Hoy se celebra un evento en Madrid (#celebratingjournalism) que relaciona directamente el periodismo y la comunicación pública en general con San Josemaría Escrivá, en la presentación de la edición crítica de Conversaciones con (entonces) Monseñor Escrivá de Balaguer.
En este evento, por lo que veo on-line, se hablará en primera persona por parte de muchos y renombrados y famosos periodistas. En ese sitio web me publicaron el otro día un breve asunto en el que intentaba decir en claro que “La universidad aporta alma al periodismo”. Luego he pretendido razonarlo ayer, un poco más, aquí mismo (Universidad, periodismo y demás profesiones de comunicación pública).
El caso es que, visto el tenor personal y a veces más bien íntimo de lo que escuchado decir y contar en video por parte de tanto colega y antiguo alumno, me ha venido la idea de aportar (desde lejos: bien me hubiera gustado poder estar en Madrid para saludar a tantos) una anécdota o testimonio personal mínimo, pero que abunda en el asunto en cuestión: san Josemaría Escrivá y el periodismo.
Como en esta foto, hecha con ocasión de sus correrías de catequesis, estábamos en el año 1972. Y sobre lo que nos ocupa he de decir simplemente esto: que hoy me encuentro practicando con contenido entusiasmo el oficio universitario porque aquel año, san Josemaría -en una conversación no casual, sino más bien mano a mano, de esas en que sabes eres conocido y apreciado hasta el tuétano- me dijo más o menos algo así, después de escucharme, interesado por mis cosas: oye, y entonces tú, que has estudiado periodismo en Navarra, ¿por qué no te dedicas -si te gusta- a la Universidad?, ¿por que no te dedicas a estudiar algo de lo tuyo, que te guste, y haces una buena tesis doctoral?
El caso es que por entonces no existía aún la posibilidad legal de hacer Tesis doctorales en Comunicación, pero comencé a prepararla, estudiando denodadamente durante más de dos años, sobre todo, los tres tomos del tratado de retórica de Lausberg, en griego, latín, alemán, francés y español... Y luego ya logré trabajar con Gianfranco Bettenini, catedrático de Milán, para ver vías racionales de pensar la comunicación más allá del mundo de la semiótica, en el que bien podía naufragar, y así vino luego lo de la Poética aristotélica y el cine, y todo lo demás. En lo que aún sigo.
Cuento esto sólo porque resulta que ha sido san Josemaría quien me orientó hacia la universidad hablándome de entrada de investigación, no de dedicarme a “dar clases”, de pura docencia. Bien podría haberme sugerido que diera buenas clases en la Universidad de Navarra. Pero no.
No fue así: me sugirió estudiar e investigar, me indicó con delicadeza, sencillez y sabiduría, como quien no quiere la cosa, el procedimiento adecuado para ser un universitario como Dios –y no Bolonia- manda. También para estudiar y saber acerca del periodismo y las demás formas profesionales de comunicación pública.
Valgan estas líneas de agradecimiento público a san Josemaría acerca de algo que hasta ahora no había comentado en público. Quizá es que estamos celebrando también la transparencia como nueva objetividad, aunque mejor nos iría si celebráramos, como veo me RT la Oficina de Comunicación del Opus Dei en España, mencionando más allá de objetividades y transparencias, el puro y duro servicio cívico, libremente ejercido: @noblejas: "El alma de la comunicación tiene que ver con una actitud de servicio cívico, algo muy cercano a lo que entendió San Josemaría".