Desde lo alto del teso el valle se ve sumido en la bruma. De la espesura sólo se salva el campanario lejano de algún pueblo cerrateño. Apenas ha empezado a amanecer y el olor a fresco, a naturaleza y a día nuevo lo impregna todo. Entre los pinos corre una brisa cargada de lozanía y, aunque el sol apenas se intuye, sobre el cerro de enfrente ya comienza la vida a desperezarse.
Abajo no, abajo la neblina hace que todo fluya más lento aunque quizá los primeros desayunos hayan empezado a prepararse ya, sus habitantes se despiden de la noche con cierta indiferencia y sin las prisas de la ciudad. El silencio de la mañana temprana se rompe siempre muy discretamente con las persianas que en la Plaza Mayor y en la Calle Real se van subiendo, poniendo buena cara al mal día.
A medida que las horas van pasando el sol va ganando la batalla en la que sin que nadie se diera cuenta se ha enfrentado a la niebla. De pronto un rayo se cuela breve y delicadamente sobre las bodegas, mientras algún perro aburrido y perezoso le saluda con escándalo. Ha sido algo pasajero, pero sirve de preludio al resto de acontecimientos.
En una cascada de cotidianidad alguien abre una puerta y sacude la alfombra, unos pasos enérgicos cruzan los soportales, un volquete cuyo motor parece rugir en alemán cruza la carretera principal y al pueblo llega, primera señal de actividad comercial, la furgoneta con el pan.
Las nubes retroceden rápidamente y la luz insufla ánimo a la vida, el sol se está adueñando de la mañana y arropa a casi todo el pueblo, los cuatro niños que en el lugar quedan desayunan rápido para no perder el trasporte escolar mientras los dibujos animados llenan la cocina de colores atractivos y sonidos estrafalarios. El campanario de la parroquia da la hora, pero nadie hace caso porque lleva años queriendo confundir a los aldeanos con toques a destiempo, sólo los más ancianos recuerdan la última ocasión en que acertó con su aviso.
Voces surgen por una calle y otra, un hombre llama sin respuesta. Más allá alguien canta con alegría y sensibilidad mientras barre la acera o prepara el puchero. Al paso de las horas el sol toma fuerza y llena de luz tejados y corrales. A lo lejos un palomar lo contempla todo con silenciosa mesura.
Con la tarde surgen los paseos, con las manos a la espalda y respirando salud y paz los jubilados se alejan hacia la ermita y los novios hacia el pinar. Por la carretera serpenteante por la que se fue el invierno un viejo tractor vuelve renqueante de la jornada en el páramo. Mañana será el mismo día.
De su sección en este blog: "Es Palencia, es Castilla, Oiga"