Hippies woodstocknianos, con su naturismo y sus marchas a favor de la libertad, la paz y el amor. Y sus psicotrópicos. Y por ende, los años setenta, con esas tipografías regordetas y coloridas que siempre están de buen humor, con sus chicas de erotismo risueño y sencillo. Y ahora, el Viejo Oeste, con sus indios muertos, sus duelos de honor, sus ranchos. Esa es la imaginería que resume la música de los Corizonas, como quedo patente en las geniales proyecciones que acompañaban su directo. Una auténtica y precisa delicia de rubias desnudas y psicodelia que también se ocupaba de los “políticos ladrones y mentirosos: ¡a tomar por culo!”
Quien pronunciaba el grito de guerra era Javier Vielba, vocalista de Arizona Baby y ahora de Corizonas, predicador de su ceremonia de country-folk-rock en el Cervantes. Y no sólo adivinamos su condición por su atuendo, también fueron sus brazos en alto que no hacía más que invocar a los dioses, sus arengas al público (“¿Creéis en algo? ¡Hay que creer en algo!”) y su gospel tejano: “I’m gonna run to the river and wash my sins, run to the river and pray…”
Además de Run to the river sonaron también todas (bueno, quizá se dejaron alguna) las canciones de The News Today y sí, todas-todas del nuevo siete pulgadas I wanna believe en un show que duró dos horas exactas y que consiguió llenar las tres cuartas partes del patio de butacas. En ellas se sentaban hombres en su mayoría, que llegaron por goteo por esa costumbre de que los conciertos siempre empiezan tarde (¡pero no en el Cervantes, amigos!), y que mantuvieron la temperatura fan más bien templada hasta la última canción antes del bis. Porque con la divertidísima Piangi con me y la rítmica Run to the woods los ánimos se desataron y los culos se levantaron, como merecían la fuerza de su estribillo y esa trompeta triunfante sin la cual Corizonas perdería gran parte de su encanto.
Después de un jaleo también templado para el bis, y una vez que las impresionantes melenas de anuncio de los Arizona volvieron a escena (capilarmente hablando, solo el carismático Fernando Pardo del frente de Los Corona les puede hacer frente), se inició la carrera hasta el final que prometía ser trepidante pero que se quedó en “sostenida”. Únicamente con la emblemática Shiralee, de Arizona Baby, volvieron los asistentes a animarse.
Es inevitable pensar que faltaba la cerveza y sobraban los asientos para el delirio generalizado. Pero que nadie se engañe: allí estábamos disfrutando. Aquello era buena música, muy buena música “tradicional” y con empaque, con intérpretes que, además de la técnica, tenían la actitud. Corizonas defiende un proyecto imaginativo y divertido a la vez que serio mientras que ellos, con su característico humor vallisoletano, se toman muy poco en serio a sí mismos y se permiten bailotear y disfrutar sobre el escenario como si fueran niños en un cumpleaños. E incluso a llevar a su terreno el heavy de Black Sabbath -a la vez que las proyecciones muestran un concurso de baile afroamericano setentero- y salir victoriosos. ¿Alguien da más?
(Marta Sader, www.modernicolas.com)