Nuestro cerebro guarda las emociones en el sistema límbico. Zona en la que también está la amígdala, encargada de los recuerdos emocionales. En toda esta parte se gestionan el aprendizaje y la memoria, por eso se dice aquello de que aprendemos con más facilidad lo que nos emociona de alguna manera.
Cuando vivimos una situación de angustia o peligro, el neocórtex, que está por encima del límbico, nos ayuda a reaccionar, pero también a controlar nuestras emociones; aunque no siempre ocurre así, y por eso en ocasiones actuamos de forma impulsiva.
Hace no mucho viví una de las experiencias más horribles que recuerdo haber vivido hasta ahora, y que no viene al caso. Pero las circunstancias, y mi condición de madre y de adulta, me llevaron a reaccionar como se supone que debía, a tomar las riendas y a no dejar que mis emociones, ni las de mis hijos, dejaran al neocórtex fuera de juego.
Así que supongo que de alguna forma, y de manera automática, la amígdala guardó como recuerdo emocional en su caja de Pandora lo que no pude sacar en ese momento.
Hoy algo que ha ocurrido me ha llevado a revivir con intensidad aquel momento. He sentido un nudo de dolor en el estómago, mucha angustia, y las lágrimas han empezado a caer sin que pudiera controlarlas. Me he quedado sin aire y algo bloqueada mentalmente. Y he necesitado estar sola, totalmente sola, sin ningún tipo de contacto físico, ni siquiera un abrazo.
Sabía que tenía que pasar. Y que ocurriría sin previo aviso. Y era necesario que así fuera.
Todos los bloqueos emocionales que sufrimos y no logramos trabajar, manejar o deshacer, acaban impidiendo que avancemos en otros aspectos.
Nuestro cerebro es maravilloso. Es un órgano perfecto, del que sabemos más bien poco, y que está diseñado para nuestra supervivencia.
Deberíamos estudiarlo más porque, si fuera así, nos conoceríamos mucho mejor y sabríamos mucho más de nosotros mismos, tanto a nivel emocional como sentimental.
A aquellos adultos que somos padres, madres o estamos en el mundo educativo en contacto con niños, niñas y adolescentes, se nos debería formar sobre el cerebro, sus partes y su funcionamiento mucho más de lo que se hace. Tendríamos que estar al día de todas las novedades que los estudios van sacando a la luz, ya que muchas de las situaciones que viven nuestros pequeños están dejándolos fuera de juego y no sabemos cómo manejarlas, es más, la mayoría de veces ni siquiera somos capaces de identificarlas.
Soy una persona adulta, considero que relativamente madura gracias a las circunstancias que me ha tocado vivir, y creo que con bastante capacidad de adaptación al medio justo por llevar adaptándome a situaciones inusuales desde mi infancia. Suelo manejar todos los "fuera de juego" a los que me expone la vida con bastante frialdad, aunque con el tiempo necesite sacar todos esos recuerdos y gestionarlos uno a uno.
Sin embargo, el "golpe emocional" de hoy me ha hecho pensar muy mucho en mi papel de madre y maestra, me ha obligado a recapacitar sobre la gran responsabilidad que tengo entre mis manos justo por ser ambas cosas, a replantearme mi manera de gestionar ciertos aspectos y situaciones, y a darme cuenta de que el mundo de las emociones, la gestión de las mismas y la capacidad de transformar éstas en sentimientos es algo absolutamente complicado y digno de parada obligatoria para todos. O al menos para mí.
Mientras acabo de escribir este texto, sigo con el estómago encogido, con necesidad de soledad, y respirando aún de manera algo agitada. Y soy adulta. Y sé manejar mis emociones, creo.
Ahora, imaginad a cualquier niño o niña en mi lugar en este justo momento... ¿No os da mucho que pensar?