El 5 de noviembre de 1605 unos conspiradores católicos intentaron acabar de un plumazo con el rey Jacobo I de Inglaterra y prácticamente toda la aristocracia protestante. Bueno, de un plumazo no, de un buen petardazo. La Conspiración de la Pólvora fracasó: a Guy Fawkes lo pillaron el día antes durante los preparativos y él y sus compinches fueron ahorcados y quemados frente al palacio que pretendían demoler. Este evento se viene celebrando desde entonces cada 5 de noviembre. En la llamada Bonfire Night se queman muñecos de Guy Fawkes como símbolo de todo lo malo que queremos desechar. La fiesta se completa con castillos de fuegos artificiales.
En la festividad hindú del Diwali se conmemora el regreso a la ciudad de Ayodhyā del príncipe Rāma tras su victoria sobre Rāvaṇa, rey de los demonios. Según la leyenda, los habitantes de la ciudad llenaron las murallas y los tejados con lámparas para que Rāma pudiera encontrar fácilmente el camino. De ahí comenzó la tradición de encender multitud de luces durante la noche.
En Cañete, al sur de Lima, Perú, cada final de septiembre se celebra el Curruñao, o Festival Gastronómico del Gato. En memoria de los primeros colonos de la zona, que tanta hambre pasaron, se comen... gatos.
Es curioso. Nunca sabemos qué hecho (histórico o legendario) va a convertirse en el futuro en una celebración importante en nuestro calendario ni qué aspecto del episodio va a cobrar protagonismo. Si será el fuego, será la luz o serán los gatos.
Pronto esta parte del mundo, la parte buena, la civilizada, estará de fiesta. Celebrará que hace 2017 años ( más o menos), por estas fechas (también más o menos), un carpintero y su mujer, en avanzadísimo estado de gestación, se encontraban en una ciudad que no era la suya arreglando papeles. En ausencia de AirBnB, Trivago y esas cosas, se las veían y deseaban para encontrar un techo bajo el que pasar la noche. A pesar de las pocas camas disponibles y de, por qué no decirlo, las pocas ganas de los lugareños de acoger a extraños, la historia no acabó del todo mal. De todos es conocida: los dolores del parto, las prisas, el establo, los animales aportando calor y la milagrosa supervivencia del recién nacido teniendo en cuenta las circunstancias.
2017 años después (más o menos) es sorprendente cómo este hecho aparentemente anecdótico (salvo la parte de evitar infecciones naciendo en un establo) se ha convertido en el eje alrededor del cual gira nuestra sociedad. La buena, la civilizada. Y más curioso aún es el hecho de que de todos los ingredientes de la historia: la burocracia censal, la noche, el establo, el burro, la vaca (o la mula y el buey), los padres primerizos y angustiados, el niño inmunizado, la estrella, el ángel, de todos ellos hemos elegido para la conmemoración anual convertirnos en un personaje secundario. Elevar con nuestro ejemplo al altar de la Historia a los betlemitas y sus puertas cerradas. Cada año nos reunimos con los nuestros, al calor del hogar y de la abundante comida, cerramos con llave la puerta y desatendemos el mundo exterior. Hemos alcanzado la excelencia en la tarea. Cuantos más de los nuestros, cuanta más comida, cuanto más calor, cuanto más nosotros, mejor. Y bien está. Porque así ha sido siempre. Porque es tradición.
Qué curiosa la Historia. Es imposible conocer qué hecho actual se estará celebrando dentro de dos mil años. Sin embargo sabemos con exactitud qué habremos olvidado la semana que viene. Siria, por ejemplo.