Sin embargo, un sábado de hace muchos años en el patio del colegio Centro de Estudios, se daban cita una multitud de chavales ávidos de fútbol. Allí, en el campo de lo que conocíamos como “futbito”, se disputaban unas apasionantes, a la vez que clandestinas, ligas de fútbol-sala. Los nombres de los equipos pasaban de la originalidad de algunos, a la rareza de otros y a la majestuosidad de uno de ellos, “Los Dragons”.
Todavía recuerdo como nos elegimos las camisetas de color rojo heredadas del hermano de Manolo Yuste (antes habían dos Manolos, Yuste y Ballesteros). Yo escogí el número 4 de Ricardo Arias, el mismo que lucí en el equipo de fútbol sala de Mislata. Afortunadamente era de mi talla, aún así algún partido lo tuve que jugar con el 8 de Roberto Fernández que tampoco me disgustaba. Ni mucho menos me parecía a estos cracks valencianistas. Los Dragons no destacábamos por la calidad, por lo menos en mi caso donde la ausencia de talento era el denominador común, más bien sobresalíamos por la ilusión de jugar como un equipo de verdad.
Los chicos del Zyro organizaban la Liga y los horarios. Una vez conocidos estos, sólo quedaba una dificultad, saltar la valla del colegio e intentar que los vecinos fueran comprensivos y no llamaran a la poli para tirarnos de allí. No hacía mucha gracia escuchar a unos 20 chavales armando escándalo a las 9 de la mañana.
En el maltrecho cuadrilátero de cemento, algunos baches estuvieron muy cerca de sepultar algunos tobillos, asistimos a grandes jugadas, regates de vértigo y alguna que otra leyenda urbana que, por lejana en el tiempo, no acierto a recordar.
Los Dragons nunca llegamos a ganar la Liga, pero, con el paso del tiempo, los dos Manolos, Ángel, José y yo, junto a varios fichajes más pudimos ganar algún partido. Mítico fue un encuentro en el destierro. No pudimos jugar en el Centro de Estudios y tuvimos que emigrar a Ausias March. Allí con algunos fichajes, conseguimos una cómoda victoria ante el líder, hasta un servidor hizo un gol, algo que sólo se puede calificar como milagro y que desde varias instancias se está estudiando para encontrar una explicación a los hechos.
Con el tiempo, esos buenos días pasaron. Las ligas del Centro de Estudios desaparecieron. Con el colegio cerrado y el patio levantado sólo permanecen los buenos recuerdos, las broncas que tuvimos y que afortunadamente acabaron bien, o los goles, muchos en contra y alguno que otro a favor. Los Dragons pierden su cancha, pero su historia ya está escrita.