Sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y no estoy tan seguro de la primera.
Creo que el mayor logro de Albert Einstein no fue enunciar la teoría de la relatividad general o su famosa fórmula de E=mc2, sino que fue esta cita. Cuánta razón tiene en una sola línea, el tío este era un genio. Todos, si no hemos pensado en esta cita concreta, sí que hemos pensado algo parecido muchas veces en nuestras vidas, en cualquier ámbito. El mundo de los videojuegos no se salva de esta regla. Podría fijarme en muchos aspectos, pero hoy quiero dedicarlo a uno que me fascina y me aterra a partes iguales: la censura. En pleno siglo XXI, cuando la libertad de expresión es la bandera que más se enarbola, seguimos viviendo prohibiciones y recortes difíciles de creer y dignos de la Inquisición en sus mejores tiempos.
En (casi) todos los continentes existen problemas de distribución por los contenidos que incluye tal o cual polémico videojuego. Al otro lado del mundo tenemos a los más estrictos, básicamente porque hasta hace muy poco a su sistema de clasificación por edades le faltaba una muy importante (+18). Antes del 1 de enero de 2013, la legislación australiana no incluía entre las diversas etiquetas la de para mayores de dieciocho años, algo básico en prácticamente todos los sistemas modernos, sólo llegaba hasta los quince años. La cantidad de videojuegos cuya venta y distribución se han prohibido por esto es considerable. Postal, Silent Hill: Homecoming, Soldier of Fortune: Payback o The Witcher 2, entre otros, fueron víctimas de la fiereza de los australianos. Algunos de ellos pudieron salir al mercado después de ser editados, otros no tuvieron la misma suerte. Lo importante es que, seis meses después de la reforma, ya hay videojuegos a los que los australianos no podrán jugar si no son recortados al gusto de la administración del país.
State of Decay ha tenido que pasar recientemente por esto. Los chicos de Undead Labs tuvieron que hacer un sencillo cambio, en vez de utilizar “estimulantes” para curarse, los australianos utilizarán “suplementos”. Evidentemente, no es siempre tan fácil como cambiar una palabra. Saints Row IV ha sido el siguiente en caer en las telarañas administrativas. El estilo descarado y polémico de la serie de Volition era un blanco fácil para la ACS (Australian Classification Board, Junta de Clasificación Australiana). Mientras que en Europa cuenta con un +18 y en Estados Unidos una M (de Mature), en Volition ya están trabajando en una versión light del juego.
Las causas del rechazo fueron las siguientes: “En opinión de la Junta, Saints Row IV incluye representaciones visuales e interactivas de violencia sexual implícita sin justificar por su contexto. Además, el juego incluye elementos de uso de drogas ilegales como incentivos o premios [al igual que en State of Decay]. Estas representaciones estan prohibidas por las directrices de los juegos de ordenador”. Detrás de toda esta palabrería se esconde la verdadera causa: una sonda anal alienígena, definida por la Junta como “un arma diseñada para penetrar el ano de los enemigos y los civiles”.
Por esto, un juego no tiene derecho a salir a la venta y unos usuarios no tienen derecho a probarlo. La cuestión es que el sistema por edades me parece un método de prevención muy acertado. El organismo correspondiente analiza el contenido y coloca una edad recomendada y una clasificación por contenidos. Esto es especialmente útil cuando los padres van a comprar un juego para su hijo, que posiblemente no conocerán y se tienen que guiar por algunas pautas. Para eso está diseñado el PEGI, el ESRB o como se llame en el país que sea. Un juego para mayores de dieciocho años se entiende que está pensado para una mente relativamente adulta. El problema es que, viendo la situación que se vive en Australia, yo interpreto que Saints Row IV es un juego que no podría jugar ni un hombre de 45 años, hecho y derecho, con mujer, hijos y cuatro dedos de frente. Es tal el contenido incluido que podría, no sé, afectar a su salud o… La verdad es que no se me ocurren qué razones se pueden esgrimir para prohibir la comercialización de un videojuego de este tipo. Evidentemente, dentro de un relativo sentido común, no voy a defender un juego que invite abiertamente a matar moros, negros o cualquier otro colectivo.
El tema de las drogas es otro que al parecer a los australianos les aterra. Imaginemos: llevo una hora matando a diestro y siniestro a todo tipo de personas, la mayoría civiles totalmente inocentes que vivían su rutinaria vida de NPC, hasta ahí todo bien, pero llega el momento en el que me tomo una droga virtual para recuperar salud u obtener habilidades, eso sí que no. ¿Matar está bien y las drogas están mal? Si el problema es que las drogas se utilizan como incentivo o recompensa, recuerdo que para avanzar en el juego hay que matar a centenares de personas.
En el tema de la censura, me estoy centrando en Australia y su restrictivo sistema por edades porque es lo que me parece más increíble en la época en la que vivimos. Está claro que hay otras situaciones también denunciables, pero es que en vez de llevarme las manos a la cabeza me provocan una risa tonta de lo idiotas que son. Se me viene a la mente lo ocurrido con Left 4 Dead y su portada. El organismo alemán, de impronunciable nombre, no pensaba dejar que en su país saliese un juego con una carátula en la que aparecía una mano con un dedo cortado, así que, con un poco de magia de Photoshop, el dedo volvía a aparecer (esta misma portada se utilizó también para el mercado japonés). Si damos un salto al Pacífico, nos encontramos con los Estados Unidos, ese país forjado en sangre y sudor pero no en sexo. Es por eso que se modificó una imagen del Fire Emblem: Awakening en la que se veía a una joven en ropa interior. Lo mejor de todo es que en el resultado final da la sensación de que la chica no lleva nada, así que ha sido peor el remedio que la enfermedad.
La conclusión de todo esto es que los videojuegos se siguen viendo como un juguete o, peor aún, como algo diabólico. Al ser un juego de niños, en ellos no se puede representar violencia extrema o sexo explícito, al contrario de lo que ocurre en el cine o en la literatura. Estas medidas no hacen más que dejar patente la actitud sobreprotectora e incluso paternalista de algunos gobiernos, que prefieren prohibir antes que dejar a los ciudadanos hacer uso de su libertad de elección. Por no hablar del puritanismo en el que todavía está imbuido el país de las barras y estrellas.
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