Del mismo modo que Shakespeare se lo preguntaba, éste es un eterno dilema en el mundo de la gestión.
Personalmente he escrito y trabajado mucho sobre ello, y mis clientes han sufrido o disfrutado con mis conclusiones, y han llevado a cabo vastos procesos de cambio organizacional al respecto (Abertis, Comsa, Aguas de Barcelona, etc.), en parte inspirados en mis consejos.
La centralización o descentralización es parte del difícil arte de la arquitectura organizacional, del que algún día escribiré mis experiencia y conclusiones.
Leo ahora un artículo de McKinsey que reincide en ello. Apuntan dos cuestiones de sentido común: que la centralización ha de aportar valor y no ha de suponer riesgos. ¡Vaya descubrimiento!
Si me permiten un apunte de mi experiencia: la centralización requiere de dos cosas: un diseño muy bien hecho, que incida en los detalles, y una aplicación rigurosa. Los gestores de un proceso de centralización no pueden ser “ejecutivos leñadores” sino finos “ejecutivos cirujanos”. La pena es que de esos hay pocos.