortunados; y, para colmo, la escenografía, que al principio gusta y fascina, no mucho después, acaba por resultar anodina de tanto tenerla delante, sin mencionar, que de ningún modo consigue hacer que nos creamos (más bien tratamos de adivinar) los cambios de espacio narrativo que plantea con las subidas y bajadas de determinados elementos escénicos, produciendo la consiguiente confusión en el espectador; si a eso le sumamos un vestuario reciclado que ya estamos más que hartos de ver… pues imagínate (una vez más, para variar, la historia se desarrolla en los 50 o 60 del pasado siglo… no sé de quién será la culpa, o qué pasa, si es que el teatro no da dinero para vestuario o todos los directores de escena están obsesionados con esa época, pero, lo cierto es que, desgraciadamente, y da igual qué obra se escenifique en este coliseo, ya sea de época barroca, del XIX, del XX o de cualquier momento, e independientemente dónde se situe la acción dramática, al final, la puesta en escena siempre se desarrolla, cansinamente, a mediados del siglo XX… qué aburrimiento por Dios).

Con todo, y a pesar de todo, reconozco que el resultado final de la puesta en escena tiene un cierto valor estético y, que al menos, no es demasiado estorbo para apreciar la obra original (como demasiado a menudo pasa).

El diseño de iluminación, por su parte, hace auténticos hallazgos, muy especialmente en determinados momentos, transformado la sala del teatro en un auténtico paraje tropical.

La coreografía cumple su función, pero no demuestra talento, organicidad ni naturalidad… simplemente está ahí. No se revela como inteligente o tiene buenas ideas para combinar el movimiento y la parte física de ambas culturas… y es una pena, pues debido a las características del proyecto, suponía toda una oportunidad profesional para crear algo nuevo o al menos digno de ser recordado, pero, no ha sido posible.

En lo que respecta a la orquesta, bajo la dirección musical de Óliver Díaz, aunque incuestionablemente hacen muy bien su parte, del mismo modo también está fuera de cuestión que lo hace de modo egoísta, ignorando lo que pasa encima del escenario, van por libre… sí, la orquesta suena maravillosa, y el director ovetense verdaderamente consigue captar y expresar la fuerza y pasión de los ritmos latinos… pero no lo hace al servicio de la historia, sino de la música (o de sí mismo), no narra, da un concierto, parece que dirige una suite de “Cecilia Valdés”; la mejor prueba de todo ello es que la orquesta, en los escasos momentos en los que debería de estar funcionando como banda sonora de fondo para los diálogos, se enfrenta a ellos y los tapa con todo descaro, como reivindicado su presencia y exigiendo la atención del espectador, forzandole a elegir entre la música o la historia; cosa que, en teatro musical, es del todo punto inadmisible.

Gran trabajo por parte del coro.

Respecto al reparto artístico (yo vi el primero y de ese hablo) creo que pudo haber sido mejor elegido, así, aunque hay cubanos, me faltan más… veía demasiados españoles, o, peor, demasiados acentos neutros o castellanos y sin los modismos típicos de la isla (lo cual, a veces, llega a resultar un tanto ridículo); y, en cualquier caso, aunque vi buenos cantantes, no vi a ningún buen actor sobre la escena (crítica que es especialmente despiadada cuando, efectivamente, no todos eran cantantes), tampoco es todo culpa suya, como ya he dicho, la dirección de escena de Carlos Wagner no se lo facilita nada y les está poniendo zancadillas continuas a la hora de hacer verosímil o de naturalizar cualquier acción. Por lo demás, en mi función, los más aplaudidos fueron los protagonistas.

En definitiva, no falta quien califica el estreno de “Cecilia Valdés” como hecho histórico… y no me gustaría que fuese así, pues un hecho histórico es algo excepcional y aislado, y yo espero y deseo que esto sea el comienzo de algo (que ya he descrito ampliamente párrafos arriba)… sea como sea, sin duda alguna, “Cecilia Valdés” es una de las excepcionalidades de la cartelera teatral madrileña en este momento, un imprescindible para todo melómano y para todo aquel con un mínimo de inquietud cultural o que, simplemente, quiera disfrutar de una velada con calidad en el teatro.

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