Revista Educación

Cenizas de papel

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Cenizas de papel

Como si del arranque del Quijote se tratase, no son pocos los que por estos lares conocen de carrerilla el principio de los hechos: " El primero de septiembre de 1730, entre las 9 y las 10 de la noche, la tierra se entreabrió de pronto cerca de Chimanfaya. Una enorme montaña se levantó del seno de la tierra ".

Y, acto seguido, sucede también aquí como en el primer párrafo cervantino (del que muchos menos rememoran lo de "... no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor"), pues apenas nadie sabe con certeza lo que vino después de ese comienzo, contado por la voz bíblica y trémula de un hombre que se topó de frente con lo voraz, el arrebato, todo lo temible.

Se trata de la presunta transcripción literal de los primeros renglones del 'Diario' del cura del pueblo de Yaiza, que aquel día fue testigo del albor nocturno de un desastre inefable que arrasó la confianza toda en la tierra y en el cielo del espíritu de aquellas gentes; el diario perdido sobre las erupciones históricas de Lanzarote acontecidas entre 1730 y 1736.

Tras su escritura, siempre antes de 1744, el misterioso manuscrito del cura pudo ser débilmente difundido por entre el selecto clan de ojos bien que por entonces sabía leer en Lanzarote y en Canarias, y encima podían perder el tiempo en la recopilación de las fatalidades remotas o cercanas. Luego, este documento único desapareció sin más.

De qué camino pudieron tomar los susodichos papeles apenas se sabe esto: en algún momento hubieron de caer en las manos de un alemán aventurero quien, con ansias de catalogar la faz ignota de la Tierra, se allegó a este rincón perdido del mundo. Cuando Leopold von Buch -prusiano de buena cuna y afamado geólogo en la Europa del momento- se embarcó de vuelta a casa, tras su periplo de medio año por las Canarias, entremezcló aquella lectura, sin duda emocionante, con sus propias observaciones, y con todo exotismo las dio a la estampa de las imprentas europeas.

El resultado de su viaje se llamó Physicalische Beschreibung der Canarischen Inseln, impreso en Berlín en 1825, y pasa por ser el libro matriz de la geología del archipiélago canario. Una década más tarde aquella publicación germana fue llevada al francés por un tal Boulanger; a partir de esta última traducción, ya en los primeros años del siglo XX, nuestra historia habría de ser devuelta al fin al español, al habla que la parió, a cargo de otro anónimo hurgador en las cosas fatales del pasado.

Aquellos renglones del principio, atribuidos al pobre cura, provienen de esta carambola lingüística. Hace más de diez o quince años, el que esto escribe trató de seguir la pista a aquellos diarios, o al menos a una copia probable que pudo andar un cauce histórico diferente al de Von Buch.

Todo por el embrujo de esas líneas, por saber de primera mano sobre las gentes que arrostraron un centenar de erupciones concatenadas durante seis años, entullando humildes aldeas, vegas fértiles, pajeros, taros y maretas; sobre las gentes que se toparon con aquel ventarrón de piedras y cenizas y espesas llamaradas y volcanes que apenas nacidos se derramaban en el mar, que sin apenas notarse perdía terreno, como si reculara de espanto.

Aunque la búsqueda quedó en punto muerto por falta de recursos o de ímpetu, el que esto escribe sigue soñando con tener aquellos papeles algún día entre sus manos, podridos, cenicientos.


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