Era cuestión de tiempo que aparecieran censores literarios, espejo de aquellos comisarios políticos de otras épocas, que no son más que censores ideológicos encubiertos. Los hay a montones emboscados en la cadena editorial: lectores literarios, correctores, supervisores editoriales, editores, agentes literarios, ejecutivos, directivos, publicistas, relaciones públicas...
En cada puesto se puede esconder esta nueva figura que trae el pensamiento de lo políticamente correcto y la ideología de género. Ahora, lo camuflan como lectores de sensibilidad o de respeto a las minorías, pero es censura pura y dura, que se extiende como una mancha por toda la industria editorial. Una mancha que está arrasando con buenos libros que por, pongamos por caso, a los homosexuales y lesbianas no se los trate con dulzura y amor, que a las prostitutas no se les conceda ese plus de comprensión, o que a las mujeres no se les otorgue más papeles protagonistas, si es posible todos, mejor.
Es decir, que ya tenemos a los nuevos comisarios literarios, los censores de lo que se escribe y se publica, trabajando a destajo en todas partes. Porque es un mal que afecta a todos los países, lo mismo en Estados Unidos que España, México que Alemania.
Bajo la excusa de localizar y eliminar pasajes pretendida o sospechosamente ofensivos, aunque no lo sean, basta que se lo parezca al censor de turno, que además suele ser una mujer con ideas progresistas y socialistas por eso de ponerse en línea con lo políticamente de moda y supuestamente más guay, se cortan textos de cuajo, se cierran las puertas a autores por escribir de "aquella manera ofensiva" (¡Por Dios, hombre, cómo se te ocurre!), se suprimen pasajes, se alteran, se censuran, se domestica al autor y se le pone en el camino de lo política y literariamente correcto que se lleva hoy día, con la carga de ideología de género y de estereotipos progresistas que hay que inocular a la sociedad vía televisión, libros, películas, series, realities...
Estos nuevos censores se encargan de vigilar que los autores más libres no anden dando guerra ni se salgan del guion, expulsándolos de los circuitos oficiales, y de controlar que los autores autorizados, mimados y consentidos publiquen textos que hayan pasado los controles censores literarios. No vaya a ser que cuele un "puto maricón", un "negro de los cojones" una "zorra de cuidado", un "rojos como eran", "una tortillera de toma pan y moja", un "piel roja" o "un subnormal profundo". Por poner unos ejemplos rápidos y vistosos de los textos que se considera hoy que atenta con gravedad gravísima a la sensibilidad de la sociedad infantilizada, adoctrinada en el progrerío más estúpido y que ha perdido el sentido del humor ante el avance del feminismo idiotizante.
Estos censores literarios, emboscados en cualquier puesto de la cadena editorial, algunas veces incluso de forma oficial, hacen un flaco favor a la literatura, y están en sintonía con la dictadura ideológica que se pretende imponer globalmente. Huelga decir que censor literario que reconozco en cualquier puesto, lo fulmino como si fuera una mala hierba o un yihadista de medio pelo. Y llamo a otros autores, libres e independientes, que no han sucumbido a la lobotomía ideológica, para que combatan a estos censores literarios y no dejen mangonear sus escritos por esta cuadrilla que ve estereotipos, fantasmas y discriminaciones hasta debajo de la cama. Son los nuevos inquisidores disfrazados. No se engañen, son peligrosos y hacen mucho daño. Un censor literario eliminado es lo mejor para la salud de una novela.