Han pasado ya dos meses desde que dejé de trabajar en un centro de entrenamiento con electroestimulación, y me gustaría que este post sirva como aviso/advertencia a aquellos profesionales que, ilusionados como yo, quisieron formar parte de esta red de centros (clínicas, que es como les gusta llamarlos a ellos) de entrenamiento con electroestimulación.
Antes de nada quiero dejar claras varias cosas:
- Que en este artículo ni se juzga ni se ataca, simplemente se relata mi experiencia.
- Que no tiene nada que ver con Fast Fitness, con los que trabajé durante un año sin absolutamente ningún problema.
Todo comenzó cuando un gran amigo y antiguo compañero de profesión me llamó para decirme que en la central de este centro en cuestión estaban buscando un entrenador. Primero de todo he de decir que el centro de mi compañero es de lo mejorcito que hay y no precisamente gracias al trabajo de la máster franquicia, sino a la profesionalidad y experiencia de mi amigo.
Ilusionado, como cualquiera al que se le presenta una oportunidad laboral, fui a la entrevista a las oficinas centrales.
Me atendió un joven que llamaremos R. con los brazos abiertos dándome la sensación de que mi perfil era justo lo que estaban buscando. Me fui de la entrevista de 10 minutos con muy buenas sensaciones, pues me habían citado para comenzar la formación/prueba para ver si era apto.
Dicha formación la hice en su centro de la misma calle, y ahí ya fue cuando empecé a sospechar. Los entrenadores que me formaron en 4 días (hay que decir que como yo ya tenía experiencia en electroestimulación la formación duró menos de lo que debía haber durado), se portaron muy bien conmigo aunque más que enseñarme a entrenar con sus máquinas, me enseñaron a sobrevivir en BodyOn. Hubo uno en concreto (no voy a poner inicial por no delatarlo) que justo antes de irme al centro al que me habían destinado me dijo: "Tú limítate a hacer lo que te dicen y a entrenar como te dicen. No intentes saber más porque te vas a volver loco".
En fin, acabé la formación y empezó la "fiesta".
Supuestamente había hablado de trabajar 30 horas semanales. Cuando acabé la formación me dijeron que finalmente serían 35. Y justo antes de empezar a trabajar, que serían 20. Bueno, como me amoldo a lo que sea no le di importancia porque me aseguraron que eso era temporal y luego aumentarían mis horas.
Mi primer día
Una vez en mi nuevo centro de trabajo, me presentan a S., una recepcionista encantadora (aparentemente) y mi compañero V. con el que alternaría los turnos de trabajo. El primer día nos reunimos con la coordinadora (M.) de algunos centros BodyOn para aclarar los horarios.
Lo primero que me dicen es que aunque yo tenga un contrato de 20 horas, voy a hacer 24h a la semana y que ya se me irán devolviendo. "Bueno, mientras se me vayan devolviendo..." Pensé yo, iluso de mí.
El día que yo empecé a trabajar en BodyOn, era el último de los dos entrenadores que trabajan en ese mismo centro. Hablé poco con ellos, pero lo suficiente para saber que se iban ellos porque no aguataban la situación de explotación, ni a la chica de recepción S., a lo cual pensé que eran dos trabajadores despechados a los que habían despedido a saber por qué causas (pocos días me hicieron falta para darles toda la razón).
Total, que como aún no había mucho trabajo, me quedo hablando con S. sobre el tiempo que lleva trabajando en ese centro, etc. De su boca sólo salen cosas negativas como que ese centro nunca va a remontar, que la gente no renueva, que siempre estamos de los últimos en los rankings (el ranking era una tabla que mandaba R. cada semana con la facturación que llevaba cada centro). Vamos, que me dio la sensación de que en menos de un año trabajando allí, estaba más quemada que la moto de un hippie.
Se suceden las semanas y yo sigo haciendo 24 horas en lugar de 20. Pero eso no es todo. Mi compañero V. (que también es el coordinador del centro), se reúne conmigo en el cambio de turno para decirme que debería quedarme más tiempo y así poder cubrir sus entrenamientos. Sí, has oído bien. Me está pidiendo que alargue más mi jornada laboral para que YO haga sus entrenamientos y ÉL los cobre. ¿Podría colársela así a alguien? Pues parece ser que sí, porque al negarme se mosqueó un poco.
Y aquí es cuando entra S. en acción. Como ve que el director V. se lleva muy bien con la coordinadora M., la señorita S. se arrima al fuego que más calienta. Y desde ese momento tuve que jugar un 3×1 que, en lugar de hundirme me hizo más fuerte.
El uniforme
Tengo entendido que, por ley, si en un trabajo te piden que lleves uniforme, te tienen que dar tres cambios (o mínimo dos). Pues bien, a mí me pidieron sólo uno, y encima me quedaba pequeño. El caso es que S. además de recibir a los clientes y prepararles su ropa y llave de la cabina , también metía en la lavadora las toallas y los trajes que se quitaban los clientes después de acabar el entrenamiento.
Yo, cada dos días (porque el tejido del polo olía a muerto a los dos días) lo metía en la lavadora junto al resto de la ropa (ya que si lo lavaba en casa no me daba tiempo a llevarlo al día siguiente). Si hubiera tenido más polos de cambio, no haría falta lavarlo en el centro.
Repito, metía el polo (uno y sólo uno) con el resto de la ropa. Y un día me viene S. diciéndome que su trabajo no es lavarme a mí el polo. Yo le explico la situación de que sólo tengo un polo, y que si lo lavo en casa no lo puedo llevar al día siguiente. A lo que me repite que no es su trabajo. Bien, ese día me llevo el polo y, cómo no, al día siguiente sigue mojado (esto ocurrió durante los meses de diciembre y enero). Voy a trabajar con una camiseta mía del mismo color del polo y, como cabía esperar, S. me echa la bronca porque no llevo el polo. Sí señores, la chica de recepción se pone las galas de superjefa y osa echarme la bronca que ella misma ha iniciado.
No le entro al trapo y le explico una vez más cuál es la situación al tener sólo un polo.
En ese momento S. cambia su traje de jefa por el de "reina del peloteo" y va a chivarse a M.
M. me llama para decirme que sí tengo que llevar el polo siempre, bajo la atenta mirada de S. a la que empiezan a hervirle los higadillos al ver mi cara de total indiferencia explicándole a M. la situación del dichoso polo.
Y en principio, ahí se quedó todo. M. me dijo que me mandarían más polos (que jamás llegaron) y que mientras me lo tenía que lavar yo. Así que iba un día sí y otro no con el uniforme.
Los entrenamientos
Este punto es muy importante no sólo para los profesionales del sector sino para los clientes que deciden probar la electroestimulación. Los entrenamientos que me mostraron durante la formación y los que me obligaban a hacer en mi centro no tienen ni pies ni cabeza.
Me explico. Para que el estímulo eléctrico sea eficaz en el entrenamiento, debe coincidir con el momento de contracción muscular, es decir, cuando hago fuerza es cuando debe aparecer el estímulo.
Pues bien, en la formación en Sagasta los entrenamientos que hacían eran como los que harías en cualquier gimnasio, sólo que con el traje puesto. No tenían en cuenta el estímulo para nada. Además había momentos en los que un entrenador entrenaba a tres personas a la vez. Así es imposible manejar el estímulo de cada uno para que la sesión sea lo eficaz que debe ser (y por lo que se paga debería serlo). Después de unas semanas, mi coordinador V. dice que cuando él entrenaba en otro Body On, usaban un protocolo que funcionaba. Este protocolo se asemejaba más con lo que yo ya había trabajado antes. Sólo había una diferencia: que durante 8 sesiones el entrenamiento era SIEMPRE igual. ¿Divertido, no? NO
Otro día, en un alarde de mis inquietudes y ansias de conocimientos, decido preguntarle a V. que me explique un poco más profundamente el protocolo en cuestión y los motivos por los que se utilizaba esas frecuencias y no otras (yo habría utilizado otras en según qué clientes), a lo que me respondió que se usaban esas porque funcionaban. En un segundo intento le pregunto que qué pasaría si usáramos una frecuencia más profunda para gente que tiene experiencia en trabajo de fuerza. Y, una vez más su respuesta la puedes encontrar en los Cerros de Úbeda.
En ese momento me di cuenta de los conocimientos que tenía el que debía ser mi mentor. Sí, ese que quería que yo hiciera sus entrenamientos pero que los cobrara él.
El dato más alarmante era el caso de una señora que había tenido un ictus, a la que el señor V. le hacía un entrenamiento igual al del resto de clientes. Pero alma cándida, que esa mujer apenas podía moverse!!! Pues todavía le decía que tenía que esforzarse más para conseguir adelgazar. Menos mal que la mayoría de las veces entrenaba conmigo. Obviamente me saltaba todo el protocolo y hacíamos un trabajo de movilidad y bilateralidad. Soy culpable. S. V. ya podéis apalearme.
Los clientes
Lo único que me da pena es no haberme podido despedir de todos y cada uno de los clientes que entrené. Me da mucha lástima que gente con ilusiones, con fuerza de voluntad, con ganas de cambiar su vida, se tuvieran que someter al protocolo de trabajo que el señor V. quiso meter en ese centro. Cada mes se pesaba a cada cliente para ver si mejoraba o no. Y adivina, la gente que quería perder peso, por ejemplo, igual había bajado medio gramo con ese entrenamiento. Eso sí, excusas no le faltaban a V.: que si es que no has cuidado la alimentación, que si faltaste un día, que si es un entrenamiento que tiene efecto más adelante, etc.
Finalmente, y en la recta final a mi dimisión/liberación, con más confianza con los clientes, ya empiezan a contarme que no están muy contentos, que los entrenadores van y vienen, que no siempre les entrena el mismo entrenador, que no tienen resultados, etc.
Y no fue uno, ni dos, sino prácticamente la mayoría de la gente que pasó por mis manos.
La lavadora
Con esto os vais a partir de risa. Resulta que S. era la encargada de poner las lavadoras, como os dije antes. Pues llegó un día en el que me dijo que tenía que ponerla yo también para ayudarnos los unos a los otros. La verdad es que no cuesta nada meter unas cuantas toallas y camisetas en la lavadora pero........ ¿recuerdas el momento polo?
Pues se lo dije, que ya que lavar mi polo no era su trabajo (que no lo era, sino un favor que me hacía a mí y que no le costaba nada), tampoco era mi trabajo el poner la lavadora.
Pufffff y ardió Troya. Os cuento la situación tal cual ocurrió.
Después de varios días de tira y afloja con la lavadora, y después de chivarse a la coordinadora M., se quedó en que si S. no podía ponerla, que la teníamos que poner tanto mi compañero V. como yo.
Pues se acababa el día, y S. se fue cual rayo diciéndome que tenía que poner la lavadora, que como no daba tiempo a que acabara, que dejara la ropa dentro hasta la mañana siguiente.
Claro, la clienta me miró y, cuando S. se fue me dijo literalmente: "¿No la irás a poner no? Con toda la humedad y tantas horas, no es bueno para la ropa. Puede hasta coger hongos". Y eso fue lo que hice. Mandé un mensaje a S. diciendo lo que me había dicho la clienta.
Y se despertó la fiera. Cuando acabe mi jornada y me dirigía al Metro, recibo varios mensajes de ira faltándome al respeto de estilo de: "eres un irresponsable", "no das palo al agua", "no eres un profesional", etc.
Tranquilamente yo le pregunto que en qué se basa para decirme todo eso, que yo hago mis entrenamientos, que los clientes están muy contentos conmigo, y que si hay días que trabajo menos horas es porque la coordinadora S. me ha dicho que recupere parte de las horas que se me deben.
A todo esto ella me responde que me calle y que la deje en paz, que ella está en casa y que no le coma la cabeza. Yo le recuerdo que la que ha empezado a escribirme recriminándome sandeces ha sido ella...
En fin, como discutir con una niña pequeña.
Mis horas
En mi opinión fue este tema el que desató la ira de la pequeña S.
La joven chica de recepción llevaba poco menos de un año explotada trabajando en Body On, y haciendo muchas horas extra que también le iban a devolver (y que a duras penas lo iban haciendo). El problema vino cuando, después de que me debieran 30 horas en un mes, luché y luché para que me las fueran devolviendo.
Entonces (y con esto vais a alucinar) se hizo una reestructuración del horario. A partir de enero yo iba a hacer 22,5 horas en lugar de 24. ¡BINGO! ¡Te has acordado! Mi contrato seguía siendo de 20 horas...
Pero lo más gracioso, es que durante las dos primeras semanas de enero yo hacía 2,5 horas de más mientras que mi compañero V. hacía 4 menos!!! Y claro, esas 4 de menos él sí las cobraba.
Si es que no había tanta dificultad. El centro abría 64 horas a la semana. Mi compañero V. hacía 40, y yo 20. No había nadie que se diera cuenta que faltaban 4 horas por cubrir???
Bueno, pues después de ser cansino (eso me dijo mi coordinadora M. en una conversación) conseguí que sólo tuviera que ir a trabajar en los momentos que hubiera entrenamientos. Antes si tenía que entrar a las 2 y el primer cliente no llegaba hasta las 3, yo seguía entrando a las 2.
Y para qué queremos más. La alianza V. y S. se hizo más fuerte hasta el punto de que pasó esto que os voy a contar.
Un día yo entraba a las 14:30, y el último entrenamiento de la mañana era de 14:15 a 14:40. Pues recibo por la mañana una llamada del responsable V. diciendo que tengo que entrar a las 14:00 para hacer el entrenamiento de las 14:15. Y yo, lógicamente le digo, que ese entrenamiento lo tiene que hacer él porque está en su horario. A lo que me contesta que si lo hace él, tendría que salir 15 minutos más tarde de su hora. ¡Ah amigo! ¿ Te quejas de que tienes que salir 15 minutos más tarde pero no pasa nada si yo te regalo media hora?
Me exige que vaya porque M. (la coordinadora) le ha dicho que ese entrenamiento lo tengo que hacer yo, a lo que me niego hasta que no hable yo personalmente con M.
Acto seguido llamo a M. y,¡ SORPRESA!, me da la razón y me dice que ella no ha hablado con V. y que ese entrenamiento lo tiene que hacer él. Punto para Álvaro.
Le llamo y se lo digo y ya empieza con la retaila de apoyarnos los unos a los otros (¡pero por Dios, si soy yo al que le deben horas!)
Total, que ya habiendo zanjado todo con V., escribo un mensaje a la joven recepcionista S. para preguntarle la hora a la que tengo que entrar (recordad que dependía de los entrenamientos que hubiera, y yo no tengo acceso remoto a la agenda). La joven pizpireta me responde que yo tengo que estar a las 14:00 (por dios, todavía sigue empeñada en que haga el entrenamiento que le corresponde a V. y que está confirmado por M.), pero que como soy un irresponsable, que haga lo que quiera.
Vuelvo a llamar a M. para ver qué pasa con S., y a los poco minutos, S. me escribe con mi horario de ese día. Una pataleta de niña pensé yo.
La misteriosa llamada
Un día estoy haciendo un entrenamiento con una clienta, y viene S. a preguntarme que quién estuvo por la mañana en el centro un jueves de enero que no recuerdo (tampoco es relevante). Al ser por la mañana debía de ser yo porque ese era mi horario de los jueves. Acto seguido me dice que cuando acabe, que llame urgente a la dueña de la franquicia. Eso es lo que hago, y durante la conversación, la dueña me dice que se ha hecho una llamada a un número de pago de más de 20€ y que, claro, que como sólo estaba yo en esa hora...
Hablo con S. y me dice que ella no estaba porque no había ni entrenamientos y pruebas a esas horas.
Como yo tenía claro que no había sido, se me encendió la chispa de Colombo, y se me ocurrió mirar la agenda ese día concreto. Efectivamente no había ni pruebas ni entrenamientos. ¿Entonces cómo se ha podido hacer esa llamada? Llamo desde mi número y resulta ser una empresa de morosos o algo así (tampoco estuve más tiempo porque era de pago, y de los caros). Ese día, cuando la joven S. se va, se me ocurre mirar la agenda de papel que usamos para apuntar recordatorios. ¿Y qué vi? Que ese jueves SÍ había habido una prueba, por lo que la joven e inocente S. SÍ había estado en el centro ese día a esa hora. Entonces, ¿habría borrado la cita del ordenador? ¿Quién lo sabe?
Al día siguiente llega la dueña con la factura de teléfono para enseñarnos que no miente, y que le da igual quien haya sido y que no quiere que vuelva a pasar, que ya han sido dos veces. Esto.............¿dos veces?¡Efectivamente! En noviembre se había hecho otra llamada a un número de pago. ¿Y a qué no adivináis quién no estaba trabajando allí en noviembre? Muy bien, YO. Uhm... ¿de modo que la única persona que une a las dos llamadas con las fechas en las que se hicieron fue la joven y risueña, aunque quemada, recepcionista S.? Interesante...
¿Y sabéis lo mejor de todo? Que cuando me reuní con la dueña para despedirme de ella (que la pobre no tenía la culpa de nada), prácticamente me confirmó que ella ya sabía que lo de las llamadas había sido S.
Y esto da pie al último capítulo del post.
La última reunión
Después de dejar el centro, decido reunirme con la dueña de la franquicia para explicarle los motivos de mi dimisión. Y cuál fue mi sorpresa cuando me dice que a ella le consta que ha sido un despido y no una dimisión. Supuestamente yo recibí un burofax con mi despido. Totalmente incierto. Aún así pedí al encargado de mi primera entrevista (R.) que me mandara a mi correo la copia del acuse de recibo del burofax (ya que sólo puedo haberlo recibido yo y nadie más). Después de 3 mails, ahora en mayo sigo esperando su respuesta.
A lo que voy, la franquiciada me dice que antes de que ella me diga nada, quiere oír todo lo que tenga que decirle. Bien, le cuento un poco más extensamente lo que acabas de leer (si es que has llegado hasta aquí) añadiéndole el problema que hubo con las cucarachas en las duchas, y las subidas de tono de S. hacia alguna clienta que me vino a mí a quejarse y, posteriormente se fue a la competencia.
Mi conversación con la franquiciada no era de reproche ni de queja. Mi objetivo era abrirla los ojos y que se diera cuenta de los trabajadores que tenía trabajando en su centro. Y es que el problema era que ante cualquier incidencia, se la saltaba en el organigrama. Es decir, si hay un problema, S. llama directamente a M. o a V. (coordinadora y responsable). Esto es, que a pesar de ser la que pone la inversión, está ciega a lo que pasa en su propio centro.
Cuando acabé, me dijo que lo que yo la había contado ya se lo imaginaba porque los otros entrenadores no paraban de quejarse de S., la frustrada recepcionista. Que eso repercutía en los clientes y que no sabía qué hacer para que el centro no fuera mal. Yo lo tenía clarísimo vamos.
En resumidas cuentas, tanto si eres entrenador, como si eres usuario, vigila bien dónde vas a entrenar antes de que puedas salir escaldado.