En su fundamental ‘A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España’, el periodista Manuel Chaves Nogales (1897-1944) aseguraba que en nuestro país siempre existió el “miedo de los sectarios al hombre libre e independiente”. Se refería a los entresijos e intestinos de la Guerra Civil, escrutando que “la causa de la libertad entonces en España no había quien la defendiera”. Se coloca siempre a esta publicación –que vio la luz en Chile, en 1937– como ejemplo de crítica ejemplarizante sobre los horrores de un conflicto por parte de uno y otro bando.
Chaves Nogales nunca renunció a sus convicciones de hombre de izquierdas, cercano a Manuel Azaña, comprometido con la causa republicana, pero observador sin corsés de la realidad que le circundaba y, por tanto, lejos de los conceptos del sectarismo al que con tanta energía combatió. Por eso, quizá, fue un escritor maldito, tan incomprendido por los totalitarios fascistas como por los comunistas. De los primeros, huyó de España para refugiarse en Francia, y luego de ahí a Inglaterra donde le sobrevino la muerte a los 47 años. De los segundos, ya se impregnó de su impronta en primera persona cuando, por sus veleidades aeronáuticas, voló a finales de la década de los años veinte a la URSS, tras lo que publicaría dos libros alusivos al tema.
Cuando muchos periodistas están por despuntar, Chaves Nogales ya había conseguido a los 30 años uno de los premios de mayor solera en España: el Mariano de Cavia. Andrés Trapiello lo ha definido, sin ambages, como el mejor periodista español junto a Mariano José de Larra. Posiblemente su obra más consolidada sea la biográfica ‘Juan Belmonte, matador de toros’. Un libro escrito por alguien que no se tenía por taurófilo, pero que entendió como nadie los entresijos del arte de Cúchares que le transmitió aquel chaval sevillano que jugaba y soñaba con ser torero en el Altozano trianero. Como también escribiera Felipe Benítez Reyes en el prólogo de una edición al uso, y en referencia al dramático final del eterno rival de Joselito: “…quién sabe lo que pasa por dentro de nadie cuando decide ser nadie”.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, visitaba días atrás las tumbas de Manuel Azaña y Antonio Machado, ambas en suelo francés. Fueron dos de los exponentes más visibles del exilio republicano tras la Guerra Civil y uno y otro reposan en modestas tumbas, ciertamente, a menudo cubiertas de flores, con sendas lápidas que los identifican. Algo que contrasta con ese otro exiliado en tierras inglesas, enterrado en el cementerio londinense de Richmond. No es otro que el sevillano Manuel Chaves Nogales, cuyos restos se hallan depositados entre dos tumbas, cubiertos de hierba, sin identificación alguna, respondiendo tan solo a una clave burocrática de la parcela: CR19. Chaves Nogales murió solo y enfermo, lejos de los suyos, hace ya 75 años. Las gestiones familiares para repatriar sus huesos, hasta ahora, han resultado infructuosas. Allí continúa exánime para vergüenza y escarnio patrio. Cada vez albergo menos dudas de que si hubiera que buscar vestigios de eso que se dio en llamar ‘la tercera España’, él sería uno de los primeros elegidos.