No mido el paso del año por cada una de las hojas gastadas del calendario de mi cocina: es el cambio de curso escolar lo que realmente mueve mi ciclo biológico. Un año nace en septiembre y muere en junio, para ir renaciendo poco a poco en julio y agosto, con la cadencia de las lecturas que se fueron quedando pendientes.
Me voy de vacaciones, unos días. Para recargar baterías -del móvil, del portátil, de...- y encontrar ilusiones con las que alimentarme en septiembre, cuando vuelva a abrir las puertas blancas de las aulas que me asignen en el instituto.
Espérame.