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Cerati - soda

Publicado el 19 mayo 2010 por Jlmaldonado
Cerati - soda

Era noviembre del año 1991. Estaba recién estrenando mi mayoría de edad y la música hacía efervescencia en mi día a día: banda de rock incluida, partituras y una buena guitarra Washburn –que para variar– se la llevó el hampa. Vestía con bluejean roto a la rodilla rasgado por el tiempo, el piso y una ayudita de mi mano rebelde.

Se venía el 1er Festival de Rock Iberoamericano. Un concierto impelable para todo rockero que se preciara como tal, mucho más para una turba de adolescentes que encontraban en la música un buen salvoconducto, una vía para drenar el caos y las miserias propias de la edad.No tenía un sólo bolívar en el bolsillo para darme el lujo de comprar el talonario completo de los 3 o 4 días de conciertos. El dinero lo estaba invirtiendo en mis primeros estudios universitarios (por ahí me lanzaba mi “Cable a tierra”, como dice la canción), pero algo debía hacer…

El cartel que se presentaba en aquella ocasión era de primera, hacía eclosión el rock nacional y los músicos del sur eran el plato fuerte. Estaban Fito Páez y la poderosa cantante Patricia Sosa (ex La Torre); Sentimiento Muerto, Paralamas Do sucesso y el abuelo Miguel Ríos; Zapato 3, Spías, La Unión y claro está, no podía faltar Soda Stereo.Como era de esperarse, estaban distribuidos por días y para el majestuoso cierre el poderoso trío argentino era el indicado.

El último día del ansiado concierto sería un domingo, perfecto. No me interferiría con el primer parcial de estadística el cual presentaba el lunes a las siete de la mañana. Trasnochado y todo pero llegaría a mi compromiso universitario. La decisión fue unánime: mis amigos y yo nos colearíamos al concierto. ¿Cómo hicimos? Helo aquí.

Subimos la empinada cuesta de la urbanización Los Naranjos, dejamos atrás la entrada y seguimos hacia arriba. Por algún lugar entraríamos. Llegamos a un denso matorral, donde pululaban los cadillos y se sentía el deslizar de las lagartijas. El barranco para llegar a un supuesto plano debía medir unos tres metros de alto. Saltamos. Todos caímos bien excepto uno de los aventuremos que se torció el pie y metió la cabeza justo en una inmensa raíz. De esas que en la ciudad rompe el asfalto. Primero el susto, luego risas, sudor, raspaduras en la piel gracias al monte que en ocasiones nos superaba de estatura. Caminamos más de una hora hacia lo que se suponía era la cerca final que demarcaba el terreno dispuesto para el macro concierto. Lluvia, bendita lluvia que nos calmó la sed pero luego se transformó en enemiga. Del encuentro con la tierra nacieron múltiples charcos que nos maquilló la piel de un marrón avellana. Dos horas de caminata y el único incentivo era escuchar cada vez más cerca las pruebas de sonido.

La lluvia, esa misma que nos tiznó de fango, fue la que alejó a los vigilantes de la cerca y tras la embestida de los cuatro pudimos zafarla del piso para colearnos. Estábamos adentro, lo logramos. Ahora es que empieza el calvario: el concierto, programado para dar inicio a las seis de la tarde, comenzó, léanlo bien, a la media noche. El frío fue tan atroz que en los entretiempos del pase de una banda a otra, nos refugiamos en el baño. Nadie orinaba, era imposible, la temperatura bajó a catorce grados (en Caracas esto es como Siberia) y para colmo cayó granizo.

Todas las bandas tocaron, el sonido a veces bueno, a veces muy malo. Pero por fin llegaron los Soda. Lunes, seis de la mañana, y mientras comenzaba el teclado a dar indicios del tema “Cae el sol”, detrás de la tarima hacía acto de presencia el astro rey concretando una mágica coincidencia. La olla brincaba con sincronía casi ensayada. Quedé afónico pero feliz. Recuerdo que perdí mi examen de “Estadística 1”, no obstante justifiqué mi ausencia con una constancia médica extraída de una caja de Ariel, razón por la cual pude recuperarlo luego (ah sí, será que ustedes no hicieron algo parecido!)

Lo mejor de aquel concierto, amén de todo lo que nos pasó, fue que el gorilón de seguridad, cancerbero rabioso que vigilaba el acceso al “backstage”, yo lo conocía. Era un vecino de la misma cuadra: “¿Pana qué te pasó”, me dijo,y después del cuentorespectivo pude colarme hasta terminar cerca de los Soda finalizado el concierto. Gustavo se me quedó viendo. Dijo en su tono natural: “¿Qué le pasó a este pibe?”, y luego en un caraqueño forzado, añadió, ¿”Qué le pasó a este “chamo”, querés una cerveza?”.No lo podía creer…el mismo Cerati me ofreció una birra, me dio la mano y luego se largó al motorhome.Casi veinte años después Cerati sufre un colapso. Aquí, en esta ciudad de la furia en que se ha convertido Caracas. Todos esperamos que lo suelte, que la furia le de respiro y pueda ver el sol caer de nuevo.


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