Revista Sociedad

Cenizas

Publicado el 16 abril 2019 por Salva Colecha @salcofa

Todavía recuerdo como si fuese ayer la primera vez que la vi, atemporal, majestuosa. Se alzaba enorme, en mitad de la Île dela Cité viendo pasar el tiempo, como si los Cenizasochocientos años de historia que la contemplan no fuesen con ella. Pasaban los hombres, pasaban los siglos con sus tristezas y alegrías, sus momentos de paz (pocos) y los días de guerra (demasiados). Cambiaba la ciudad y allí estaba ella. Me refiero por supuesto a la Catedral de Notre Dame, un símbolo que trasciende a lo religioso, todo un tótem de la cultura europea, de lo que fuimos y ahora, según vayan sucediéndose los acontecimientos puede que se transforme en un reflejo de lo que queremos ser. Recuerdo que no pude evitar la atracción que siempre me han producido según que edificios (dicen que las piedras me atraen, lo acepto siempre que no sean de riñón) y por supuesto que nada más caer en París me planté ante ella. Era una tarde lluviosa, caía a mares y puede que por eso no se llegó a notar que unas inexplicables lágrimas rodaban por mis mejillas. Tiene algo (o tenía). Ese algo de los Cenizasedificios sabios que han vivido todo tipo de acontecimientos, que han ido impregnando sus paredes con miles de historias, reales o ficticias y que son capaces de transmitirlas a los que los miran con buenos ojos. Recuerdo que me pasaron por delante de su fachada los días de la Revolución, los de la toma de París en la IIGM, los duros tiempos de la inquisisión, los periodos de hambre o incluso creí ver por un momento a Quasimodo y Esmeralda saludando entre las gárgolas desde sus terrazas. Todo eso en una sola mirada, empequeñecí ante esa inmensa mole de piedra, preciosa, que se encontraba ante mí. Esa fue la primera vez que me arrancó unas lágrimas.

Hoy me ha hecho llorar de nuevo al verla en llamas como una tea. Me he sentido

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impotente al ver, a miles de kilómetros, las imágenes de un símbolo de la cultura a la que pertenecemos caer devorado por las llamas. Pero entre las llamas me ha saltado a la mente una idea inquietante de esas que te asaltan a veces sin saber muy bien a que se debe. ¿No será una señal? Igual que la catedral puede que también lo que somos, nuestra libertad, nuestra cultura democrática y nuestra esencia  está siendo pasto de las llamas con el renacer de los extremismos. ¿Permitiremos que caiga nuestra esencia igual que la aguja de la catedral que vimos todos caer? Esa aguja nos dolió como si nos hubiese caído encima de nuestras cabezas  como duele ver que cada vez son
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más los países democráticos que van encontrándose con unas urnas incongruentes que hablan de racismo, de xenofobia y de la vuelta de todos esos fantasmas contra los que ya luchamos y que provocaron tanta muerte y destrucción. Parece que lo hayamos olvidado cuando consentimos, por ejemplo, que gentes como Abascal se dedique a intentar sacar un asqueroso provecho político a base de mentiras y odio sintetizados en un tuit cuando las llamas todavía no estaban ni controladas. Cuidado con esa gente porque ellos son el verdadero incendio que consume nuestra sociedad ya dañada por los envites de unos tiempos desastrosos .

¿Pero sabes una cosa? Estoy convencido de que estamos a tiempo, de que levantaremos otra vez el edificio, al igual que hicimos con el “Liceu”, al igual que la Biblioteca de Sarajevo, al igual como la democracia en la Alemania post-nacismo. Estoy seguro de que volveré a plantarme ante la fachada, un día lluvioso y que volveré a llorar de emoción. Por cierto, parece ser que el 28 de Abril va a llover, puede ser un buen día para que todos aportemos nuestro ladrillo y construyamos una fachada preciosa, con rosetones enormes y coloridos. Construyamos en el solar de Europa un nuevo futuro prometedor, con los brazos abiertos a todos.


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