Una piel amurallada rodeaba el centro, donde los únicos artefactos que había eran relojes, con sus campanas, que avisaban de la hora de entrada, y pantallas que se desplegaban del techo para disfrutar las tardes de cine. En los jardines que lo acompañaban podía uno sentarse a contemplar las flores, o simplemente a escuchar las historias de Heráclito mientras el agua fluía y los pájaros se acercaban. En su interior, una biblioteca de estantes de roble, con las colecciones más cuidadas, invitaba a un silencio que volvía vergonzosa cualquier interrupción. Incluso los insectos dejaban de zumbar para que siguiera el silencio del conocimiento.
Ese iba a ser mi destino, tan sólo hacía falta que complementara los papeles de mi traslado, y rompía a llorar.
Sueño de la noche del 13 de Febrero