Hay un Cervera que hoy respira modernidad por todos sus poros: en cada una de sus calles, de sus plazas, de sus parques, de sus paseos y alamedas, de sus urbanizaciones...; y así en el conjunto casi de sus construcciones. Pasear hoy por Cervera, es sentir la vida a nuestro alrededor. Es percibir que el río que le cruza de norte a sur, su querido Pisuerga que le regala su apellido, sigue pasando alegre y cantarín por su cauce de siempre; aunque se nos muestre mucho más cercano e integrado en la población, que hasta le ha construido en su recorrido urbano varios puentes peatonales tratando de hacerlo mucho más próximo y accesible.
Es comprobar cómo el paso del tiempo ha ido dejando su huella y su fruto en la villa, haciéndola poco a poco, año a año, mucho más moderna; más habitable, más cómoda de transitar, más abierta a las gentes del lugar y a los constantes visitantes. Mucho más turística, más animada; mucho más universal y cosmopolita en una palabra.
Pero Cervera es también pasear un rato bajo sus tradicionales y ancestrales soportales, que han conseguido permanecer en pie al paso del tiempo. Y dejar que el pensamiento regrese por momentos al pasado; sabiendo que, al revolver una esquina, te puedes encontrar de frente en el recuerdo con aquella larga fila de colegiales atravesando todo contentos y ufanos las calles, enfrascados en mil y una conversaciones camino del campo de fútbol de la Bárcena; de la Peña Barrio; de cualquiera de las localidades más cercanas a Cervera, como son el caso de Arbejal o Valsadornín; o del pantano de la Requejada y sus alrededores. Y luego, pasadas algunas horas, cruzarte con ellos de nuevo en su regreso al Colegio, ahora menos parlanchines ya y un tanto renqueantes y cansados de la caminata. Y, a la par, sentir un poco cómo estos soportales de Cervera, que guardan todavía en su esencia un trozo del espíritu de las gentes del lugar y de los cientos de visitantes que pasaron bajo ellos a lo largo de los años, guardarán también un trozo del espíritu de cada uno de nosotros, que bajo ellos pasamos en numerosas ocasiones, dejando para siempre nuestra impronta impresa en cada una de sus columnas.
Todo esto, con los ojos de hoy; pero cabría preguntarse cómo sería, con los ojos de hoy también, pasear sus calles mirando de soslayo al Cervera de ayer, de aquellos años en los que esta larga fila de colegiales cruzaban estas mismas calles con regularidad. Esto es, si pudiéramos volvernos de pronto de 12, 13, ó 14 años, trasladarnos al espíritu de aquellos años, y recorrer por arte de magia las calles del Cervera de hoy, así como sus alrededores, pero metidos en el cuerpo de unos chavales del ayer, apenas iniciados en la adolescencia, internos en un Colegio de frailes y con una relación demasiado distante para con la localidad, que sólo pisásemos sus calles para ir de un lugar a otro de sus alrededores. Seríamos capaces de vivir una situación así en un ambiente tal como el actual?. Pues evidentemente que no, se darían de bruces, no serían compatibles. Lo que nos llevaría a pensar que un escenario como el vivido en aquellos años de internado, fue posible sólo en una situación y un contexto muy concretos; con un modo de vida muy particular, donde las carencias que ahora obviamos estaban a la orden del día y no se miraba mucho más allá; entre otras cosas, porque mirases por donde mirases te topabas siempre con una realidad muy concreta y que no te permitía ir mucho más allá. Las carencias generales con las que se convivía, eran las que eran y poco podías hacer para evitarlas, si acaso tratar de sobrellevarlas de la forma que menos te podían repercutir.
Así que, habida cuenta de lo que la sociedad en general ha evolucionado, las comodidades que nos hemos ido adjudicando y el bienestar que hemos ido adquiriendo, esos chavales de 12, 13 ó 14 años, a buen seguro que querrían regresar cuanto antes al Cervera de hoy, cada uno con su edad actual y espíritu de cada cual, y recorrerlo de la mano del hoy; aunque eso sí, sin olvidarse tampoco de que hubo un tiempo diferente en sus vidas, donde no todo fue necesariamente malo ni tampoco bueno del todo, sino distinto y muy apegado a una realidad muy concreta que se vivía en aquel entonces. Y es que la vida era la que era, y tampoco había mucho más a lo que aferrarse.