Revista Diario
Ahí estaba ella, a la misma hora y en el mismo vagón. Llevaba el bolso gigante de todos los días y sus habituales tacones imposibles. Me sonaba su cara de algo más, pero no sabía de qué. Al salir del metro la seguí, y vi como entraba en un baño de la estación. Cuando apareció de nuevo ya estaba transformada. Claro, ¡era ella! Supongo que es por la puñetera crisis, nada que reprochar. Se dirigió a la calle, a pasos lentos y apagados. Se sentó en la acera, se acomodó en un rincón, y extendió su mugrienta mano. Curiosa la mendiga de la estación central: Profesional, pero necesitada al fin y al cabo.