—Abre la boca. Pestañeo sorprendida.
—¿Cómo?
No repite lo dicho. Me enseña la cuchara y yo, automáticamente, abro la boca. Me tiene extasiada. Mete la cuchara lentamente en mi boca y yo cierro mis labios sobre ella. Me mira. Yo me excito y sonrío tímidamente. Nada más tragar esa delicatessen, me dispongo a decir algo, pero él me interrumpe:
—¿Está rico?
Con mi paladar aún dulzón por el chocolate y el helado de fresa, asiento. Él se acerca.
—¿Puedo probar?
Le digo que sí y mi sorpresa es mayúscula cuando lo que prueba son mis labios. Mi boca. Posa sus suculentos labios en los míos y los saborea. Como hizo por la mañana en el archivo, primero saca su lengua, chupa mi labio superior, luego el inferior, después un mordisquito y, al final, su sensual lengua me invade y yo cierro los ojos dispuesta a más. Cuando siento su mano sobre mi rodilla, mi respiración se acelera, pero no me muevo. Quiero más. Lentamente la sube hasta llegar a la cara interna de mis muslos y los masajea. Su mano sube hasta mis bragas y siento sus dedos en ellas. Pero, de repente, se separa de mí y regresa a su posición en la silla.
Mis mejillas queman. Arden, del mismo modo que ardo toda yo. Aquel íntimo contacto me ha puesto a cien. ¿Qué me pasa? Un beso y un simple roce de su mano han conseguido que casi tenga un orgasmo y eso me acelera el pulso. Eric me observa. Veo el deseo en sus ojos.
—Te desnudaría aquí mismo —murmura. Jadeo. ¡Dios! ¡Me va a dar algo!
Quiero más y esta vez soy yo la que se lanza a besarlo. Él acepta mis labios pero, cuando lo voy a agarrar del cuello, me sujeta las manos y se separa unos milímetros de mí.
—¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar? —pregunta, muy cerca de mis labios. Esa pregunta me descoloca por completo. ¿A qué se refiere? Pero es tal el deseo
que siento en ese momento por él y quiero ser tan malota que respondo totalmente
hechizada:
—Hasta donde lleguemos.
—¿Seguro?
—Bueno —murmuro acalorada—. El sado no me va.
Eric sonríe. Pasa las manos por debajo de mis piernas y por mi cintura y me coloca sobre sus piernas. Voy a estallar. ¡Estoy sobre mi jefe! Mete su nariz en mi cuello y lo oigo aspirar mi aroma. Mi perfume. Aire de Loewe. Cierro los ojos y cuando los abro veo que me está mirando.
Texto Extraido De: Pideme Lo Que Quieras