Revista Cocina

Cena de Nochebuena

Por Dolega @blogdedolega

Thanksgiving Dinner

Me encuentro con alguien apenas conocido. De esas personas que saludas por compromiso cuando las ves que se acercan a ti, pero que no sabes identificar al detalle.

Me da dos fuertes besos y me dice que es lectora del blog. Me sorprendo y me esponjo como hongo sumergido en agua.

Me dice que se lo pasó genial leyendo la vida de Clotilde, que la hizo recordar una historia familiar muy divertida.

Sin darme oportunidad de decirle que no se molestara en contarme la anécdota, me la cuenta.

Simplemente la transcribo. Espero que se diviertan tanto como yo lo hice.

Era a medidos de los años setenta. Mi madre y mi tía son de un pueblo de Zamora y vivían en una casa a la orilla de la carretera.

Aquel año mi bisabuelo estaba ingresado en el hospital en Salamanca y mi abuela se había ido a cuidarlo unos días.

Como se acercaban las navidades, un hermano de mi abuela llevó a casa un enorme capón. Era un bicho que debía pesar lo menos cuatro kilos y que corría y comía como un condenado por el patio de la casa a la espera de ser servido en Nochebuena.

Como la enfermedad del abuelo se alargaba y la estancia de mi abuela en salamanca también, se les dio el encargo a mi madre y mi tía de matar y cocinar el capón.

Ambas, jóvenes y solteras por aquella época, sabían de los quehaceres de la casa y esas cosas, pero de matar capones nada, así que le preguntaron al carnicero del pueblo si les mataba el capón. Éste les dijo que no había problema, pero que si querían que saliera más jugoso era mejor que lo emborracharan antes; que la carne salía mucho más rica.

Así, dos días antes de navidad decidieron que era el momento adecuado para enviar el capón al matadero. Siguiendo las instrucciones del carnicero, se pusieron a buscar por la casa algún licor para darle al bicho y emborracharlo.

Después de mucho buscar encontraron una botella de brandy celosamente guardada en uno de los muebles del salón, así que sin encomendarse a nadie salieron al patio de la casa y después de no pocos esfuerzos, lograron atrapar al pollo, le pasaron una cuerda alrededor del cuerpo, cosa que lo tenían controlado para poderle empapizar el alcohol.

De esta forma empezó la operación “emborrachar el capón”, la cual consistía en inmovilizarlo, abrirle el pico y con un embudo pequeño, le echaban pequeñas cantidades de alcohol al coleto.

Luego lo bajaban al suelo y lo dejaban que diera alguna que otra vuelta, atado siempre, para observar qué tan borracho se iba poniendo el animal.

En aquella época las mujeres empezaban a salir, beber y experimentar cosas nuevas, eso unido al frío que hacía por aquellos días,   decidieron probar ellas también. Así que la cosa se transformó en algo parecido a chupito para el capón, chupito para nosotras.

Al cabo de un buen rato, cada miembro del trío tenía un grado de alcohol en la sangre parecido, ya que ninguno de los tres había probado antes el Brandy, así que en las jóvenes se sucedían las risas histéricas y las frases inconexas y en el caso del pollo, las caídas y las carreras sin sentido de la orientación, se alternaban con una enorme agitación.

Cuando le estaban ya atisbando el fondo a la botella, se oyó que se abría la puerta de la calle, momento que aprovechó el animal para emprender una desesperada carrera dando tumbos desde el patio donde estaban, atravesando el largo pasillo a través de la casa, hasta la calle.

No se sabe a día de hoy con certeza, cual de las dos hermanas dejó escapar al capón por no tener sujeta la cuerda, producto de la relajación que sobreviene a una borrachera como aquella. Lo que sí está documentado es que salieron detrás de él con cierto retraso, pasillo adelante y que el pollo, aprovechando el desconcierto del tío que había llegado a comer a casa y estaba con la puerta abierta sacando la llave de la cerradura, se tiró a la carretera sin pensárselo ni un segundo.

Cuando las hermanas llegaron a la calle, se encontraron que en ese momento atravesaba el pueblo un convoy militar compuesto por un coche tipo land rover color verde y detrás un enorme camión de tropecientas ruedas con una plataforma gigantesca que llevaba un tanque encima.

Ante la perspectiva de la suerte que había corrido la cena de Nochebuena una de las hermanas lanzó un grito de desesperación tan grande que el conductor frenó en seco, miro a las mujeres y se bajó del camión.

La escena era la siguiente:

Una de las hermanas estaba llorando, dando gritos totalmente histéricos y se tapaba la cara con un paño de cocina mientras exclamaba: “Nos han matado la cena” y la otra reía y se le saltaban las lágrimas mientras miraba debajo del camión mientras exclamaba “Que va, ese se ha ido solito a la carnicería a que lo maten” Ambas apestaban a Brandy.

Al notar que el camión se había detenido, el coche que iba delante paró también y se bajó un hombre de mediana edad vestido de militar. Se dirigió con paso marcial hacia donde estaban el joven chofer de la plataforma y las dos mujeres una llorando como una loca y la otra retorcida de risa chillando “pitas, pitas…”

-¡Porqué se ha detenido capitán Castillo!

El joven militar se cuadró mirando al horizonte.

-¡Creo que he atropellado algo de estas mujeres, mi coronel!

El Coronel miró a mi madre y a mi tía de aquella guisa.

-¿Pero qué les pasa a estas dos?

Exclamó el hombre con gesto desabrido.

-¡Creo que están borrachas mi Coronel! Huelen a coñac, diría yo.

En ese momento las dos lloraban desconsoladamente pensando en la bronca que les iba a caer a cuenta de la muerte del capón.

-¡Continúe marcha Capitán!

Dijo el Coronel y el joven se montó en la enorme plataforma continuando su paso por el pueblo. Cuando terminó de pasar aquella mole con el tanque encima, todo lo que había en la carretera era una mancha sanguinolenta y unas cuantas plumas que dedujeron que eran del pollo suicida.

El tío metió en casa a las muchachas y ni siquiera pudo regañarlas, porque éstas se tiraron la siguiente hora metidas en el único cuarto de baño de la casa vomitando a más no poder. A continuación se metieron en la cama y el tío se tuvo que ir a comer al bar del pueblo.

Al día siguiente, estaban las dos hermanas con una resaca como nunca jamás la han vuelto a tener y viendo a ver cómo aviaban la cena de Nochebuena sin el plato principal, cuando sonó el timbre de la puerta.

Una de las dos fue a abrir la puerta y se encontró con el Capitán del enorme camión que había aplastado al beodo pollo. Venía cargado con un enorme capón muerto y desplumado, listo para ser guisado.

Esta historia se cuenta en mi casa todos los años para el aniversario de mis padres. Este año que cumplieron 41 años de casados, mi padre nos volvió de hacer reír con la historia de lo que tuvo que hacer para conseguir el capón para llevárselo a aquellas dos chicas borrachas, pero una de ellas con unas preciosas piernas, de aquel pueblo de Zamora. Pero esa es otra historia…

 

Un millón de gracias por las risas, Araceli.

 


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