Y allí, entre las brasas de la barbacoa de piedra mezcló los trozos de carbón que quedaban junto con los “tropezones” de la bolsa. Luego colocó encima la parrilla con la carne.
Lo que se iba a reír él cuando los otros, los herederos, los afortunados en el reparto, se comieran las chuletas.
Luego, a lo postres, ya se encargaría de amenizarles la velada, explicándoles con todo lujo de detalles por qué algunos tipos de carbón añaden un inconfundible sabor al asado.
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Relato publicado en La Charca Literaria
