Revista Psicología
En el caso de la mujer conocemos la cuestión: muchas veces renuncia al progreso laboral por los hijos, el marido, la casa. En otros casos intenta compatibilizar ambas cuestiones, con gran sacrificio. En el caso de los hombres, la cosa se plantea, aún hoy, de otra manera. Sabe que para avanzar en el trabajo debe renunciar a ciertas horas con la familia, que su tiempo será suplido por la compañera, y entiende eso como una cuestión vital: su esfuerzo revertirá en su mujer, sus hijos, con mejora en el nivel de vida y todo lo que ello supone: casa mejor, educación mejor para los hijos… En fin, todo lo que se puede obtener con mayores ingresos. Sin embargo hemos observado en muchas crisis de pareja que el pacto inicial, tú trabajas menos, o no lo haces, y te ocupas de la casa y de los niños, y yo me voy al mundo a trabajar, de pronto deja de funcionar. La mujer se siente sola, quiere mayor presencia del hombre, sobre todo como padre, y el hombre siente que su esfuerzo no es reconocido. Suele pasar que él no comparte lo que hace fuera (¿Qué le voy a contar a mi mujer, si es todos los días lo mismo?), Y ella tampoco habla porque salvo contadas excepciones, también, todos los días es lo mismo. La diferencia entre ambos es que mientras es probable que él pueda progresar y crecer en su trabajo, aprendiendo, teniendo satisfacciones, las tareas del hogar, en su monotonía, dejan poco lugar al crecimiento personal. Las mujeres, hoy en día, encuentran satisfacción en otras actividades: las amigas, el gimnasio, pero no dejan de vivirlas como meros entretenimientos. Y son los celos, por lo que el hombre consigue estando fuera de casa, los sentimientos que están en el origen de muchas de las quejas que deterioran las relaciones de muchas parejas que ven cómo sus vidas son afectadas sin saber muy bien qué les pasa cuando, dicen, lo tienen todo para ser felices.