Revista Cultura y Ocio

Cerro de los Santos

Por Legionixhispana

Montealegre del Castillo, Albacete

Cerro de los Santos

Gran Dama Oferente del Cerro de los Santos en M.A.N.

Posiblemente mi interés por el Cerro de los Santos se deba a cuando visité el Museo Arqueológico Nacional y, recorriendo sus impresionantes pasillos, detuviera mis pasos en las salas dedicadas a la cultura ibérica. Tras retratar concienzudamente a la archiconocida Gran Dama Oferente del Cerro de los Santos, imagen fetiche de esta cultura como también lo son la Dama de Elche o la Dama de Baza, me quedaba absorto contemplando la vitrina donde, a sus espaldas, se mostraban algunos exvotos hallados en este mismo punto arqueológico. Puedo recordar que, leyendo la información de estas otras piezas, pensaba en la necesidad de viajar hasta la provincia de Albacete para intentar contextualizarlas en un futuro lo mejor que pudiera o supiese. Creo que ha llegado el momento de hacerlo.

Comarcal CM-3209, carretera que une el actual municipio albacetense de Montealegre del Castillo con el limítrofe murciano de Yecla. A lo largo de todo su trayecto nada llamaría la atención si, sobre un pequeño promontorio situado en el margen derecho, no hubiese despuntando sobre el horizonte un obelisco contemporáneo.

Realmente nos encontramos en lo que un día fue el corazón del mundo ibérico del sureste peninsular, en la que sería principal arteria de comunicaciones que unía los pueblos de la costa levantina con los de la Alta Andalucía. Se trata del tramo conocido como Camino de Aníbal, parte de la vía Heraclea que más tarde quedaría renombrada como vía Augusta. En el pasado se trató de un nudo de antiguos pasos donde arrancaba un ramal con dirección a Carthago Nova y otro a Castulo y, aunque en un primer momento no de esa impresión, nos situamos frente por frente a un espacio natural de carácter sacro.

Cerro de los Santos

Obelisco en el Cerro de los Santos. Montealegre del Castillo, Albacete.

Durante su fase más temprana (hablamos de finales del siglo V – principios del siglo VI a.C.), en este punto neurálgico de la Contestania se improvisó una loca sacra libera, es decir, un espacio sagrado de carácter natural, sobre la superficie del cerro y embebido en un frondoso bosque, donde los fieles a su culto depositaban exvotos al aire libre. Quizás, como apuntaran algunos autores, en esta primera etapa del santuario la única imagen de culto que hubiese existido tal vez fuera una columna sacra. Pero sólo se trata de una simple hipótesis que no ha tenido mayor recorrido. Lo que sí es concluyente es que no fue ninguna cueva u otro particular paraje, como ocurriera en algunos otros santuarios de la cultura íbera (por ejemplo, el Santuario ibérico Cueva de la Lobera). Entonces, ¿qué pudo motivar a sus moradores establecer en esta zona un lugar sagrado?

A lo largo de los años la teoría de las aguas salutíferas ha querido dar respuesta a esta cuestión, es decir, que podría tratarse de un lugar donde los devotos acudieran con el objeto de mitigar sus diferentes dolencias.

Cerro de los Santos

Exvotos de hombres y mujeres devotos. Cerro de los Santos. Siglos IV-III a.C. Museo de Albacete.

Cerro de los Santos

Figuras femeninas sedentes. Son las representaciones más frecuentes en el santuario. Siglos III-II a.C. Santuario Cerro de los Santos. Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

Debomos señalar que todo el área comprendido en el sureste meseteño es, en general, rico en manantiales de aguas minero-medicinales con carácter curativo; esa sí es una realidad. También se conoce que estas zonas acuíferas constituyeron un elemento de gran importancia simbólica y religiosa en los santuarios de época ibérica plena y posterior (ejemplo de ello lo tenemos en los baños romanos de Fortuna o en el complejo termal de los Baños de Alhama en Murcia). Según algunos autores, el Cerro de los Santos pudo tratarse, realmente, de un enclave terapéutico donde la divinidad que protegía el entorno transmitiera al devoto sus virtudes por medio de las aguas, con alto contenido en sales sulfatomagnesiadas, a cambio de una ofrenda. Este acto se realizaría a través de la ingesta, de abluciones o tal vez por inmersión. En definitiva, su existencia y localización vendría avalada por unas funciones curativas y propiciatorias para la fecundidad.

Aunque, quizás, la abundancia de manantiales curativos referida no convierta a nuestra zona de culto en un paraje tan peculiar como quisiéramos, por lo que, finalmente, su argumento no termina de ser decisorio a la hora de explicar la ubicación de este santuario.

Cerro de los Santos

Cerro de los Santos. Montealegre del Castillo, Albacete.

Otra circunstancia que también dificulta la interpretación sobre el origen del Cerro de los Santos es la carencia de principales núcleos de población íbera cercanos. Geográficamente el pequeño promontorio se sitúa en el centro de un vacío poblacional en relación con importantes ciudades-estado íberos como fueron Castellar de Meca, Saltigi (Chinchilla de Montearagón) e Ilunum (Tolmo de Minateda, Hellín); todos ellos localizados a una distancia considerable con respecto al santuario. Por tanto, resulta bastante complicado interpretarlo como un lugar de culto de frontera y dependiente de algún oppidum principal.

En este sentido, el poblado íbero más cercano y conocido hasta la fecha es, según los estudios, el oppidum de Cerro Fortaleza, un asentamiento amurallado de segundo orden situado sobre un cerro escarpado y distante unos quince kilómetros, en línea recta, con respecto a Cerro de los Santos. Su altura debió permitir el control visual directo del área sacra, además de otros pequeños hábitats dispersos de carácter rural que se establecieron en la periferia del santuario con el objeto de aprovechar la productividad de sus tierras. Dichos estudios han concluido que la ocupación de Cerro Fortaleza pudo abarcar desde el periodo ibérico pleno hasta época altoimperial, fechas coincidentes con las del uso del santuario como ya veremos.

Cerro de los Santos

Réplica del monumento funerario turriforme de Pozo Moro. Su original es una de las piezas más importantes en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Chinchilla de Montearagón, Saltigi prerromana. Albacete.

En relación a la piedra caliza con la que se tallaron la gran cantidad de exvotos hallados en este yacimiento, es probable que procedieran de un lugar conocido como La Cantera, localizado a tan sólo un kilómetro y medio del Cerro de los Santos. En consecuencia, podrían ser artesanos de origen local los que, mayoritariamente, hubiesen labrado estas tallas. Así, el oppidum de Fortaleza, un asentamiento de segundo orden, junto a las granjas dispersas en la zona, parecen los candidatos idóneos para garantizar el mantenimiento de un área sagrada alejada de los grandes núcleos de poblamiento íbero en esta parte del sureste peninsular.

Si resultara acertada esta teoría, ¿qué pudo motivar a que un colectivo humano considerase necesario instaurar un santuario en una zona alejada? Tal vez la respuesta a esta cuestión se encuentre en el concepto de santuario suprarregional.

Cerro de los Santos

Exvotos de hombres y mujeres devotos. Cerro de los Santos. Siglos IV-III a.C. Museo de Albacete. Museo de Albacete y depósito del MAN. Expuestos en el Museo Arqueológico de Albacete.

Cerro de los Santos

Figuras femeninas oferentes. Piedra caliza. Siglos III-II a.C. Ricamente ataviadas, aparecen con vaso de ofrendas. Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

Los santuarios suprarregionales fueron aquellos centros religiosos y políticos donde las élites de diferentes comunidades se reunían, periódicamente, para “realizar ofrendas, exaltar públicamente a determinados miembros y sancionar matrimonios, acuerdos y alianzas.”. Como hemos adelantado, el Cerro de los Santos se ubica sobre un pequeño promontorio, en un entorno aislado (que pudo estar vinculado al poblado de Cerro Fortaleza) y próximo a una de las principales vías de comunicación como fue la vía Heraclea. Este lugar de culto estuvo emplazado en las zonas limítrofes de los pueblos contestanos y bastetanos  y entre las fronteras de los territorios dependientes de las grandes ciudades-estado íberas como Ilunum, Saltigi y Castellar de Meca. En conclusión, el santuario de Cerro de los Santos pudo constituirse como zona neutral o punto de encuentro de los diferentes grupos gentilicios que formaron los pueblos íberos del sureste de la Meseta. En él, cumpliendo la función de garante, sacralizarían los vínculos entre las diferentes comunidades, honrando a sus caudillos o régulos.

Cerro de los Santos

Cabeza masculina. Exvoto-cabeza de gran tamaño, totalmente labrada, en la que se observa una intención clara de retrato. Piedra caliza. Siglo II a.C. Santuario del Cerro de los Santos. Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

Así contemplando la estatuaria, en forma de exvotos expuestos en las vitrinas del Museo Arqueológico Nacional y en el Museo Arqueológico de Albacete, podríamos imaginarnos a los oferentes acudiendo al santuario, después de recoger la imagen en el taller local, con el propósito de mantener contacto con su divinidad, tal vez Astarté-Tanit o puede que una asimilación indígena de la misma. A la espera la sacerdotisa, con su cabeza velada, ricas vestimentas y bien engalanada.

CABEZAS FEMENINAS Y MASCULINAS

Cabezas femeninas y masculinas. Siglos II-I a.C. Santuario del Cerro de los Santos. Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

Previamente, el escultor habría tomado sus cinceles, punteros y demás herramientas de trabajo para labrar la piedra blanda de arenisca sobre el trozo de madera y esculpir, con el máximo detalle, la imagen del dedicante que tenía en mente y quien estaría obligado a dejar constancia presencial después de haber cumplido con el rito. A continuación, habría rematado la figura con un pulido sobre la superficie con objeto de, por un lado, suavizar las marcas del cincel y, por otro, resaltar la indumentaria, peinado, vestido, joyas y riqueza de sus abalorios para que pudieran lucir mejor e identificar al oferente y a su estatus social.

Los hombres accederían a la zona sacra sosteniendo con su mano derecha pequeños cuencos, con la izquierda recogería los pliegues de su sago para evitar que este arrastrase. Puede que estos vasos estuviesen destinado a las libaciones (tal vez vinculadas a las aguas salutíferas del entorno) o puede que fueran simples depositarios de alimentos a modo de ofrenda, pues esta cuestión está aún por resolver. En el caso de las mujeres, sostendrían los vasos caliciformes entre ambas manos, situadas a la altura del vientre, como bien demandaba la ortodoxia en los ritos propiciatorios de fertilidad.

Cerro de los Santos

En la parte inferior de la imagen, vasos de ofrendas. Cerro de los Santos. Siglos IV-III a.C. Cerámica. Museo Arqueológico de Albacete.

Un vez finalizado el acto, los vasos serían desechados in situ (caso de las libaciones) o entregados a la divinidad (caso de las ofrendas alimenticias). Antes de dar por concluida la ceremonia, los exvotos con las imágenes de estos dedicantes, que por sus tamaños posibilitaban una fácil y cómoda movilidad desde los talleres, serían colocados por la sacerdotisa en un espacio bien visible y frontalmente para que pudieran dejar constancia ante el resto de la comunidad de este hecho. De ahí la importancia de que la figura representara lo más fielmente posible al oferente. Con la finalización del ritual se dejaba testimonio del mismo.

Cerro de los Santos

Pareja que ofrece un vaso votivo a la divinidad. Se interpreta como símbolo de un pacto matrimonial entre miembros de comunidades distintas. Siglo II a.C. MAN.

La ofrenda votiva, siempre de carácter individual y voluntaria, se llevaba a cabo con el deseo de rogar a la divinidad y llevar a cabo una promesa, aunque también como acto de agradecimiento que hubiese quedado pendiente. En muchas ocasiones los oferentes eran parejas dentro del contexto matrimonial; en esos casos accederían juntos, él a la derecha de ella. Y en otras, el depósito de estos exvotos vendría dado por la propia exhibición y negociación social con el que el individuo representaba a su grupo ante el resto de las comunidades, pero siempre obligado sólo por lo que dictaba la tradición.

Se conoce, por ejemplo, que existieron relaciones directas entre otros grandes santuarios del territorio íbero. Contamos con evidencias bien atestiguadas de relaciones entre el Cerro de los Santos y el santuario del Cigarralejo u otros como Collado de los Jardines, Castellar de Santiesteban o la Serrata de Alcoy. Pensemos en este tipo de contactos no de una forma estrictamente cultural, sino, puede también que de carácter político, es decir, de alianzas y ratificaciones de pactos entre las diferentes comunidades, muchos de ellos sellados a través del matrimonio. Esta idea viene a colación con lo indicado al principio del artículo, cuando afirmábamos que el lugar era como un nudo de antiguos pasos donde, desde la vía Heraclea, arrancaban ramales hacia diferentes direcciones del territorio íbero.

Lo que sí resulta un hecho es que el momento de mayor auge del Cerro de los Santos tuviera lugar entre los siglos III-II a.C., coincidentes primero con el dominio cartaginés en la zona y, posteriormente, con la entrada en la órbita íbera del poder romano tras su victoria frente al ejército de Aníbal. Y los antiguos pasos de la vía Heraclea siempre estuvieron allí.

Cerro de los Santos

Torso de mujer con inscripción íbera. Cerro de los Santos. Siglos IV-II a.C. Piedra Caliza. Museo Arqueológico de Albacete.

Desde un principio los viejos pasos constituyeron el verdadero vínculo de conexión entre las diferentes culturas coloniales asentadas en la península y los pueblos íberos de la zona. La influencia griega, por ejemplo, se hace notar en el sustrato indígena sin que se llegue a producir un desapego en sus costumbres primitivas. Entre los siglos V-IV a.C., desde Emporion, y recorriendo las rutas levantinas que conectaban con la vía Heraclea, penetraron las cerámicas procedentes del Ática que fueron localizadas en nuestro santuario y que, en su momento, se constituirían como elemento de prestigio social para la aristocracia íbera. De estos mismos contactos corresponderían los exvotos más antiguos con los que se persiguió imitar el arte arcaico griego.

Algo parecido debió ocurrir con los contactos fenicios del entorno tartésico.

CASCO Y EXVOTO DE GUERRERO

Casco de Chinchilla y exvoto de guerrero en Cerro de los Santos. Siglo III a.C. Bronce. Museo Arqueológico de Albacete.

Se han detectado evidencias de una reducción considerable de este tipo de importaciones durante el siglo III a.C., más concretamente de su segunda mitad. Los conflictos romano-cartagineses, primero en el Mediterráneo y posteriormente en nuestra península (aquí puedes leer uno de sus episodios), paralizaron el fluido comercio griego de la vía Heraclea que se venía expandiendo desde su colonia de Emporion. Habrá que esperar a la victoria romana para que, nuevamente, se reactiven los intercambios comerciales y se perciba en el santuario cierto reflejo de esta nueva realidad.

Sin embargo, los hallazgos localizados en el cerro evidencian una cuestión singular: la continuidad en el funcionamiento del mismo entre los siglos II a.C. y I a.C. con las nuevas influencias procedentes de las corrientes escultóricas centroitálicas. Esta perduración en la producción de exvotos se prolonga, al menos, hasta el siglo I d.C. Así, por ejemplo, es frecuente que aparezcan devotos vestidos con togas o, lo que es lo mismo, gobernantes locales que continúan haciéndose representar en el santuario y que identifican su posición como herederos de la cultura ibérica y como delegados del poder romano. Desarrollemos esta última idea.

Cerro de los Santos

Cerro de los Santos. Montealegre del Castillo, Albacete.

Cuando los primeros ejércitos romanos llegaron a estos parajes, no debió de resultarles extraño encontrarse con un culto como el que se practicaba en el Cerro de los Santos. Es más, muy probablemente estos primeros itálicos, como apuntan las hipótesis, interpretaran a la divinidad ibérica como a Pales, la diosa protectora de los viajeros, ganados y pastores a quién rendían culto en la península itálica también al aire libre.

Resulta cuanto menos que llamativo el hecho de que cuando Roma renombra las vías de Hispania, identificara la zona del Cerro de los Santos como Ad Palem. A esta misma forma, Sillères la relacionaría con la statio – a la cual me referiré en los siguientes párrafos – que aparece mencionada en los Vasos de Vicarello con el nombre de Ad Palem y que, según los mismos, se situaría en el Camino de Aníbal entre la ya mencionada Saltigi y Saetabis (esta última localizada en la actual Játiva, Valencia).

Cerro de los Santos

Cabeza de hombre. Cerro de los Santos. Siglos II-I a.C. Piedra. Museo Arqueológico de Albacete.

Lo que quiere decir que los romanos interpretaron sin dificultad el culto ibérico que allí se practicaba y sin tener que imponer su religión. Todo lo contrario, sólo tuvieron que adecuarla a sus propósitos originales. A mediados del siglo II a.C., en tiempos de la República y siguiendo los patrones culturales que se vivían en esos momentos en el centro de Italia, se monumentalizará el santuario con la construcción de un templo que contará con planta rectangular, pronaos y escalera. De esta forma quedaría demostrada la perduración de los ritos en el lugar desde época ibérica plena hasta, al menos, el siglo I a.C., documentándose la aceptación y el respeto de las tradiciones indígenas por parte de los recién llegados.

Pero este edificio no fue la única estructura que se construiría en el Cerro de los Santos. Entre los siglos I a.C. y I d.C., coincidiendo con el paulatino abandono del espacio sacro y funcionando tal vez como centro de culto secundario, a los pies del cerro se construyó un edificio destinado a la preparación y consumo de alimentos. Los restos hallados y relacionados con esta actividad – cuencos, escudillas, ánforas, cuchillos y una gran cantidad de restos de animales – apuntan a esta posibilidad, a un pequeño establecimiento próximo a la vía y dedicado al reposo y avituallamiento de viajeros, pues, como ya indicamos, el cerro se localiza alejado de los principales núcleos de población. Esta statio, identificada en los Vasos de Vicarello, perdurará hasta finales del siglo II o principios del siglo III d.C., época altoimperial y periodo en el que nuestro santuario hacía tiempo quedó abandonado, pero aún se mantendría en la memoria colectiva.

Cerro de los Santos

Cerro de los Santos. Montealegre del Castillo, Albacete.

En resumen, las piezas procedentes del Cerro de los Santos, y que podemos contemplar en nuestros museos, corresponderían a un lugar de culto que se inicia a finales del siglo V o inicios del IV a.C. y en el que la vieja vía, que atraviesa el territorio y pasa a sus pies, se define como el verdadero canalizador de las influencias culturales que se viven en la península. Un lugar divino, de respeto, embebido en el interior de un bosque y al aire libre, donde los oferentes acuden a él y dejan testimonio de sus prácticas a través de unos exvotos que los identifican con bastante realismo. Un lugar de culto que, durante su uso, los propios itálicos hicieron respetar durante el proceso de romanización.

Autor: Javier Nero.

Bibliografía:

  • El Cerro de los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete): Una nueva interpretación dle santuario (Encarnación Ruano Ruiz)
  • Creencias, símbolos y ritos religiosos. Pareja de oferentes del santuario ibérico del Cerro de los Santos (Alicia Torija López)
  • El Santuario de El Cerro de los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete): Nuevas aportaciones arqueológicas (María Luisa Sánchez Gómez)
  • El Cerro de los Santos: paisaje, negociación social y ritualidad entre el mundo ibérico y el hispano (Jorge García Cardiel)
  • Los íberos y su mundo (Benjamín Collado Hinarejos. Ediciones Akal)
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