Cultura
Publicado el 23 abril, 2013 | por Antonio Cruz
Ya ha llegado el tan esperado Día del libro, ese al que algunos se encomiendan y nos recitan sus bondades a modo de mantra como si fuese la panacea de la literatura y sobre todo de la lectura. Bien es cierto que coincide con la muerte (o entierro) de los escritores Miguel de Cervantes, Garcilaso de la Vega o Shakespeare, y no es menos cierto que es el día señalado para hacer entrega de nuestro prestigioso Premio Cervantes, en esta ocasión un galardón otorgado al poeta jerezano José Manuel Caballero Bonald, a mi parecer un plus añadido el que en esta ocasión sea para un trovador como él, todo maravilloso, pero…
Sí, ya ha llegado el día, ¡ya ha llegado! –gritan algunos– esa jornada en la que en colegios e institutos hacen acopio de todo el armamento posible para erradicar la falta de amor a los libros y el escaso interés por la lectura, en maratonianas jornadas, agotadoras y extenuantes. Hace unos años, con motivo del IV Centenario del Quijote, las escuelas dieron la sensación de actuar más como las granjas en donde se ceban a los gansos para producir foei gras –engargantando a Cervantes, parecía ser el título– que como el lugar de encuentro para disfrutar de la lectura, intentando que los alumnos se empapasen del escritor y su Quijote, algo que a pesar del buen espíritu y el ejemplarizante fondo acabó convirtiéndose en todo lo contrario, y tras un largo curso los niños salieron hasta el gorro del manco y de su ingenioso hidalgo. Como afirmaba uno de los artistas y escritores más geniales del pasado siglo XX, el flamenco Hugo Claus (La pena de Bélgica, El asombro, Una dulce destrucción) en una entrevista al periódico El Mundo (julio de 2000): “Jamás he leído a Cervantes; he leído tantísimo sobre él que creo que no lo voy a hacer nunca.” Una frase lapidaria, sí, no cabe duda: él también lo era; un enfant terrible.
Ahora los jóvenes presumen de sus tablets y e-books, en donde les “caben” cientos de libros que no sólo no ocupan lugar, sino que tampoco peso. No se puede estar en contra de estos modernos artilugios si son utilizados como complemento, pero sí me muestro contrario si actúan como sustitutos de los libros, pero lo cierto es que siento miedo de algo tan limpio y tan pulcro: no hay nada como acariciar un viejo libro, tocar el lomo desgastado por los años, con su olor a moho, repleto de polvo hasta hacerte estornudar (en especial a los alérgicos como yo), entrar en una librería de viejo en donde te encuentres con un trasunto del señor Koriander (¡cuánto he soñado con un librero así!). Saramago también lanzó otra frase contrapuntística a esta época del 2.0: “Jamás una lágrima emborronará un correo electrónico”; porque estamos en lo cierto que esta modernidad y los e-books pueden tener la misma finalidad que un libro, pero no pueden suponer nunca un intercambio de sensaciones en donde confluyan todos los sentidos; no tiene alma ni la tendrá por mucho que se empeñen. En escuelas e institutos se debe incentivar la lectura, pero con tacto y delicadeza, en especial si no queremos fracasar y conseguir el objetivo contrario al propuesto; hacer uso de las Nuevas Tecnologías (NNTT), sí, pero siempre con el libro físico como elemento generador y fundamental de la lectura, pues a éste lo puede acompañar y adornar todo cuanto queramos, pero jamás sustituirse.
Recuerdo un interesante artículo de hace bastantes años en el que se afirmaba que España era el país que más libros editaba en la UE, pero ni mucho menos el que más leía, honor que entonces recaía en países de Centro Europa como la República Checa o Eslovaquia. En otro más reciente pero igualmente lejano (aunque poco tiene que haber cambiado la situación) se aclaraba que los que más hábitos de lectura tenían eran los finlandeses y suecos, y nosotros en la cola, ¡pero ojo!, por delante de Grecia y Portugal; nuestra excusa más creíble y recurrente de los últimos años: el consuelo de los tontos.
Todos somos conscientes que en épocas de crisis como la que sufrimos actualmente, para muchos, los libros, el cine o la compra de música son –comprensiblemente– productos secundarios, de tercer o cuarto orden (otros es que no pueden ni afrontar la hipoteca, e incluso ni pagar su comida), y tal y como se desprende de varios informes el ritmo de crecimiento de la edición de libros ha caído e incluso se compran menos, pero esto no puede ser excusa para no leer, al contrario, en esta maldita época en donde hay mayor recogimiento la lectura debería convertirse en el elemento primordial y elemental del ocio, en donde ni tan siquiera es necesario gastarse dinero porque se tiene la suerte de poder acudir a tantísimas bibliotecas públicas que tiene y ofrece nuestro país.
Queda claro que a excepción de Reino Unido, en el resto de países las ventas en el sector digital no superan el 3%, y mucho tendrán que hacer con desplegables interactivos y virtuales, y todo tipo de sugerentes y coloridos artificios para que lleguemos a fiarnos de algo tan puro y aseado como el e-book, para que podamos confiar en ese ente que ni envejece ni le salen arrugas, y que parece ha salido de algún relato de Philip K. Dick o de Asimov. Mucho tendrá que cambiar para que permitamos que nos acompañe a todos nuestros rincones, para declararle nuestra fidelidad y amor o para meternos en la cama con él. Mucho tendrá que pasar para eso; quizá –en términos generales– nunca.
El tan citado Día del Libro me recuerda al Día de San Valentín (que no es otra cosa que el día de algún gran almacén), que parece evocar algún día D –que sería lo lógico–, pero que realmente tendría que ser una jornada de reflexión sobre la literatura, sus autores y la lectura en general, y el resto del año sí dedicarlo a la lectura en su más amplio sentido, y no todo lo contrario, que es lo que ocurre. Como muestra final, algunas de las mejores joyerías del mundo (absténganse los butroneros; también es oro lo que no reluce), os dejamos este artículo.