En la pequeña localidad de Chatillon, en Belgica, existe un cementerio de coches que fueron abandonados por los soldados que formaban parte de una de tantas bases militares que Estados Unidos tuvo en Europa tras la segunda guerra mundial.
Conforme fue pasando el tiempo muchas de estas bases militares norteamericanas se fueron desmantelando y los soldados regresaron a casa.
El regreso lo hacían en barco y en él los militares se llevaban todas su pertenencias y enseres, sin embargo el costo de embarcar todos estos coches y trasladarlos hasta Estados Unidos, eran cerca de 500 coches, resultaba excesivo. Al no hacerse cargo el ejercito del traslado, los oficiales dejaron sus coches en tierra para, posteriormente, hacerse cargo de ellos y pagar su traslado. Sin embargo ni uno sólo fue reclamado. Se quedaron esperando sin que nadie los reclamara.
En principio los coches fueron aparcados en una explanada próxima a la base militar, pero con el paso del tiempo se decidió trasladarlos a un bosque cercano a la localidad de Chatillon, dónde permanecieron ocultos y olvidados años y años.
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Muy al contrario de lo que nos sucede cuando caminamos entre chatarra y basura, el cementerio de coches de Chatillon producía una extraña sensación. Parecía que se había detenido el tiempo en ese bosque. Vestigios de un tiempo pasado. Se había producido una extraña fusión entre la naturaleza y las máquinas. Nada que ver con lo que conocemos por contaminación.
El cementerio de coches de Chatillon permaneció oculto durante lustros, pero un programa de televisión de la VTM lo dio a conocer.
Como resultado, numerosos curiosos y coleccionistas de piezas antiguas invadieron el bosque, llevándose todo tipo de objetos de los coches: matrículas, logotipos, faros, radios, etc.
Además, el dueño del lugar tuvo que limpiar rápidamente el lugar. Una multa de 250€ diarios por contaminar el lugar hicieron que se diese prisa.